Juan Bosch, a sus 35 años de edad, le envió desde su exilio, en La Habana, Cuba, una valiente y dura carta pública al dictador Rafael Leonidas Trujillo, en la que calificaba su régimen como una situación propia de bestias y de terror que empobrecía, corrompía y denigraba a todos los dominicanos, pues los hacía desdichados y les esclavizaba.
Esta misiva con fecha del 26 de julio de 1944, le motivaba la indignación e impotencia por el apresamiento de su padre José Bosch por la tiranía, en represalia a las ideas de libertad de Juan.
Temeroso de que a su padre pudiera sobrevenirle algo más tarde ñporque sabía “el número que calzaba Trujillo”ñ dirigió la carta teniendo como destinatario al “señor dictador de la República Dominicana”.
Este escrito y numerosos otros publicados por las revistas Bohemia y Carteles, y el periódico Quisqueya Libre, la mayoría desconocidos por los dominicanos, fueron compilados en el año 2010 en el libro de dos tomos “Juan Bosch en Cuba” por el profesor Luis Céspedes Espinosa, de la Universidad de La Habana, con el auspicio de la Fundación Global Democracia y Desarrollo (Funglode).
Bosch, quien logró salir al exilio a Puerto Rico en 1938, tras resistirse a mantener cargos en la dictadura de Trujillo, se estableció en Cuba en 1939, durando más de 20 años fuera del territorio dominicano. Allí continuó una prolífera y profunda actividad intelectual, caracterizada por la denuncia de los atropellos de los regímenes fuertes de América Latina, principalmente de su país.
En Cuba fundó el 5 de julio de 1939 el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), actualmente la principal fuerza opositora en el país. Renunció a esa organización y en diciembre de 1973 fundó el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), hoy en el gobierno, al igual que en otras dos ocasiones anteriores bajo el liderazgo del presidente Leonel Fernández.
¡Gracias, cubanos!
“Por tercera vez inicio este artículo. Nunca me había pasado antes, pero nunca antes había tenido que ser objeto periodístico de mí mismo, y espero no tener que serlo de nuevo en el porvenir”, escribió.
Dijo que por fuerza debía utilizar esa columna para llevar su gratitud a todos los que hicieron cosa suya el empeño de librar a su padre de la cárcel trujillista.
Agradeció al doctor Santiago Claret por su editorial “Rehenes en nuestra propia América”. También, a los redactores de mesa y a los reporteros de todos los periódicos que se interesaron por el caso.
“Quisiera mencionar una por una a todas las plantas de radio que trataron editorial o periodísticamente el incidente. Quisiera dar, sin que faltara uno solo, los nombres de los que enviaron cables al gobierno dominicano reclamando la libertad de mi padre”, agregó.
Se refería a las personas que le expresaron su disgusto y asombro, a los amigos que acudieron al teléfono o a los que se apresuraron a escribirle.
Pero insistía en que no podía hacerlo. Al público, señalaba, no le interesaban los sentimientos privados del periodista y como asunto periodístico la prisión de su padre fue tratada ampliamente.
Para decir lo que sentía no le eran suficientes las palabras, por lo que atinaba a decir solo dos: “Gracias, cubanos”.
Sobre la carta
“He recibido un cable de mi padre en el cual me dice que se haya en su hogar. Interpretando de la manera más benévola para usted el sentido de las palabras que pueden ser usadas en el país, las de mi padre significan que está ya en libertad”, reseña el primer párrafo de la comunicación.
Le expresó que con ser buena esa noticia no le tranquilizaba del todo. “Conozco sus métodos, señor Trujillo. Sé que Jesús María Patiño y Rigoberto Cerda ñpara mencionar solo dos nombresñ desaparecieron misteriosamente después de haber sido indultados por usted con bombos y platillos”, señaló.
Le comunicó que sabía que Tomás Ceballos Martínez, del grupo anterior, murió poco después apuñalado por un desconocido.
