Para las hermanas de clausura Carmelitas Descalzas, tener la responsabilidad de elaborar las hostias es una bendición de Dios, por lo que lo hacen con alegríaAlas ocho de la mañana se encienden las planchas en las que se preparan las “formas” que luego se convertirán en hostias. El proceso empieza justo después de que las hermanas de clausura, Carmelitas Descalzas del Monasterio Santa Teresa de Jesús, asisten a misa y terminan sus primeras oraciones de la mañana.
Sor Ana Julia Suriel prefiere mezclar los ingredientes a las seis de la mañana, antes de ir a misa, cuando se trata de fechas como Navidad, Adviento o Cuaresma, porque la demanda se duplica.
Harina de trigo y agua bien fría bastan para crear la pasta con que se fabrican las “formas”, el nombre con que se denomina el pan eucarístico antes de ser consagrado.
El sonido de las tres batidoras eléctricas, el zumbido de la plancha y de la cortadora rompen el silencio solemne del monasterio hasta las 12:30 del mediodía, cuando las tres hermanas que tienen a su cargo elaborar el pan han mezclado ya unas cien libras de harina y cortado unas 40 mil hostias.
Cada semana las religiosas despachan 200,000 unidades de hostias, de las que 180,000 son adquiridas por la arquidiócesis de Santo Domingo. El resto las procuran sacerdotes de otras diócesis del país y de Haití.
Monseñor Benito Ángeles Fernández, coordinador del Centro de Formación Integral Juventud y Familia, explica que cada una de las doce diócesis que componen la Iglesia católica tiene una congregación de monjas que prepara las hostias.
Apunta que cada diócesis demanda en promedio 125,000 unidades a la semana, lo que significa que aproximadamente comulgan un millón y medio de católicos en las 560 parroquias que hay en el país.
“Ahora en Navidad esto fue increíble, la cantidad de personas que fueron a la iglesia, que comulgaron, que se acercaron a Jesús. Yo lo sé, porque tuve que trabajar bárbaramente.
La producción aumentó casi al doble”, dice sor Ana Julia.
Encima del hábito marrón se acomoda un delantal, para evitar cubrir de harina la sagrada vestimenta. Sin embargo, es inevitable que el polvillo blanco se asiente en el velo negro y hasta las cejas de las monjas.
La sala donde se preparan las hostias es espaciosa, de unos 7x4 metros. Tiene amplios ventanales que dejan pasar la luz del sol y la brisa de invierno, pero aun así hace calor y el sudor no cesa en las hermanas porque ellas no paran supervisando que las máquinas funcionen correctamente.
Están pendientes de echar los ingredientes y graduar las máquinas para que la oblea salga con el grosor y la textura adecuados.
Ninguna se sienta hasta que el proceso termina con la distribución manual de las hostias en paquetes de 1,000 unidades de tamaño pequeño, que tiene un costo de 200 pesos; y 50 de las grandes, que se venden a 100 pesos.
Las religiosas laboran con una alegría contagiosa y concentrándose por momentos en la oración. “Este es el trabajo más hermoso que tenemos.
Durante la preparación yo pienso en las personas que van a recibir el cuerpo de Cristo y cómo esto se convierte en pan de vida para tantas almas”, expresa sor Margarita Frías.
“Cada hostia se convierte en el cuerpo de Jesús y a cada una de nosotras nos conmueve este trabajo. Una se siente motivada a orar por la persona que lo va a recibir y porque no sea profanada”, agrega Ana Julia.
Ellas invierten en la compra de la harina. Debido a los apagones, la mayor parte del tiempo utilizan planta eléctrica, lo que se traduce en un gasto de unos 40 mil pesos mensuales en gasoil. Las hostias llevan plasmadas diferentes imágenes de cruces y una que identifica al Monte Calvario, donde Jesús murió.
Es un pan sin levadura que no tiene sabor. Para comulgar en la eucaristía, la persona debe estar en paz consigo misma y con los demás. Ese acto significa recibir el amor de Cristo, lo que proporciona gozo a los católicos.
Hostia consagrada
Las monjas venden las hostias que preparan sin distinción de personas, porque no están consagradas. Esa condición sagrada la adquieren cuando en el altar el sacerdote pronuncia la oración consagratoria en la eucaristía.
Los restos de hostias ellas se los dan a personas pobres que lo pidan, quienes suelen triturarlos y mezclarlos con leche para comer. También sirven de alimento para conejos, gallinas y cerdos.
Monseñor Benito Ángeles, también párroco de la iglesia San Antonio de Padua, en Gazcue, explica que la hostia se recibe en el altar como un simple pan y que su fuerza la adquiere cuando el sacerdote -que se convierte en “otro cristo” al celebrar eucaristía- realiza una memoria como lo hizo Jesús el día de la última cena.
El sacerdote realiza la consagración cuando pronuncia “Tomen y coman, este es mi cuerpo que será entregado por ustedes”, en ese momento se produce lo que teológicamente se denomina transubstanciación.
“Eso significa que una vez el poder del sacerdote actúa con el poder de la palabra, que le ha sido dada por su consagración sacerdotal, entonces el pan que era pan deja de ser pan y se convierte en el cuerpo de cristo”, expone monseñor Ángeles. l
Tras una vida de silencio y oración
La Orden del Carmen nace en el Monte Carmelo, al norte de Judá, hace ocho siglos. Llegó al país a principios de la década de 1950. La Orden se gana su sustento con la elaboración de hostias, la confección de vestiduras litúrgicas y otras actividades propias de la Iglesia. El espíritu de esta congregación es estar en intimidad con Dios. Oran ante todo, meditan día y noche la palabra de Dios por medio de la oración silenciosa y personal. Las hermanas están abiertas a recibir a quienes desean unirse a su misión de servir a Dios. El Monasterio Santa Teresa de Jesús se ubica en el Residencial Loyola, Santo Domingo Oeste; teléfono (809)530-2786.
