¡Qué grande, don Francisco, Francis, Román, coronel! Que estatura tiene usted ahora!
Antes yo lo vi, un 28 de abril, bañado de rabia y calor, latiendo con el corazón de un pueblo. Amalgamado de esperanza y vestido de gloria para siempre. Estuvo allí, sin aspiraciones estridentes, en el fragor pertinaz de la batalla y atado a la reputación histórica de su coraza.
Usted, Caamaño, desplegándose así, en el caracol bruñido de la honestidad para detener la sorna de los oprobios y la gusanera de la cobardía. Sin claudicar. Enhiesto y tendido sobre la aurora de un pueblo pequeño y pateado. Con usted se levantaba todo! Hasta el féretro de los cohortes y de las cofradías más acoquinadas y amargas.
Allí, sin duplicidades, estaba usted, tendiendo de decoro dos puentes colgantes de una misma causa, entre el 28 de Abril y el 16 de Febrero. Desde entonces, el mástil de acero de su nave agigantada yace imperturbable…, a pesar de los teloneros imperiales y de las gamuzas nativas con rangos de oficialidad bastarda.
¡Un engendro de Bolívar, usted, anteponiendo simplemente el mérito a la epifanía veleidosa de los rangos en subasta!
En su crisálida silenciosa, aceitunada o verde olivo, arengando un siglo de nobleza comprimida. Usted mismo, sin ataduras, ni arietes recortados de entreguismo.
¡Qué grande, don Francisco, Francis, Román, coronel! Que estatura tiene usted ahora! Y qué hora tan resplandeciente la suya. Hoy que se nublan todos los escaparates de la casa y los relojes de la felonía marcan el tiempo y la palabra.
Inmarcesible sigue usted. Incomparable ante el baldón de tantos horadados por el tufo de la lisonja y por las destempladas ruindades de los desvergonzados.
Obviando la regla de los géneros, recuperando y pariendo como hombre la honra abortada por el tropel indigno de aquella mesnada huidiza que en Febrero y Abril enterró para la eternidad su cabeza envilecida ante el altar desgarrado de la patria.
Caray, caramba, carajo! Caamaño, cuanta falta nos hace usted! Para recoger las toneladas derramadas de la dignidad vendida, de la vergüenza tasada. Contra, don Francisco! como siento respeto por usted! En esta hora, en este tiempo sin par de vaciedades políticas y complicidades repolladas.
¡Como enderezaría usted, si le tocara, el extravío cerval de la manivela dominicana!
Cuando despierto a diario, encima de la techumbre derruida de la esperanza, del estercolero y de la mancha, y de las algaras políticas de los filibusteros indecentes…del pasado y del presente, ay don Francisco, como extraño el cariz elemental de su encarnadura sencilla y humana!
Es 16 de Febrero y sé que muy pocos le recordarán como Dios manda. Incluso, muchos de sus compañeros desdeñarán tocar los recuerdos y el tesón rectilíneo de su hazaña. Más, que importa don Francisco, si he de saber que a su edad cuenta más saberse fiel que pertenecer a la comparsa…
Me será dable entender, don Francisco, que algunos hombres (como usted) han preferido morirse de la vergüenza antes que compartir la tragedia moral de los mercaderes de la patria?
No sé por qué, pero siento que en Febrero siempre asoma una esperanza…
Usted, Caamaño, desplegándose así, en el caracol bruñido de la honestidad para detener la sorna de los oprobios y la gusanera de la cobardía. Sin claudicar. Enhiesto y tendido sobre la aurora de un pueblo pequeño y pateado. Con usted se levantaba todo! Hasta el féretro de los cohortes y de las cofradías más acoquinadas y amargas.
Allí, sin duplicidades, estaba usted, tendiendo de decoro dos puentes colgantes de una misma causa, entre el 28 de Abril y el 16 de Febrero. Desde entonces, el mástil de acero de su nave agigantada yace imperturbable…, a pesar de los teloneros imperiales y de las gamuzas nativas con rangos de oficialidad bastarda.
¡Un engendro de Bolívar, usted, anteponiendo simplemente el mérito a la epifanía veleidosa de los rangos en subasta!
En su crisálida silenciosa, aceitunada o verde olivo, arengando un siglo de nobleza comprimida. Usted mismo, sin ataduras, ni arietes recortados de entreguismo.
¡Qué grande, don Francisco, Francis, Román, coronel! Que estatura tiene usted ahora! Y qué hora tan resplandeciente la suya. Hoy que se nublan todos los escaparates de la casa y los relojes de la felonía marcan el tiempo y la palabra.
Inmarcesible sigue usted. Incomparable ante el baldón de tantos horadados por el tufo de la lisonja y por las destempladas ruindades de los desvergonzados.
Obviando la regla de los géneros, recuperando y pariendo como hombre la honra abortada por el tropel indigno de aquella mesnada huidiza que en Febrero y Abril enterró para la eternidad su cabeza envilecida ante el altar desgarrado de la patria.
Caray, caramba, carajo! Caamaño, cuanta falta nos hace usted! Para recoger las toneladas derramadas de la dignidad vendida, de la vergüenza tasada. Contra, don Francisco! como siento respeto por usted! En esta hora, en este tiempo sin par de vaciedades políticas y complicidades repolladas.
¡Como enderezaría usted, si le tocara, el extravío cerval de la manivela dominicana!
Cuando despierto a diario, encima de la techumbre derruida de la esperanza, del estercolero y de la mancha, y de las algaras políticas de los filibusteros indecentes…del pasado y del presente, ay don Francisco, como extraño el cariz elemental de su encarnadura sencilla y humana!
Es 16 de Febrero y sé que muy pocos le recordarán como Dios manda. Incluso, muchos de sus compañeros desdeñarán tocar los recuerdos y el tesón rectilíneo de su hazaña. Más, que importa don Francisco, si he de saber que a su edad cuenta más saberse fiel que pertenecer a la comparsa…
Me será dable entender, don Francisco, que algunos hombres (como usted) han preferido morirse de la vergüenza antes que compartir la tragedia moral de los mercaderes de la patria?
No sé por qué, pero siento que en Febrero siempre asoma una esperanza…
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