Pedro Vicente recita la fecha de su nacimiento clarito: 29 de junio de 1905 en Las Lagunas, una verde comunidad de Padre las Casas, al norte de Azua, ubicada a unos 1,000 metros sobre el nivel del mar.
Como vio hacer a su familia, se dedicó a la agricultura y a atender reses. Ahora trabaja poco porque está corto de visión, pero nadie le pone la mano a su parcela de dos tareas en la que tiene sembrado maíz, guandules, yuca y plátano.
Su recuerdo más lindo y sufrido (a la vez) de esas primeras décadas del siglo XIX es que en Las Lagunas se perdían las cosas, de tantas que había, “porque no había a quién vendérselas y todo el mundo tenía de todo: vacas como hojas de palo, puercos como hojas de palo”.
Vio llegar la modernidad mientras veía morir a sus amigos. De alumbrarse con lámparas de gas y cuaba, a los bombillos eléctricos; de bailar merengue, mangulina y carabiné, a escuchar todo el tiempo reguetón, “una música que no es música”, la describe. Lo último que llegó, hace unos años, fue el agua a las llaves de las casas, gracias a un acueducto gestionado por la fundación Sur Futuro.
La longevidad parece ser cosa de familia. Su padre murió a los 113 años, su hermana mayor a los 108 y su mamá a los 96.
Vicente ha perdido dos de sus 13 hijos, que viven en Las Lagunas, Santo Domingo y Estados Unidos. El mayor casi roza los 60, lo que significa que se casó tarde, algo raro para la época. ¿Explicación? Además de que “floreteaba” con las chicas, al decir del sur, “yo dije que no salía de aquí porque iba a atender a mi mamá y a mi papá hasta morir”, un gesto que su padre agradeció dejándole en herencia la casa familiar. Su esposa murió harán 3 o 4 años. Tenía 77.
SIGUE CON EL ÁNIMO QUE HA TENIDO SIEMPRE
Cuando le preguntan qué siente al ver morir a toda la gente que conoció en su niñez y a otros mucho más jóvenes que él, responde sonriendo: “Digo probes, probes (pobres, pobres)”.
Lo dice porque asegura que tiene el mismo ánimo de siempre, que se encuentra muy bien de salud, que apenas se enferma de gripe y fiebre y que mantiene el tacto de un niño, porque no olvida nada.
A Vicente no le parece que tanta suerte con la vida se deba a los genes. No. El le echa la culpa a otra cosa. Y la comparte con nosotros.
La clave es la alimentación
A sus 106 años, Pedro Vicente camina erguido y da la mano con mucha fuerza. Ríe mucho y habla haciendo gestos. Se considera buena gente y siempre está contento. Lo único que le puede agriar su buen humor es la comida mal preparada, porque si de algo está seguro Vicente es que la clave para mantenerse sano y vigoroso a esta edad, cumplida el pasado 29 de junio, está en la alimentación.
“La comida de ahora no se puede comer, no es como la de antes, es un disparate”, dice. ¿Por qué?, le preguntamos. “Porque es mala, le tiran de todo y mezclan la carne buena con la mala”.
Vicente sabe cocinar y por eso se siente con derecho a decirlo. “Yo cocinaba, sé hacer toda clase de comida, lavar y planchar”.
Come de todo si es ‘natural’, pero como se resiste a decir cuál es su comida favorita, su nuera y su hijo Amable le ayudan a decidirse: como buen sureño, prefiere el chacá, el chenchén, el arroz con dulce y un caldo bien sazonado.
Para él, una comida bien sazonada es aquella preparada con ingredientes naturales, sin sabor artificial.
Ser bueno ayuda
Vicente nació, se crió y vive en este distrito municipal de Padre Las Casas, en la cordillera Central. La abundancia de recursos naturales en la comunidad permitía a las familias comer lo que quisieran, no lo que apareciera.
“Había de todo. Yo decía: ‘Quiero esta comida hoy y mañana esta otra’ y ahí estaban hechas, porque las había”. Es tal su obsesión con la buena alimentación que se saca todo de la boca si le dan un plato hecho con sazones elaborados.
Le insinuamos que tiene que haber algo más que los alimentos, otra clave para domar de esa forma el paso del tiempo. “Estoy siempre contento, he hecho el bien toda mi vida y le doy de comer al que tiene hambre”, agrega.
OTRAS HISTORIAS QUE RECUERDA
El tema del dictador Leónidas Trujillo no le atrae mucho. Recuerda que su gobierno tuvo sus cosas buenas (lo atendían bien en los hospitales) y sus cosas malas (mataba mucha gente). “Cuando lo mataron eso fue una cosa, estaban echando la carretera hasta Las Cañitas y no pasó nada, qué se le va a hacer”, cuenta. “El tacto mío está como el de un niño, a mí no se me olvida nada”, dice Pedro Vicente. Recuerda una historia sobre su papá, quien se enamoró de una chica del pueblo que nunca le hizo caso. En su lecho de muerte, con 113 años, su padre la mandó llamar y ella se le acercó y le preguntó qué quería. El le respondió: “Siquiera ponerte la mano”. Ella le da la mano, pero él le dice que no, que no era tocarle la mano lo que quería, sino otra cosa. Sus “trastos”, pues. FUENTE LISTIN DIARIO.COM
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