“Sé que un pastor protestante norteamericano fue acuchillado en su casa por el delito de haber enviado al exterior un año antes las primeras noticias sobre la matanza de haitianos, y que hubo quien se declarara culpable de esa muerte, achacando el crimen a razones deshonrosas para la víctima; sé que igual método se puso en práctica con el general Tancredo Saviñón”, indicó.
Le expresó que, como todos sus compatriotas, tenía la convicción de que en la República Dominicana no se hace ni puede hacerse nada sin consentimiento de él.
Bosch le enrostra a Trujillo ser amo de la tierra, los árboles y los seres que la pueblan y el aire que le rodea.
“A usted, pues, es a quien debo decir lo siguiente: Lo consideraré responsable por cualquier perjuicio de índole económico, personal o moral que pudieran sufrir mis familiares. Tenga la seguridad de que esta consideración será compartida por todas las instituciones y personalidades del continente”.
En cierto aspecto no le refuta al dictador el contenido de un cable en el sentido de que no ha habido represalias contra su padre José Bosch. Y le hace la aclaración de que las represalias han sido contra él.
Le advirtió que ninguna especie de represalia le haría poner alto a una lucha que sólo cesaría cuando su país estuviera disfrutando del régimen democrático.
“Usted puede comprobar este aserto convirtiendo su dictadura en un gobierno de hombres libres. El día que usted hiciera eso terminarían los ataques míos y de mis compañeros del Partido Revolucionario Dominicano, que no tenemos interés alguno en combatirlo en usted por usted mismo”, dijo. manifestó.
OTRA MONTAÑA DE MENTIRAS
Ya en septiembre de 1944, a 14 años de la dictadura, Bosch escribe, también en La Habana, lo que denominó una montaña de mentiras que acumulaba la dictadura de Trujillo para esconder a los ojos de América la realidad dominicana, puso una más con la desmentida Confederación Dominicana del Trabajo.
Pasa por alto que en julio de ese mismo año, fue hecho preso en Santo Domingo Freddy Valdés, un obrero luchador, y su culpa fue querer organizar un movimiento obrero libre en la República Dominicana. Hasta mediados de septiembre de 1944, puntualizaba, no se sabía una palabra de Valdés, y sus familiares no habían podido averiguar si estaba preso o si fue asesinado en las cárceles de Trujillo.
“En el folleto no se dice –¡que casualidad!– que mediante un ucase están prohibidas las huelgas en Santo Domingo ni se menciona las víctimas de La Romana; los catorce ahorcados, a quienes se acusó de participar en un movimiento de huelga que tenía por finalidad alcanzar un jornal mínimo de 40 centavos para los trabajadores del azúcar”.
Tampoco se aludía al reclutamiento de campesinos, hecho con el ejército, y que eran forzados a trabajar en las centrales del Este por 25 centavos diarios, ni se protestaba por la terrible ley de vagos que acababa de dictar Trujillo, destinada a facilitar la extensión del trabajo forzado en las propiedades y en las fábricas privadas del “benefactor” de cuantos ciudadanos se les antojara.
“Si somos políticos, ¿qué hacemos en el exilio? ¿Se concibe un político actuando lejos del pueblo en el cual necesita vivir para lograr sus fines? ¿Por qué hay dominicanos fuera de su país en calidad de desterrados? ¿Qué hacemos nosotros malgastando nuestros mejores años, nuestras energías, nuestros entusiasmos fuera de la patria?”, dijo.
Sustentó que estaban fuera de Santo Domingo porque aquí no se disfrutaba de libertad alguna, no era posible pensar en esta ciudad; mucho menos actuar.
En ese sentido, insistía en que si en República Dominicana hubiese habido, como aseguraban los firmantes del “mensaje a los obreros de América”, una organización libre de trabajadores, habría libertad de expresión y de acción política pues no se concibe régimen alguno que ofrezca garantía de libertad para una sola manifestación.
“Sin libre prensa no puede haber libre movimiento obrero; sin libre expresión, para hacer manifestaciones, protestas, huelgas, propaganda, no existirá jamás, en parte alguna de la tierra, posibilidad de libre movilización de los trabajadores”.
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