En la capilla del siglo XVI, que formó parte del Hospital San Nicolás de Bari y está hoy integrada a la moderna Iglesia de la Altagracia, en 1842 ocurrió un milagro: la sanación de una paralítica. A ojos vista, de este hecho no hay placa alguna que lo recuerde. La busqué cuando hace unos días entré a visitarla con mi hijo Alexis.
Cuenta la historia que el 6 de mayo de 1842 Ana María Galbea, una mujer pobre, paralítica desde hacía ocho o nueve años, quien era de Puerto Rico y vivía en Santo Domingo de la caridad pública, pidió a su hijo, Elías Polanco, llevarla con urgencia a la capilla de Nuestra Señora de la Altagracia, porque se le había aparecido la virgen instándola a ir a su templo y que hiciese allí oración. Le había prometido que recobraría la salud, y que tan pronto la recuperase debía anunciar un gran castigo y llamar a penitencia.
En una carretilla de manos la llevó el hijo a la capilla. A los pocos minutos, de repente se levantó por sí misma y salió corriendo por las calles de la ciudad diciendo: “Pidan misericordia y hagan penitencia, que viene un castigo muy grande”. A las 5:25 de la tarde del día
siguiente, sábado, ocurrió el terrible terremoto de 1842. La profecía se había cumplido. (Los datos, tomados del libro Iglesias, Capillas y Ermitas Coloniales por María Ugarte, proceden del segundo tomo de la Historia Eclesiástica de la Arquidiócesis de Santo Domingo, por Carlos Nouel).
Cuna de la devoción
Antes de construirse el templo del Hospital San
Nicolás se levantó la capilla, sobre el lugar que ocupó el bohío de la negra que curaba enfermos. Fray Cipriano de Utrera concluyó que “por lo que toca a la isla”, la devoción a la Virgen de la Altagracia es en Santo Domingo tan antigua como la ciudad y, por lo tanto, donde está la cuna de esta devoción en nuestro país. La pervivencia de esta capilla fue posible por haber sido comprada en 1899 por Lea de Castro Henríquez. De otro modo hubiera sido destruida como el hospital.
Elementos originales
Entre los elementos originales se conservan en la capilla, según cita María Ugarte, ‘una bóveda de crucería en ladrillo con acusada nervadura que arranca de haces angulares de piedra, terminados en ménsulas hermosamente trabajadas’. Su portada del siglo XVI puede verse hacia la calle Mercedes.
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