Hacinadas. Así viven todavía en un salón del Centro Comunitario Capilla San José, en el sector Los Mina, 10 familias que fueron desalojadas de la vieja Barquita en octubre del 2016 durante el ciclón Mathew.
En ese lugar, que no cuenta con las más mínimas condiciones de higiene y salubridad, conviven 40 personas, 20 adultos y 20 niños, a la espera de que el gobierno vaya en su auxilio.
Sus casas fueron derribadas, por lo que reclaman un techo para no estar apilados. Solicitan que, mientras los reubican en otro lado, les suministren al menos alimentos de los Comedores Económicos.
El área tiene dos baños, pero ahora solo están siendo utilizados para asearse, porque las tuberías están dañadas, por lo cual defecan en una cubeta, cuya materia fecal lanzan en una cañada próxima que desemboca en el río Ozama, lo cual se convierte en un problema porque están contaminando las aguas.
En el alberque tienen 10 camas, la mitad de ellas se mantienen arrinconadas en la pared durante el día para poder tener espacio para caminar y hacer algunas labores caseras. Los pocos ajuares que conservan las 10 familias están prácticamente arrinconados.
Ninguna pareja tiene privacidad, porque el salòn no tiene ningún tipo de división. Por la precaria situación económica, a las familias se les dificulta conseguir el sustento de cada día. Pero se quejan de que tampoco reciben apoyo del gobierno.
“Aquí no viene nadie, ni una agu¨ita nos traen, que nos traigan comida aunque sea de los comedores económicos”, reclama la señora Cruz García, quien vive en el refugio junto con su marido y ocho nietos que le ha tocado criar.
García narró que con los pocos recursos que consiguen las familias que trabajan preparan comida y la comparten para todos, porque con el tiempo que llevan viviendo juntos ya se tratan como hermanos.
“Yo no me he vuelto loca porque Dios es grande”, cuenta la señora Cruz García, de 52 años, quien no trabaja, porque está enferma.
Padece de cáncer de tiroides, es diabética y hace dos años que sufrió un accidente de tránsito que la dejó con lesiones en una pierna.
Su marido es un chofer de carro público. Aunque su casa fue derribada, le han dado una, pese a que le entregaron un código para reubicarla en la nueva Barquita.
Cinco de los ocho nietos que tiene la señora son de una hija que se separó del marido después que esté fue encarcelado.
García dice que reside en La Barquita desde hace 3 2años, donde tenía su vivienda de tres habitaciones. Cree que la casa que le correspondía en el proyecto que construyó el gobierno para los desalojados de La Barquita se la dieron a otra persona.
Expresa que las autoridades le prometieron que iban a ser llevadas a la Nueva Barquita, pero ya llevan cinco meses en ese refugio, donde nadie se acuerda de ellos.
Conserva un documento físico pegado en un pedazo de cartón, con el código que le fue asignado, número H0014. García pidió a los reporteros de Listín Diario que le den vueltas a ver si las autoridades sacan esas familias de ese refugio, porque “estamos desesperados”.
(+) LOS NIÑOS ESTÁN DESPROTEGIDOS
PRECARIEDADES: En la capilla San José de la Vieja Barquita también vive la joven María Fernanda Sánchez, de 18 años de edad, con sus tres hijos. Uno de los niños tiene cinco años de edad, el otro tres años, y el menor cuatro meses, el cual apenas tenía 27 días de nacido cuando ella fue llevada e ese albergue en octubre del año pasado.
PRECARIEDADES: En la capilla San José de la Vieja Barquita también vive la joven María Fernanda Sánchez, de 18 años de edad, con sus tres hijos. Uno de los niños tiene cinco años de edad, el otro tres años, y el menor cuatro meses, el cual apenas tenía 27 días de nacido cuando ella fue llevada e ese albergue en octubre del año pasado.
Sánchez nunca ha trabajado. Su marido vive de labores informales. Narra que su esposo conchaba en un motor, pero no continuó trabajando porque le robaron el vehículo.
Dice que luego se dedicó a buscar varillas para venderlas, pero que tuvo que interrumpir esa labor porque delincuentes le propinaron dos puñaladas para atracarlo.
Expresa que allí las familias colaboran entre sí con los alimentos. “Aquí nadie nos trae nada”, se queja. Sánchez. Abriga la esperanza de que el gobierno acuda en su auxilio. Dice que le asignaron un código, cuyo número dice que es AAV05.
Aunque expresa que el papel se le perdió, porque estaba pegado en una puerta que fue destruida, lo recuerda de memoria.
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