martes, 25 de noviembre de 2014

DÍA INTERNACIONAL DE LA ELIMINACIÓN DE VIOLENCIA CONTRA LA MUJER Palabras que duelen

La violencia verbal puede aparecer por sí misma en un insulto, una palabra denigrante, una ofensa, un sobrenombre o incluso oculta tras palabras 'bonitas'.Santo Domingo
La violencia verbal contra la mujer se manifiesta de diversas maneras, pero comienza con el lenguaje sexista. Según comenta la socióloga, trabajadora social e investigadora en temas de género Mary Cantisano: “La violencia verbal inicia cuando la persona que no se menciona no existe”.
“Pienso que el lenguaje excluyente, el que no le da un tratamiento a la mujer como un ser humano igual en capacidad y en derechos que los hombres, sino que la invisibiliza o la subordina es una forma de violencia, claro que sí”, añade la comunicadora social y máster en género y desarrollo Isaura Cotes.
Expresiones
Pero el concepto va más allá. La violencia verbal puede aparecer por sí misma en un insulto, una palabra denigrante, una ofensa, un sobrenombre o incluso oculta tras palabras “bonitas”, como los piropos callejeros, o puede ser la mejor acompañante de otros tipos de violencia, como la psicológica, económica, sexual o física. Sus secuelas, independientemente de cómo se manifieste, siempre son dolorosas.
Cotes comenta que la violencia verbal consiste en expresiones que buscan degradar, humillar, descalificar a la persona que la sufre. Son expresiones que descalifican, etiquetan y ofenden a la persona a la que se dirigen, pero que también buscan generar culpas y dar un trato de “objeto” a la mujer que la sufre.
“Se habla de que no deja huellas, pero aunque no causa un moretón o una fractura, sí hay huellas y no son menos peligrosas. En investigaciones en las que he participado, mujeres han dicho que esa violencia duele más que el golpe y son marcas que nunca se quitan. La violencia verbal deja secuelas que se pueden superar enfrentándola y con mucho trabajo”, dice Cotes. 
Hay que saber decir las cosas
No se trata solo de lo que se dice, sino de cómo se dice. “Lo verbal implica varios componentes: la entonación, la fluidez, el léxico y la estructura”, señala Cantisano y advierte que muchas veces una misma palabra dicha con cariño, cuando se alza la voz adquiere tono de insulto, en especial si se trata de alguna característica física de la persona. “No siempre se entiende que con la entonación vienen actitudes, sentimientos de desprecio, rechazo, indiferencia”, añade.
Cantisano advierte que no existe un recurso legal que condene la violencia verbal propiamente, aunque sí se la considera un factor acompañante de las demás, primariamente de la psicológica.
Formación por la no violencia
Desde su rol como investigadora, a Mary Cantisano le llama la atención cómo se manifiesta la violencia verbal en las aulas y, en especial, desde maestros y maestras. Le pareció extraño que en el proceso de formación los y las docentes utilizaban ciertos calificativos con sus alumnos y alumnas y comenzó un estudio de historia de vida basado en tres preguntas: ¿de qué violencia yo fui víctima?, ¿cómo las trabajé o trabajamos? y ¿se reflejan hoy día en mi proceso de aprendizaje-enseñanza?
“Seleccionamos un grupo de 30 personas (29 mujeres y un hombre) y las historias de vida de 28 de ellas revelan que fueron víctimas de violencia física, sexual, económica, psicológica, todas tranversalizadas por la verbal”, explica la investigadora que trabaja en el Centro de Estudios de Género del Intec.
La formación
Cantisano descubrió que muchas de las cargas emocionales y frustraciones de esos profesores y profesoras, producto de experiencias violentas en su infancia o adolescencia, se manifestaban en su trato, sobre todo verbal, a los alumnos. Es posible que esos calificativos que los maestros y maestras usaron hacia los alumnos terminaran reproduciéndose entre ellos.
El punto es, según Cantisano, “que los maestros y las maestras no se desvisten de todas esas vivencias y experiencias antes de entrar al aula. Entran con todo, con su mochila de experiencias y emociones y esto se refleja en su práctica inconscientemente”, dice Cantisano.
La investigadora reconoce la importancia de la formación docente y la atención que dedica a ello el sistema educativo, pero a la vez propone que si el centro de todo es el docente, que se recuerde que este tiene una vida que necesita ser atendida. “No me sirve de nada atender la formación, el aprendizaje de las competencias fundamentales de moda, el manejo de las TIC o el enfoque constructivista sin haber realizado un trabajo personal de quien está protagonizando el proceso”.
La persona del maestro o maestra queda marginalizada, excluida, invisibilizada, su vida personal y sus experiencias son relegadas. “Hay que atender esa dimensión personal, afectiva-emotiva, de la maestra o el maestro, con interdisciplinariedad, mediante una persona del área de la psicología, del trabajo social, de la sociología, que pueda construir para la desconstrucción de esa acumulación de experiencias, y que haya un reconocimiento de que cada persona es un compendio de situaciones y debe reconocerlas para reconstruirse, y localizar  en sí mismo o en sí misma responsabilidades”, dice Cantisano.
En la pareja
Mary Cantisano comenta que por tradición el hombre recibe menos violencia verbal porque las mujeres han sido construidas para la obediencia y la sumisión. “Muchas veces inclusive la mujer víctima de violencia es responsabilizada si al defenderse utiliza también expresiones agresivas, un lenguaje verbal también violento”, dice.
Uno de los principales problemas de la violencia verbal es que muchas veces es minimizada o justificada. Isaura Cotes considera necesario reconocerla y la mejor manera de hacerlo es que la mujer se pregunte a sí misma cómo la hace sentir la frase o calificativo que le han dicho; qué emociones le provoca, y luego analizar el contenido de la frase en cuestión y la intención de esa frase, si le aporta valor como persona o tiene la intención de dañarla. 
“Cuando aparezca la violencia verbal se debe poner el límite inmediatamente, hay que expresar la incomodidad y hacer que la otra persona entienda lo que hizo. Como se haga es una estrategia que la persona va a manejar en función del momento, del contexto, si conviene plantearlo ahí mismo o luego, pero se debe plantear y desnaturalizarlo, entender que no es natural que una persona se dirija a otra de esa manera”, señala Cotes.
Al hombre se le educa para que muestre fuerza y autoridad, y una de las herramientas que se le han dado para mostrarla es el lenguaje, pues puede crear o destruir, según se use. Todo parte de ideas preconcebidas y estereotipos sociales que reproducen la desigualdad y la justifican. Las amenazas también son otra forma de violencia verbal que puede concretarse. Las amenazas de otras formas de violencia se pueden consumar arriesgando la integridad y la vida.
(+)
ELLOS AGRESIVOS, ELLAS SUMISAS
Realidad de RD:
Muchos creen que la sociedad debe constituirse en mujeres sumisas y obedientes y hombres controladores y autoritarios; Así, no se concibe que haya mujeres que reclamen sus derechos, busquen la igualdad y pongan límites; ni se conciben hombres que no irradien temor, hablen con agresión e impongan su voluntad.
“Cuando un hombre habla fuerte a una mujer con la que se tiene una relación y se refiere a ella de formas no adecuadas, es un ejercicio de violencia, un modo de decir que se tiene derechos sobre ella, pero, además, se está evidenciando una falta de otros recursos para manejar cualquier diferencia en un plano de igualdad y de diálogo”, expresa Cotes.

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