NUEVA YORK (AP) — Hace sólo tres años, Manny Ramírez tenía las puertas del Salón de la Fama abiertas de par en par. La realidad actual es despiadadamente cruel: Ramírez es un pelotero objeto de escarnio e incredulidad. En vez de generar admiración por sus increíbles dotes como bateador, el dominicano provoca lástima por el lamentable desenlace de su carrera en las Grandes Ligas.
Ramírez optó por el retiro del béisbol en vez de afrontar lo que las autoridades de las mayores describieron como un “problema” en el programa de controles antidopaje.
¿Si ya fuiste sorprendido una vez por consumo de sustancias prohibidas, por qué vuelves a caer en lo mismo? ¿Apenas dos años después de purgar una suspensión de 50 juegos? ¿Y con qué fin?
“No puedo hablar por él o saber en qué estaba pensando, pero es un poco desconcertante que hubiese seguido con lo mismo”, dijo Don Mattingly, el actual manager de los Dodgers y su coach cuando jugó con el equipo de Los Angeles entre 2008-10.
Tal vez nunca se conocerá la respuesta.
“Me sorprendería mucho si alguna vez nos enteramos qué pasó”, dijo Shawn Boborg, el coautor de una biografía sobre Ramírez. “Quizás sea que Manny tenía otra personalidad que nadie conoce”. Ahora, la discusión se centra en su legado, con opiniones encontradas.
“Es fácil darle una patada en el trasero a alguien que cae en desgracia”, comentó el venezolano Ozzie Guillén, el manager de los Medias Blancas de Chicago. “Es un gran pelotero, debe estar en el Salón de la Fama. Ese es mi punto de vista, y mucha gente saldrá a decir lo que piensa”.
Tratar de eximir a Ramírez con el trillado “Manny siendo Manny” no servirá de nada.
Y resulta evidente que otros argumentos en su defensa no podrán mantenerse a flote, como que el sitial de Ramírez en el Salón de la Fama está salvaguardado por su talento natural, que en su época no se había reglamentado el uso de sustancias para mejorar el rendimiento y que hay otra gente en Cooperstown con credenciales negativas.
Gústele o no, los que se encargan de votar para el Salón de la Fama han empezado a hacer uso de la cláusula de “integridad y carácter”.
Se trata de la corriente de opinión prevaleciente, y la esperanza para todos estos nombres es que se produzca un giro antes que pasan los 15 años de elegibilidad que tienen.
En el caso de Ramírez, las 13 temporadas con más de 100 impulsadas, los 555 jonrones (21 con las bases llenas) y su promedio de por vida de .312 son irrelevantes ahora mismo.
Tampoco los dos campeonatos de la Serie Mundial con los Medias Rojas de Boston, ni las constantes referencias como el bateador derecho más temido de su era.
Mark McGwire y Rafael Palmeiro, por ejemplo, han sido despreciados por los votantes, sideralmente lejos del 75% necesario para ingresar. McGwire recién confesó que se dopó, mientras que Palmeiro fue uno de los primeros en dar positivo.
La mera sospecha por haber jugado en la era de los esteroides basta.
Tal es el caso de Jeff Bagwell, otro estupendo bateador derecho. Nunca dio positivo por nada, siempre fue considerado un jugador ejemplar, pero Bagwell apenas sacó algo más que el 41%.
Es la duda que carcome a todos. “Ya no sabes en qué creer”, dijo Mattingly. “No sabes qué se logró a través de un trabajo fuerte y lo que se logró fue por su propio talento”.
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