Hace tiempo que Carlos dejó de enfocarse en el betún y el cepillo. Walbert y Andrés sueñan aún con la posibilidad de seguir sus pasos y dejar atrás una realidad donde quedan truncados sus sueños de infancia.
Son tres limpiabotas que han encontrado (los nombres son ficticios) un mejor fututo en la Fundación Niños Limpiabotas La Merced, ubicada en la avenida Las Palmas de Herrera.
Escuchar la risa de los niños y visualizar la luz que irradian sus ojos es gratificante, sobre todo cuando se percibe firmeza, aceptación y dignidad, pese a que han estado envueltos en el abismo.
Estas descripciones forman parte de las vidas de Andrés, Walbert y Carlos, todos con historias comunes en su oficio de limpiabotas.
Andrés saltaba y reía, no podía creer que le entrevistaban, su mirada casi hablaba, decía tantas cosas a la vez, se reflejaba un brillo especial en sus ojos. Un chico de 10 años de edad que vive junto a su madre, su padrastro y su hermano mayor en el Reparto Rosa, en Las Caobas, en una casa alquilada de block y zinc donde pagan RD$7,000 al mes cuando a veces ni siquiera hay para comer.
Tiene siete hermanos, seis en Pedernales y uno en Higu¨ey.
El padre de los imberbes murió de apendicitis hace algunos años.
Él ha tenido una infancia difícil. Está en primero de básica, pero aún así su alfabetización es casi nula. Sabe leer y escribir muy poco, pues vivió un año en Barahona con una tía por la precaria situación de su madre. Allí sólo llegó a estudiar unos meses, ya que antes de esto nunca había estado en un aula.
Actualmente asiste a la Escuela Caamaño. “No me gusta mucho porque es muy pequeña, me gustaría estar en una más grande como lo está mi hermano, él ha aprendido mucho en ella”, dice sobre el plantel escolar.
Como todo infante archiva sueños y tiene espíritu aventurero.
Le gusta jugar fútbol y le encanta simular que es un bombero, pues eso quiere ser cuando sea mayor de edad.
Se levanta a laborar desde muy temprano. Su primer trabajo fue en Barahona vendiendo leña con un primo; éstos iban a buscarla a una montaña retirada del lugar donde habitaba, llenaban sacos y así ganaban hasta RD$200 al día.
Inicios
Sin embargo, su oficio como limpiabotas comenzó el año pasado cuando regresa a la capital y encuentra a sus primos trabajando.
“Empecé en esto porque un amigo limpiabotas me comentó que era mejor trabajar que robar. Eso me puso a pensar; más tarde me regalaron una caja de limpiabotas como pago por haberle limpiado el frente de la casa de un señor de la zona. A partir de ahí, poco a poco fui equipándola con los materiales que necesitaba”, narra con precisión.
Su lugar de trabajo actual suele ser en las avenidas Núñez de Cáceres y Tiradentes. Por día puede ganar entre 100 y 150 pesos.
Afirma que cuando está de vacaciones escolares (como ahora) sale a trabajar desde las 8:00 de la mañana hasta las casi 9:00 de la noche, pidiendo bolas a los autobuses para poder ir y venir.
Es por eso que cuenta que mientras está en la calle con lo poco que va ganando se desayuna y se compra un chocolate de RD$25, y un pan dulce de RD$7.00. Al mediodía compra un chofan de RD$30 para almorzar.
Expresa que en su trabajo como limpiabotas se ha encontrado con muchas dificultades y agresiones. Le insultan e incluso ha presenciado peleas con pistolas y otro tipo de armas, además de que le han roto su limpiabotas intencionalmente.
Hace alrededor de tres meses mientras trabajaba, un carro le atropelló, causándole una herida en una de sus piernas. Es un niño que desde pequeño estuvo al borde de la muerte. A los 25 días de nacido le diagnosticaron hidrocefalia y no fue hasta los 6 años que pudo recuperarse del todo.
“Quisiera tantas cosas. Quisiera que en mi casa no cayera agua ni en la cocina ni en la habitación de mis padres. Quiero recuperar mi bicicleta, me la robaron”, manifiesta con dos lágrimas que ruedan por sus mejillas.
A pesar de todas estas adversidades es muy alegre, juguetón, honesto, inquieto, trabajador, y según se define “de carácter muy fuerte”.
Otra historia
Walbert, primo de Andrés, vive junto con su madre quien trabaja limpiando casas por paga (solo cuando la llaman), y sus tres hermanos.
Su casa, hecha de cemento, es alquilada y pagan RD$3,500 al mes. Tiene una hermana casada que vive en Los Guarícanos y dos en Barahona; él confiesa que se comunica con ellos comprando una tarjeta de RD$30 y llamándolos para decirles: ‘bendición manito’, para luego despedirse. Su padre falleció en un accidente automovilístico (fue chocado por un camión, mientras iba en una motocicleta).
