martes, 11 de septiembre de 2012

Sobreviviente del 9-11:“Todos hemos pagado por lo que sucedió ese día”


“NO OLVIDO EL SONIDO DE LOS CUERPOS AL CHOCAR CONTRA EL PAVIMENTO, CUANDO LA GENTE SE LANZABA DESDE LAS TORRES”, DICE CANDIDA PERDOMO QUE TRABAJABA EN LA TORRE IISanto Domingo
Han pasado 11 años.  La voz de la dominicana Cándida Perdomo suena diferente en el teléfono, fresca, clara y alegre. “Hablamos el día del ataque, el 11 de septiembre del 2001,”, le digo. "Te estoy llamando para que me cuentes cómo ha cambiado tu vida en estos años". Cándida lanza un suspiro, “Ha sido un giro de 360 grados”, responde.
Así empezó una conversación que, por momentos, se pareció a aquella del 2001 cuando se le quebraba la voz recordando la tragedia que cambió la vida de los norteamericanos y en la que, para Cándida, “Perdimos todos, el mundo entero. Porque la crisis económica que ha afectado al mundo empezó ese día, el 11 de septiembre”, afirma.
 A ella, aquella tragedia le cobró 42 amigos, entre ellos su mejor amiga, y le dejó como secuela un diagnóstico de estrés post traumático que ha podido superar venciendo retos que la han convertido, no tiene dudas, en otra persona.
Aunque, cuando todo empezó, era solo una mañana más. Ese día ,su jefe tenía una reunión importante y Cándida llegó apresurada a su oficina en la compañía Morgan And Starleny,  de  inversionistas en la bolsa de valores, ubicada en el piso 67 de la torre número dos del Word Trade Center, donde trabajaba como asistente ejecutiva. .
A las 8:40, ella estaba frente a su escritorio donde encontró una nota que decía que la reunión había sido trasladada a otro lugar. Entonces, Cándida fue a buscar una taza de leche. Estaba de regreso  a su área de trabajo, con la taza en la mano, cuando escuchó el estruendo del primer avión que chocó contra la torre  número uno.
“El edificio se estremeció,  las luces se apagaron y se prendieron.  Miré hacia atrás, donde hay ventanas, vi humo y muchos papeles volando. Corrí hacia la ventana y, cuando me asomo, veo que el edificio tenía un hueco grandísimo. Yo gritaba: ¡Algo ha pasado en la torre uno, algo ha pasado en la torre uno!”.
Dijo que se quedó mirando por la ventana, tratando de establecer lo ocurrido, y desde allí  identificó un pedazo de la turbina del avión.  “Dije: fue un avión, mira la turbina en el piso.”
Cándida formaba parte del equipo de evacuación de la torre. Antes del ataque, hacían simulacros  con frecuencia, así que ella se preguntaba a qué se debían tantos simulacros. Además, estaba en su memoria que para  el año 1992 habían colocado unas bombas en el estacionamiento de uno de los edificios, de modo que se presumía que las torres corrían el riesgo de sufrir un ataque.  Entonces, cuando se produjo  el primer impacto, Cándida asumió su papel como responsable de evacuar su área de trabajo.
“Avisé a todo el mundo. Les decía, tienen que salir, tienen que salir.  El piso era grande, en total en la oficina éramos 350 empleados, aunque no estábamos todos. Fui a los baños y al área de cómputos para dejarle saber a los ingenieros  de sistema, que estaban dentro, que salieran porque ellos se encontraban en un área muy cerrada y no se dieron cuenta del impacto.”
A los quince minutos del primer ataque, cuando regresó al escritorio, descubrió que casi todas sus 14 líneas telefónicas estaban sonando al mismo tiempo. En la línea principal vio el número de la casa de sus padres,  estaba acompañada por dos de los managers de la oficina y les dijo que tenía que tomar la llamada. A su padre le había dado un derrame cerebral  y estaba en la casa con su tía que lo cuidaba.
“Mi tía decía: “el edificio se está quemando, tú necesitas salir de ahí”. Yo le respondí: tía yo estoy en el edifico de al lado, ya voy a salir. No llegué a enganchar el teléfono cuando explotó el otro avión dentro del edificio dos.”
