“La lucha que sostuvo el pueblo dominicano contra Haití no fue una guerra vulgar. El pueblo dominicano defendía su independencia, su idioma, la honra de la familia, la libertad de su comercio, mejor suerte para su trabajo, la escuela para sus hijos, el respeto a la religión de sus antepasados, la seguridad individual. Era la lucha solemne de costumbres y principios que eran diametralmente opuestos; de la barbarie contra la civilización” (Eugenio María de Hostos).
Así retrató Hostos, civilista y educador, la gesta independista de la nación dominicana.
Hostos habló de barbarie, y no se refería solo a los 22 años de tiranía de Haití sobre nosotros, sino a la lucha de costumbres y principios “diametralmente opuestos” a los nuestros.
Con frecuencia los que califican de racismo la lucha patriótica por la independencia dominicana se revuelcan en el fango de la mediocridad, desvalorizando la dignidad de la Patria. Son unos sometidos al verdadero poder blanco de EEUU, que oprimió inmisericordemente a los negros de su país, y que, en el presente, opera estratégicamente en el control de la natalidad de los negros, para seguir reduciendo su población.
Hay gente que no conoce del racismo haitiano, más cruel aun que el racismo antihaitiano de la minoría de dominicanos, que empañan con su rechazo la justa causa de la Patria dominicana, que fuera exactamente la misma si los invasores pasados y presentes fueran blancos y ojos azules. El poder negro haitiano persiguió a sangre y fuego en su tierra no solo a los blancos, sino que exterminó hasta a los mulatos porque querían la raza negra pura... Y luego destruyeron las riquezas naturales y el aparato productivo de su país que llegó a ser más rico que el nuestro.
Sin duda, los dominicanos tenemos mejores intenciones y mejor trato con la población negra de nuestro país. Y respecto a nuestros vecinos, los ayudamos y los hemos ayudado más que nadie en el planeta. Los tratamos mejor que en su propio país. Queremos que tengan protegidos sus derechos y tengan salud, todos los que desarrollan un trabajo productivo como inmigrantes regulados, respetando la Constitución de la República.
Los acogemos en las escuelas y universidades, en las clínicas y hospitales, en nuestras plazas y calles... Y los acogemos en la Iglesia. Y debemos acogerlos, como a todo ciudadano del mundo, pero sin caer en la trampa imperial de transferir la población haitiana a la República Dominicana y ellos desentenderse del problema continental y universal que es Haití. Nos invaden sigilosamente haitianos sin ningún registro civil en su país, a través de muchos puntos de una frontera abandonada, donde medra el peaje corrupto. Aguardan el cambio de la Constitución, que presionan por todos los medios para declararse nacidos aquí.
Los cristianos amamos a los haitianos; y luchamos por sus derechos dentro y fuera de la Iglesia. Es el amor de Cristo tal como lo predicó y testimonió. Pero una cosa es que yo entregue mi amor y mi vida personal en sacrificio por el prójimo, y otra es que entregue o desampare la vida de los demás que han sido puestos bajo mi cuidado por un mandato histórico o divino. No puedo obligar a los otros a dar la vida. Ni tengo derecho a inmolar la vida ajena. Yo debo acoger al forastero, acompañarlo en su tránsito, pero no me manda el Evangelio a hacerlo a costa de la vida, los derechos y la seguridad de los que viven bajo mi custodia. No me manda a entregar la vida de mis hijos en manos del desconocido, peor aun cuando al forastero lo acompaña una historia de intenciones oscuras, violentas, al que no quieren acoger los poderosos que me quieren obligar a recibirlo. No me manda a descuidar mi propia pobreza, abonando el terreno de la disolución total de la casa que me ha costado levantar durante una historia de grandes proezas y que está a medio camino de culminar, insertando un cambio radical de paradigmas y visiones. Eso es sembrar el caos y sacar de ruta a un pueblo que lucha por la democracia y la justicia, contra la corrupción, el desorden, y contra la colonización ideológica del poder imperial.
Los hermanos haitianos son 10 millones. Y los dominicanos somos 10 millones. No me digan por candidez o desinformación óo por traiciónó que es igual otorgar la nacionalidad dominicana a un haitiano, que a un dominicano o mejicano otorgarle la nacionalidad norteamericana. O comparar la incidencia de un empleado haitiano en un trabajo que un dominicano puede realizar, habiendo una tasa de desempleo con un impacto superior al que puede tener EEUU, y a costa del presupuesto de educación y salud que se lucha por mejorar, insuficiente en las áreas vitales.