Sor Ana Julia Suriel prefiere mezclar los ingredientes a las seis de la mañana, antes de ir a misa, cuando se trata de fechas como Navidad, Adviento o Cuaresma, porque la demanda se duplica.
Harina de trigo y agua bien fría bastan para crear la pasta con que se fabrican las “formas”, el nombre con que se denomina el pan eucarístico antes de ser consagrado.
El sonido de las tres batidoras eléctricas, el zumbido de la plancha y de la cortadora rompen el silencio solemne del monasterio hasta las 12:30 del mediodía, cuando las tres hermanas que tienen a su cargo elaborar el pan han mezclado ya unas cien libras de harina y cortado unas 40 mil hostias.
Cada semana las religiosas despachan 200,000 unidades de hostias, de las que 180,000 son adquiridas por la arquidiócesis de Santo Domingo. El resto las procuran sacerdotes de otras diócesis del país y de Haití.
Monseñor Benito Ángeles Fernández, coordinador del Centro de Formación Integral Juventud y Familia, explica que cada una de las doce diócesis que componen la Iglesia católica tiene una congregación de monjas que prepara las hostias.
Apunta que cada diócesis demanda en promedio 125,000 unidades a la semana, lo que significa que aproximadamente comulgan un millón y medio de católicos en las 560 parroquias que hay en el país.
“Ahora en Navidad esto fue increíble, la cantidad de personas que fueron a la iglesia, que comulgaron, que se acercaron a Jesús. Yo lo sé, porque tuve que trabajar bárbaramente.
La producción aumentó casi al doble”, dice sor Ana Julia.
Encima del hábito marrón se acomoda un delantal, para evitar cubrir de harina la sagrada vestimenta. Sin embargo, es inevitable que el polvillo blanco se asiente en el velo negro y hasta las cejas de las monjas.
La sala donde se preparan las hostias es espaciosa, de unos 7x4 metros. Tiene amplios ventanales que dejan pasar la luz del sol y la brisa de invierno, pero aun así hace calor y el sudor no cesa en las hermanas porque ellas no paran supervisando que las máquinas funcionen correctamente.
Están pendientes de echar los ingredientes y graduar las máquinas para que la oblea salga con el grosor y la textura adecuados.
Ninguna se sienta hasta que el proceso termina con la distribución manual de las hostias en paquetes de 1,000 unidades de tamaño pequeño, que tiene un costo de 200 pesos; y 50 de las grandes, que se venden a 100 pesos.
Las religiosas laboran con una alegría contagiosa y concentrándose por momentos en la oración. “Este es el trabajo más hermoso que tenemos.
Durante la preparación yo pienso en las personas que van a recibir el cuerpo de Cristo y cómo esto se convierte en pan de vida para tantas almas”, expresa sor Margarita Frías.
“Cada hostia se convierte en el cuerpo de Jesús y a cada una de nosotras nos conmueve este trabajo. Una se siente motivada a orar por la persona que lo va a recibir y porque no sea profanada”, agrega Ana Julia.
Ellas invierten en la compra de la harina. Debido a los apagones, la mayor parte del tiempo utilizan planta eléctrica, lo que se traduce en un gasto de unos 40 mil pesos mensuales en gasoil. Las hostias llevan plasmadas diferentes imágenes de cruces y una que identifica al Monte Calvario, donde Jesús murió.
Es un pan sin levadura que no tiene sabor. Para comulgar en la eucaristía, la persona debe estar en paz consigo misma y con los demás. Ese acto significa recibir el amor de Cristo, lo que proporciona gozo a los católicos.
Hostia consagrada
Las monjas venden las hostias que preparan sin distinción de personas, porque no están consagradas. Esa condición sagrada la adquieren cuando en el altar el sacerdote pronuncia la oración consagratoria en la eucaristía.
Los restos de hostias ellas se los dan a personas pobres que lo pidan, quienes suelen triturarlos y mezclarlos con leche para comer. También sirven de alimento para conejos, gallinas y cerdos.
Monseñor Benito Ángeles, también párroco de la iglesia San Antonio de Padua, en Gazcue, explica que la hostia se recibe en el altar como un simple pan y que su fuerza la adquiere cuando el sacerdote -que se convierte en “otro cristo” al celebrar eucaristía- realiza una memoria como lo hizo Jesús el día de la última cena.
El sacerdote realiza la consagración cuando pronuncia “Tomen y coman, este es mi cuerpo que será entregado por ustedes”, en ese momento se produce lo que teológicamente se denomina transubstanciación.
“Eso significa que una vez el poder del sacerdote actúa con el poder de la palabra, que le ha sido dada por su consagración sacerdotal, entonces el pan que era pan deja de ser pan y se convierte en el cuerpo de cristo”, expone monseñor Ángeles. l
Tras una vida de silencio y oración
La Orden del Carmen nace en el Monte Carmelo, al norte de Judá, hace ocho siglos. Llegó al país a principios de la década de 1950. La Orden se gana su sustento con la elaboración de hostias, la confección de vestiduras litúrgicas y otras actividades propias de la Iglesia. El espíritu de esta congregación es estar en intimidad con Dios. Oran ante todo, meditan día y noche la palabra de Dios por medio de la oración silenciosa y personal. Las hermanas están abiertas a recibir a quienes desean unirse a su misión de servir a Dios. El Monasterio Santa Teresa de Jesús se ubica en el Residencial Loyola, Santo Domingo Oeste; teléfono (809)530-2786.
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