Recuerda que, en ese momento,  el estruendo fue tan fuerte que  la lanzó al piso.  Uno de sus compañeros de trabajo  la agarró por la mano  y a ella le entró pánico. “Le dije: vamos a morir y él me respondió, no, no vamos a morir.”
Cuando trataron de salir por las escaleras de emergencia, las puertas estaban trabadas, no abrían. Eran tres puertas la A, la B y la C.  Intentaron con la segunda y tampoco cedió, finalmente, la puerta ubicada al otro extremo del piso donde estaban abrió y por ahí empezaron a bajar.
Después, cuando los investigadores recogieron el testimonio de Cándida, para establecer lo que había ocurrido ese día, ella entendió que un ala del avión que  golpeó la torre dos había impactado en el piso en que ella se encontraba, era por eso que las puertas no habrían.
“Cuando me senté con los  investigadores,  les dije que cuando estaba tratando de salir vi una bola de fuego  por la ventana. Al parecer,  el avión entró en picada. El investigador me dijo que era muy probable que el avión, que se estrechó contra el piso 72, haya golpeado también el 67, donde estábamos nosotros, con el ala.”
 “Habíamos bajado algunos diez pisos, cuando  empezamos a encontrarnos con personas. Pero  todas las que estaban en los pisos de encima de nosotros no pudieron salir”, sigue recordando Cándida, con una voz en donde todavía se percibe emoción y dolor.  
Cuando llegaron al lobby vio la imagen más dura que recuerda de los atentados. “Muchas personas se lanzaron al vacío.” Dice que es el peor recuerdo que tiene de ese día. “Lo peor fue el sonido de los cuerpos al estrellarse contra el pavimento. Nunca voy a olvidar eso”
La Policía les ordenaba que corrieran hacia el otro extremo. “Yo estaba agotada, cansada,  no podía respirar por el humo. Me paré. Estaba mirando la gente que se lanzaba desde lo alto de las torres.  Una policía, muy joven y rubia, me miró a la cara y me dijo “No mire, señora, corra, corra””.  Cuando cruzó la calle, el edificio se derrumbó y aquella muchacha murió junto a sus compañeros mientras ayudaba a otros a salvarse.
 A Cándida le tomó horas llegar a su casa.  Estaba sentada en el suelo llorando, pensando en sus amigos que se habían quedado en los edificios, entre ellos su mejor amiga que estaba en la torre uno. Un buen samaritano, al verla tan afectada, se ofreció a encaminarla hasta el Alto Manhattan.  Pero ella iba para el Bronx y los puentes estaban cerrados, no se permitía el tráfico. “Tienes que cruzar a pie para el Bronx”, le dijo aquel neoyorkino que, como muchos otros, ese día se atrevió a subir a su vehículo a una desconocida.
Cándida revisó su celular y vio que ya tenía señal, antes lo había intentado y no había.  “Llamé a mi casa y pude decirles que estaba viva. Mi  tía María  tomó el teléfono pero no podía creer que era yo. Preguntó tres veces, ¿es Candy, eres tú? Le dije: sí, tía soy yo, corrí, corrí.”
En ese entonces, Cándida estaba casada y su esposo fue a recogerla.  La esperaba su hija que tenía 18 meses de nacida.  Llegó a su hogar cerca de las cuatro de la tarde.  Siete horas después del primer ataque. Recuerda el mejor momento de ese día. “Lo bueno fue regresar a casa, abrazar a mi hija y evitarle mucho dolor porque pudo perder a su madre.”
Los Cambios
A partir de ese momento la vida de Cándida dio un giro de 360 grados. Emocionalmente quedó muy afectada. “Fueron demasiadas emociones encontradas, demasiado dolor. Me preguntaba, ¿por qué yo sobreviví y no esas personas que murieron allí? ¿Qué hice bien? He llegado a entender que no era mi tiempo.”
La pérdida de Cándida fue mayor porque en las torres no sólo tenía los amigos y compañeros de la empresa en la que trabajaba, sino que su anterior trabajo también había sido en el complejo, era allí donde laboraba su mejora amiga Debby Maldonado.
