EFE
Kendy, Marina, Judith, Aima... y cientos de nombres más. Todos inmigrantes haitianos en República Dominicana, todos con su historia, cada una diferente, pero todas son la misma y convergen en una misma fila frente al Ministerio de Interior y Policía dominicano.
Solo les quedan unas horas para regularizar su estatus migratorio en el país, y cientos de ellos permanecen aguardando, muchos desde hace días, con la esperanza de acceder, en tan exiguo plazo, al Plan Nacional de Regularización de Extranjeros que hoy expira.
Kendy lleva desde el sábado durmiendo junto a la verja para no perder su turno. Lleva 15 años en el país, aquí aprendió el oficio de "abaniquero", ha formado una familia, y teme la repatriación por sus cinco hijos, nacidos y criados en el país como dominicanos.
De hecho, Kendy no tiene a nadie en Haití, "toda mi familia está aquí, mi futuro y mi trabajo están aquí, y no se qué va a pasar si me mandan a allá, donde no puedo defenderme de nada".
"¿Qué puedo hacer allí, más que meterme a robar? se lamenta con un profundo sentimiento de desamparo, del que culpa al presidente haitiano, Michel Martelly. "Él no está haciendo nada, a los que estamos aquí no nos tiene ningún respeto, nos tiene abandonados, no se preocupa por nosotros".
Al igual que el resto de sus compatriotas, no duda en denunciar que los responsables de permitir el acceso a las oficinas no les llaman, no les dejan entrar aunque cuenten con la documentación necesaria para inscribirse en el plan. El motivo, dicen, es el dinero, aunque el proceso, oficialmente, es gratuito.
Uno tras otro, explican lo mismo con diferente grado de desesperación o indignación: hay personal que está haciendo negocio con el futuro de gente vulnerable y sin recursos. Desde 1.000 a 2.500 pesos por acceder al recinto, cumplir con el proceso y no verse abocados a regresar a un país del que ya no tienen sentimiento alguno de permanencia.
"Como nosotros no tenemos cuartos, no tenemos a nadie, nunca nos llaman. Si tienes mil pesos o un jefe grande, puedes entrar, si no, nos dejan aquí, como a animales, nos tratan como si fuéramos perros", explica el inmigrante, apesadumbrado.
Lo mismo relata Judith, "todos los días nos dicen que mañana vamos a pasar, pero nunca entramos, si no tienes cuartos para pagarles, la gente que está en la puerta" no te deja entrar.
Después de diez años en el país, y con dos niños a los que criar, lleva varias noches durmiendo en el suelo, sin moverse del sitio ni para hacer sus necesidades, y pasando hambre. Aunque tiene familia en Haití, si la deportan, no sabe dónde irá, ni de qué vivirá.
Marina lleva desde el 28 de mayo esperando para acceder a la oficinas de regularización, y aunque también tiene familia en su país, dice que después de quince años en República Dominicana, "yo ya no soy igual que cuando me fui, todo ha cambiado mucho".
Aún así, las largas jornadas de espera han podido con su ánimo, y hace acopio de resignación para seguir el consejo de su madre, que viendo la situación desde el país vecino le recomienda que coja sus cosas y se marche.
Al otro lado de la verja, los testimonios no son tan dramáticos. Muchos haitianos aguardan su turno dentro del recinto, aunque fuera del edificio pero, curiosamente, la mayoría de ellos son cañeros. Después de toda una vida trabajando en los ingenios azucareros del país, el Gobierno les ha dado ciertas facilidades, así que confían en regularizar su situación y la espera no es tan agónica.
Con sus papeles en la mano y rodeada de otros trabajadores de la caña, Asima cuenta que sus padres la trajeron "siendo chiquita", y no conoce a su familia en Haití ya que, en 60 años, no ha salido de República Dominicana.
Como ella, una compañera de fila cuenta cómo ha dejado sus fuerzas aquí, trabajando en los ingenios azucareros durante 44 años; no tiene nada ni a nadie en su país de origen, pero al menos cuenta con la ayuda de su patrón, "porque sin el patrón, no podríamos estar aquí, sin él estaríamos ahí fuera con los otros haitianos", dice.
Para, esos, los de fuera, las esperanzas son casi nulas. Sus respectivas historias en República Dominicana se diluirán en una sola, común a todos ellos. La historia de los deportados que una vez estuvieron a punto de ser ciudadanos dominicanos.DE EFE
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