Ni somos los salvadores de la humanidad, ni podemos ser el primer país del mundo sin fronteras y sin régimen de nacionalidad, ni control de inmigrantes. No podemos ser más “papistas que el Papa”. Quien quiera luchar por un nuevo orden universal que lo impulse desde Estados Unidos o Europa. Pero no aquí, por Dios. No metan más cizaña en medio de este pueblo, no intenten quebrarle la Fe que ha cultivado, en vez de hacerla crecer, que es nuestra obligación primera.
Comprendo que un extranjero que vino ya formado no sienta la Patria dominicana en su corazón, al empresario solo interesado en sus negocios, o a quien sienta que la Patria es una utopía, o que es un sentimiento vano porque lo que importa es la Patria Celestial, lejos de lo que demuestra la Historia de Salvación del hombre. Pero es injustificable que dominicanos nacidos aquí, ligados a la historia y a la realidad dominicana de hoy, se sumen a las maquinaciones de los poderes geopolíticos y sus aliados, que abandonen el apoyo a su pequeño país y se asocien al gran poder terrenal, entre ellos los políticos ótanto del poder actual como los de oposiciónó, que solo hacen lo que les conviene para cosechar poder y ventajas de todo tipo.
Esto es solo una ayuda memoria para los que no les parece importar el tema, ni el futuro de la familia dominicana, para los que no piensan ni en la justicia verdadera, ni en los nietos, ni en los bisnietos, como no les preocupa la reserva del agua y el medioambiente. Es un llamado a los que no le rinden el debido respeto a una historia que nació con grandes sacrificios y luchas al amparo de la Providencia Divina y de nuestra Madre Santísima, una historia que no puede anularse, a menos que pretendamos borrar la obra del Señor entre los dominicanos.
En nombre de Dios se cometen en el mundo actos terroristas, masacres de inocentes, matanzas de cristianos. En nombre de Dios no podemos matar la Patria dominicana.
Nuestro Señor Jesucristo, revelándose en medio de la historia dominicana, podría decir, como si tuviera una moneda de dos caras en la mano: A LOS DOMINICANOS, su Patria terrenal, por donde peregrinan hacia la Patria celestial. A LOS HAITIANOS, lo que es de ellos, su territorio y su cultura, con la solidaridad y la Caridad de los dominicanos para ellos, y las de EEUU, Francia, Canadá, Venezuela, Cuba...
El que no defiende la soberanía dominicana ante EEUU, en su plan de lograr que RD y Haití sean una sola nación, no podrá defenderse con dignidad y posibilidades de derrotar la invasión de la nueva ideología imperial, la colonización ideológica denunciada por el Papa. Los pocos racistas antihaitianos, ciegos del alma, deben dejar el terreno libre, como lo deben dejar los que no cuidan la causa de la sobrevivencia de la Patria.
En la República Dominicana hay que hacer resistencia ligando todos los frentes. Si cedemos terreno en alguna parte, se perderá la cohesión del alma nacional que solo es posible consolidar alrededor del respeto a la soberanía nacional.
Así evitaremos que nuestro país se convierta también en inviable, en total anarquía, en un estado de delincuencia, violencia y confrontación sin límites. Queremos paz entre ambos pueblos. Y queremos bienestar para el pueblo vecino, pero no a costa de dejar morir el nuestro.
Sin lucha por la soberanía no hay fuerza para defender la Vida y la Familia. Ni siquiera negociando obtener ganancias en los otros campos de la Moral y la Creación, si se abandona la soberanía de la Nación, nada impedirá los resultados catastróficos que hemos profetizado.
Ruego a Dios que, por su misericordia infinita, para bien de la Patria y del Pueblo de Dios, nunca suceda el desastre que se va gestando por la traición de los que dirigen y controlan el Estado, y menos por la complicidad de quienes están llamados a cuidar al Pueblo Dominicano. Dios mío, obra con poder sobre los corazones y voluntades de los elegidos para proteger a tu Pueblo, para que no sean solo compasivos con otros pueblos y despiadados con el que Tú les encomendaste primero.
El autor es Diácono de la Iglesia Católica
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