Brasilia.- La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, cumple este domingo sus primeros cien días en el poder con pulso firme y discreto en la política, una visión propia de las relaciones exteriores y el fantasma de la inflación acechando la economía.
Los más sorprendidos con Rousseff pueden ser sus adversarios, que por la escasa experiencia política de la jefa del Estado sostenían que tendría a su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, gobernando desde la sombra.
Sin embargo, el “Lula con faldas” que algunos esperaban resultó ser una mujer de carácter que no duda en tomar decisiones difíciles, como un fuerte recorte presupuestario que dejó en suspenso, entre otras cosas, una millonaria licitación para la compra de 36 aviones de combate que ya parecía cerrada con Francia.
Rousseff ha establecido como prioridades para la política exterior de Brasil las relaciones con Suramérica, Estados Unidos y China, en ese orden.
Fuera de ese grupo ha quedado Irán, por ejemplo, un país al que Lula se había aproximado con fuerza y con el que en los últimos tres meses no ha habido contactos diplomáticos.
Peor aún, el Brasil de Rousseff votó en la ONU a favor de que sea creada una comisión especial para investigar posibles violaciones de los derechos humanos en la República Islámica.
La mandataria también ha comenzado a retomar las relaciones con Estados Unidos, que habían pasado por algunas polémicas ideológicas con Lula y que ahora, tras la reciente visita del presidente Barack Obama a Brasil, donde estuvo dos días, parecen encarriladas.
Aunque ya ha visitado Argentina y Portugal, el gran debut de Rousseff en la escena internacional será la próxima semana, cuando hará una visita de Estado a Pekín y participará en la Cumbre del Grupo BRIC, un foro de países emergentes que forman Brasil, Rusia, India y China.
En el plano interno, ha sabido controlar las presiones en la variopinta coalición de partidos que la apoyan, y ha impuesto su propio criterio en los nombramientos de altos cargos, un asunto que suele ser un dolor de cabeza para cualquier presidente en Brasil.
El único fantasma que aparece en el horizonte más cercano es el de la inflación, que en su primer trimestre en el Gobierno ha sido del 2.44 por ciento, índice que ya amenaza la meta establecida para este año, que es del 4.5 por ciento.
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