Su madre también sufrió la muerte de cáncer del padre de otro de sus hijos, el mismo día en que eran velados los restos del padre de Walbert.
La relación con su padre era buena, jugaban juegos como la latica, la pelota y al escondite.
Su progenitor lo llevaba a su trabajo, quien se desempeñaba como instalador de pisos y ventanas. Estudia en el liceo Emma Balaguer, está en cuarto de básica y dice que no le gusta mucho porque le gustaría aprender más y allí no le enseñan lo suficiente.
Le gusta jugar baloncesto y béisbol.
Su trabajo como limpiabotas inicia por la inquietud porque en su casa escasamente aparecía qué comer.
“Voy a la calle para vivir. Mi madre tiene un préstamo pequeño para que podamos comer de a poquito, cuando le ayude con eso, quizás pueda ser un niño normal”, expresa con tristeza.
En su trabajo como limpiabotas en las calles ha sido asaltado con puñales y otras armas blancas para quitarle el dinero que produce.
Dice que sus padres no lo obligan a trabajar, pero cuando él ve que no cocinan en su casa, sale a trabajar para buscar la comida del día.
Cuando sea grande quiere ser cardiólogo, porque en su familia tiene una tía a quien estima mucho que sufre del corazón.
“Amiga, esto no es fácil.
Dios me ha dado fuerzas para sacar hacia delante a mi familia”, indica con nostalgia.
Nueva vida
Carlos, de 16 años de edad, tiene una madre que trabaja como ama de casa, pero en estos momentos no hace nada porque cuida de sus hijos más pequeños: dos gemelos de tres años.
Su padre es colaborador de limpieza en el Ayuntamiento de Santo Domingo Oeste.
Actualmente viven en el Batey Bienvenido, en Manoguayabo, en una casa propia construida con madera y zinc.
Tiene 11 hermanos. Cinco son de padre y madre y seis por parte de su progenitor.
Él decidió laborar porque cuando él le pedía a su padre ropa y calzado, éste le decía que no tenía dinero. Es cuando él le contesta que no puede andar sucio y descalzo en la calle. Entonces comienza a trabajar.
Su madre doña Rosa cuenta que Carlos es un hijo bueno, respetuoso y que le dice que cuando él sea grande quiere ser ingeniero automotriz.
Actualmente, asiste a un taller de mecánica donde dice que trabaja sin paga, pero que lo hace porque quiere aprender para ser un buen profesional. Este lugar está en “La Venta” y afirma que llega en “bola”.
UNA LABOR SOCIAL QUE ENORGULLECE
La realidad de estos niños que trabajan a una edad tan temprana cuestiona a los entes sociales, económicos y gubernamentales que suelen acudir a razones externas para justificar los fracasos de sus estrategias de desarrollo.
Por suerte existen fundaciones como “Niños Limpiabotas La Merced”, que se empeñar en cambiar la existencia de estos chicos.
Este último (Carlos) está caminando en ese proceso.
“Ya no trabajo como limpiabotas. La vida me ha cambiado. Antes tenía que ahorrar desde enero hasta diciembre para comprar ropa, en mi presente no es así porque la Fundación da soporte a mí y a mi familia.
Yo quisiera que otros niños tengan esta oportunidad pero soy de los pocos que se puede ayudar, pues la Fundación no tiene muchos recursos y también pocos padres son como los míos, que han entendido que la infancia no es para trabajar. Aunque soy un jovencito, ahora es cuando me siento niño porque es hoy cuando puedo jugar a plenitud, que puedo ser yo mismo. Cuando termine mis estudios quiero ser voluntario.
Anhelo ayudar a terminar la misión que han comenzado conmigo”, aclara Carlitos.
Este jovencito confirma que su paso por esta entidad ha sido de dicha porque “me ayuda a ser un hombre de bien en el mañana. Aún hay días en que no hay qué comer.
Si no hay comida esperamos a las siete de la noche a que mi padre llegue con lo que pudo conseguir del día, entonces comemos”.
Walbert y Andrés no tienen la suerte de no volver a las calles. No obstante, concluyen: “Mi vida en la Fundación me ha hecho crecer como persona y ha sido una excelente experiencia para mi persona, todos hemos conocido de Dios en este espacio. Yo participo en el taller de baile y he aprendido a bailar y a soltarme”, clama con alegría el primero.
“Antes de entrar a la Fundación me sentía muy mal y ahora que estoy ahí, me siento muy bien. Me gusta más jugar que trabajar, y he aprendido en a pintar, a dibujar y a bailar”, expresa Andrés.
La Fundación Niños Limpiabotas La Merced está ubicada en la avenida Las Palmas número 7, en el sector Herrera del municipio Santo Domingo Oeste. El teléfono es (809) 620-9905.
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