Durante  seis años  y medio había trabajado en Marsh & MtLennan, cuyas instalaciones estaban en la torre uno. Allí había llegado casi una niña, recién graduada de bachillerato. En el ataque murieron 292  empleados de esa compañía, de esos, 42 pertenecían al Departamento de Servicio al Japón, donde Cándida había laborado. Ella no había roto el vínculo con sus ex compañeros de trabajo pese a que llevaba ya cinco años y medio  en Morgan and  Starleny.
“Cuando me fui, ellos me apoyaron porque era un avance que me nombraran Asistente Ejecutiva. Debby supo que yo  iba atener una hija,  me hizo un baby shower. También fue a la boda de mi hermano.  Nos juntábamos a almorzar. Era mi mejor amiga.” Los restos de Debby nunca aparecieron y Cándida no entendía por qué ella había sobrevivido y otros no. Le diagnosticaron estrés post traumático. Para recuperarse, se marchó a La Florida.
“Me mudé al año de los ataques. Con la mudanza, vino mi divorcio, me divorcié dos años después  de septiembre once.”
La compañía para la que trabajaba en las Torres Gemelas, Morgan and Starleny, le siguió pagando su salario hasta que ella encontró trabajo en la ciudad de Orlando, en  La Florida, donde ya lleva viviendo diez años.  Allí una de las primeras cosas que hizo fue aprender a manejar. Tres años y medio después de los ataques, que es ahora la referencia en la vida de Cándida, entró a la universidad donde estudió una licenciatura en Administración de Empresas con especialidad en recursos humanos y administración.  Se graduó el  pasado 15 de julio.
Ahora trabaja en una compañía de defensa que presta servicio al Gobierno Federal por lo cual no puede revelar su nombre. Le preguntó si no le parece más que una coincidencia que trabaje para la seguridad del Estado, tras vivir los atentados.
“Sí, lo he pensado. Trabajar en esta compañía me da tranquilidad.  Sé que hay gente luchando por la seguridad mundial. Mi contribución en esa compañía te da un poco de alivio al dolor, sé que hay muchos que luchan porque eso no le sucede a más nadie”.
Sobre la muerte del  principal responsable de los ataques, Osama  Bin Ladem, ocurrida el año pasado, dice que le dio tranquilidad pero no en su totalidad. “Sólo era uno entre miles, que esté muerto no nos da la seguridad de que no va a ocurrir de nuevo. No podemos dar por sentado que su muerte haya dado fin a un veneno que está regado en el mundo, que es el terrorismo.”
Dice que aquella tragedia ayudó a valorar la seguridad que tenían antes. “Nos molestamos porque  tenemos que pasar por tanta seguridad y no nos damos cuenta de que lo hacen por nuestro bien”.
Dice que los ataques, en los que murieron más de tres mil personas, de decenas de nacionalidades, enseñaron a los que viven en Estados Unidos a ser más solidarios, a vivir el día a día  y entender que nadie tiene un mañana garantizado.
“Cada vez que llega esta fecha, todo el mundo se une, no sólo los que estuvimos ahí,  porque todos fuimos afectados. El colapso de la economía mundial tiene raíz en el nueve once. Todos hemos pagado por lo que sucedió ese día.”
 Dice que ha crecido como persona, como madre y como hija. “Me han salido alas donde no pensaba que tenía. Dios me ha dado la fuerza interna para no dejarme caer, pase lo que pase”, dice riendo por primera vez en toda la entrevista.
Explica que llegó a La Florida sin nada, pero ya se compró una casa y, pese a la crisis, la ha podido mantener.  “Doy gracias a Dios por un día más. No voy a desvaloriza esa oportunidad que me ha dado de continuar aquí porque fueron miles los  que no la tuvieron”.  
Pese a su marcado acento norteamericano, Cándida se confiesa dominicana de pies a cabeza. “Me encanta mi mangú, mi merengue, no hay nada como tomarse una Presidente en el patio de tu casa”. Dice que visita con frecuencia el país, hace dos años que no viene porque se centró en terminar la universidad.
Cándida  reconoce que  lo más difícil del proceso vivido, tras los ataques, fue entender por qué ella sobrevivió. “Me tomó muchos años  aceptar que estaba aquí porque Dios lo quiso así.”

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