Como un “un negocio de subsistencia” lo consideran muchos. A pesar de la crisis en la venta del libro, este comercio cultural todavía encuentra quienes creen en él y se dedican a no dejarlo morir.
Será un vicio malo o bueno, pero esas personas están llenas de buenas intenciones. Talvez no sepan hacer otra cosa en la vida, pero tienen olfato. Vender libros es “un delito noble.”
La historia
No se sabe la fecha exacta cuándo empezó en la calle El Conde la venta informal del libro. En los años 80 y 90 el comercio callejero era la competencia de las librerías Blasco, Instituto del Libro, América, Avante, entre muchas otras.
Hoy esas grandes librerías han desaparecido pero los comerciantes de la calle aún quedan. El caminante puede encontrarlos en el mismo lugar que cuarenta años atrás. Con ofertas novedosas y precios asequibles. Talvez los comerciantes aparezcan con rostros más juveniles, o con pretensiones literarias, pero siempre provenientes del mismo plan: La pasión por el libro.Entre el consumismo que ofrecen sus tiendas con las últimas tendencias de la moda; restaurantes turísticos, el encuentro entre la modernidad y lo antiguo de su arquitectura, los pregoneros, y el gran flujo de personas que transita diariamente por la calle El Conde, se encuentra Daniel Astacio, vendedor de libros usados por más de treinta años.
Con su mesa atiborrada de libros, en bajo perfil y con uno que otro cliente debatiendo las obras que forman parte de su arsenal, estos comerciantes del libro expresan que a pesar de los obstáculos, gracias a la venta de libros usados han podido mantener a sus familias.
Testimonio de un librero
“Es a lo único que me he dedicado a tiempo completo y el único oficio que sé”, relata Daniel Astacio.
Para él, el mayor obstáculo que ha tenido que enfrentar en todos sus años en el negocio ha sido el advenimiento de la tecnología. “Cada día se lee menos en este país”, se lamenta.
Aunque dice que hay días en los que no vende ni un libro, sus clientes, nunca lo han desamparado. “Los libros que más me compran son los de historia dominicana y universal”, expresa.
En ese mismo oficio, a solo cuadras de la Calle El Conde, se encuentra el joven vendedor Miguel Liranzo. Se inició a finales de los noventa, primero en las aceras de la avenida Mella hasta que se mudó a un pequeño local prestado donde almacena las obras que van desde los clásicos hasta ‘bestsellers’ contemporáneos.
“Esto es un negocio de subsistencia y de reciclaje”. Miguel, añora los tiempos donde vender libros reciclados era rentable. “Cuando yo empecé se vendía de todo, desde paquitos, revistas, novelas. Ahora, a menos que sea un libro de un autor muy famoso tipo García Márquez y Paulo Coelho no se vende”, dice.
El vendedor que además es escritor, relata que empezó con muchas dificultades vendiendo sus propios libros por necesidad. Incluso llegó a tener hasta problemas con la ley. “En varias ocasiones el ayuntamiento me confiscó la mercancía y tenía que pagar una multa para sacarla porque para ellos obstaculizaba el espacio público”, declara.
Los libreros de la calle consiguen la mercancía comprando en bibliotecas privadas. También lo hacen al por mayor a personas que se quieren deshacer de sus libros. “Hay personas que cuando tienen una cantidad acumulada de publicaciones y quieren deshacerse de ellos y nosotros las aprovechamos, pero siempre las compramos usadas, porque no podemos adquirir las novedades por sus altos costos. También aparecen quienes se nos acercan para preguntarnos si compramos libros”, confiesa.
Miguel explica que al no existir una cultura de lectura en nuestro país los mismos clientes de hace veinte años, son los mismos que le siguen comprando en la actualidad. Con respecto al público joven, este opina que de cien posibles clientes solo cinco compran libros físicos. “A pesar del auge de los Ebooks o libros electrónicos aún existe un pequeño segmento de la sociedad que todavía compra libros físicos.”
Con el fenómeno de los cierres de las librerías, se podría pensar que le ha beneficiado a los libreros de la calle, pero ha tenido un efecto inverso. “Los libreros informales vivimos del reciclaje de los libros que la gente rica desecha, entonces, si ellos no encuentran donde comprar, ¿a quién le compramos? Me he pasado hasta tres meses con los mismos libros y no encuentro quien me venda nada nuevo. Si los ricos no botan nosotros no compramos. Es una cadena. Esa es la razón por la que la gente está recurriendo a los libros electrónicos”, alega.
Miguel ve el futuro del libro físico incierto. Por la razón de que no existe ninguna política desde el estado para incentivar a los libreros y motivar a los jóvenes que lean, por eso plantea que se necesitan planes desde el Ministerio de Educación, como implementar que los alumnos lean una obra semanalmente. “De lo contrario estamos destinados a desaparecer”, concluye.
Al igual que los demás, Elías P. Martínez también vive la misma situación del poco consumo del libro usado. Para poder tener más ingresos, ha tenido que recurrir a vender sombreros porque “El libro pasó la historia”, de esa forma tan drástica se expresa cuando al tema se refiere. Lleva más de 48 años en el negocio y recuerda con nostalgia la época dorada del libro.
“He sobrevivido porque hace 10 años me prestaron un localcito y aquí también puedo vender los sombreros” porque con los libros hay días que no paso de vender solo cien pesos y con pérdidas porque a veces cuestan 150 o 200 y debo dejarlos más baratos para que se los lleven.”
“Lo he perdido casi todo”, asegura. Antes le iba bien en la temporada de regreso a clases, a tal punto de que podía darse el lujo de ir todos los días a un almacén a comprar libros escolares. “El panorama ya no es el mismo, los padres ya no le compran libros a los hijos para que hagan sus tareas en la Internet, pero no se dan cuenta del daño que les hacen.”
“Los libros que más se vendían eran los históricos y de derecho, pero ya ni esos se leen”, se lamenta.
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