domingo, 21 de febrero de 2016

Juampa: “El carnaval es poner el mundo al revés” El hombre detrás del rostro más alegre y premiado del carnaval dominicano es abogado, licenciado en lenguas modernas, profesor universitario y dueño de una historia –colorida como sus disfraces– digna de contarse

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Juampa: “El carnaval es poner el mundo al revés”
    Un disfraz con historia: El príncipe africano, el favorito de Juampa. “Nunca me había rapado la cabeza y siempre quería hacerlo, para disfrazarme, y nunca me había podido pintar a conciencia de negro después de la pela que me dieron a los seis años”. ©Mariano Hernández
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Juampa: “El carnaval es poner el mundo al revés”
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Juampa: “El carnaval es poner el mundo al revés”
Cotuí, Sánchez Ramírez
Su nombre es Juan Francisco Vásquez, pero solo voltea si escucha ¡Juampa! Ha dedicado 48 de sus 54 años al carnaval dominicano. Como artesano y carnavalero.
Una pela cuando tenía seis años justo por disfrazarse y un evento en el que se sintió discriminado por la élite del municipio le marcaron “como la carimba (hierro candente) que le ponían a los esclavos”.
Uno de los personajes más queridos y premiados del carnaval dominicano, sus trajes de fantasía están comprometidos para donación antes de crearlos.
Dice que primero es dominicano, luego cotuisano y carnavalero y después el resto. El resto es que Juampa, lo que muchos desconocen, es teatrero, doctor en derecho y licenciado en Lenguas Modernas mención francés; tiene dos maestrías en francés como lengua extranjera y una especialidad en derecho civil y es profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y de la Universidad Tecnológica del Cibao Oriental (Uteco). Es también padre de dos chicas y un chico de 20, 15 y 12 años a los que adora e inculca la tradición carnavalera.
¿Por qué se disfraza? ¿En qué se inspira? ¿Tiene un disfraz favorito? ¿Dónde se le puede ver?
Cercano, atento y alegre como el rostro pintado que luce cada año por carnaval, Juampa conversa con LISTÍN DIARIO.
¿Por qué Juampa? 
Como me llamo Juan Francisco, mi abuela me decía ‘Juanfran’. Mis hermanitas más pequeñas no sabían pronunciarlo y me decían “Juampa”. Y me gusta mucho que me digan así. Si no, no volteo. ¿Te imaginas, dizque doctor Vásquez? (y hace un ademán de “gran cosa” con la mano). El carnaval es una época del año que dura muy poco, y muchísima gente no sabe de mi preparación académica.
¿Siempre has vivido aquí en Cotuí?
Siempre. Pero hay que hacer pausas para salir a prepararse. Aquí no había universidad, tenías que salir, como todo el mundo. Me mandaron de mi casa a la capital en el 80, y ahí aproveché bastante bien el tiempo. Mientras estuve en la universidad estudié en la Alianza Francesa por tres años y en el Domínico Americano dos años, porque me gustan las lenguas. Estudié teatro en el Teatro Nacional con Basilio Nova y Jesús María Almonte y estaba en el grupo de la iglesia en la Pastoral Juvenil. Y me daba tiempo hasta para dormir, oigan.  A Cotuí venía todas las semanas, cada quince días o cuando me lo permitía el tiempo y las posibilidades económicas. Porque antes la vida era barata, pero difícil. Para ganar un peso tenías que sudar mucho. Mi papá era pintor de brocha gorda; trabajó en un almacén de provisiones por 20 años y luego en la Rosario Dominicana por 17, hasta que se retiró.
¿Cómo nació tu pasión por el carnaval? ¿Quién te la transmitió?
¡Aaaah! Todo el mundo, el pueblo. Desde que nací lo fui viendo en el barrio, en el entorno. Mi papá también era músico; hacía tamboras y era miembro de la banda de música municipal. Y también era miembro de la primera orquesta cotuisana que trascendió los límites del pueblo, que fue la orquesta Universal. Mis tíos eran bailadores y mis abuelos participaban en la Cofradía del Espíritu Santo. Es una serie de cosas de que lo que ves lo haces, sin darte cuenta de que lo que estás haciendo es importante o no hasta que tienes estudios y ves que la gente comienza  interesarse en eso que haces. Pero yo lo hacía porque sí.
¿Recuerdas tu primer disfraz? 
Me disfracé por primera vez a los 6 años y me dieron una pela, porque no fue que me disfracé porque quise, dizque porque andaba buscando eso. Es que en el barrio había una compasa y me disfrazaron, imagínese usted, de africano. Me pintaron el cuerpo de hollín, de tizne de paila, ya usted sabe. Cuando llegué a mi casa, más negro de lo que soy, me dieron esa pela que, mire, mejor que no me hubiese ido en la comparsa.
¿Y la pela por qué fue? 
Porque me pinté, porque llegué todo sucio. En mi casa no se enteraron hasta después que era que andaba en una comparsa.
Y antes de la pela y a pesar de la pela, ¿te lo gozaste?
¡Ooooh! (risas). Claro. ¿Por qué crees que me disfrazo todavía? A partir de ahí, como una pela no era nada, llegó otra más y otra más, y total... Después mi papá y mi mamá dijeron: “A ese muchacho hay que dejarlo en paz”, porque si no me iban a matar.
¿Qué siguió? 
Me disfrazaba entonces todos los años y participaba de todas las formas en comparsas barriales. Me acuerdo de un episodio muy interesante. Recuerdo que aquí, una vez, el carnaval era muy elitista. Eso del carnaval de calle era para la chusma, aparentemente, cuando es cosa del pueblo. El pueblo es el protagonista del carnaval. Aquí había una élite, muy ella, trasnochada y rancia, de los que supuestamente tenían dinero. ¿Pero qué era tener dinero? Nada, porque todo el mundo comía a la misma hora. Después, analizando las cosas, llegué a la conclusión de que era más rico, y soy más rico, que muchos que dizque eran ricos cuando yo era muchacho, y simplemente porque tenían una casa un poco diferente y porque iban al club de los ricos y tenían el apellido de los que eran elegidos para estar en esa sociedad, que al final de cuentas vas a ahora a buscar a algunos de esos y sirven menos que cualquier ciudadano de a pie. Porque todos a los que nos hicieron ese tipo de reproche para estar en esa sociedad nos preparamos académicamente y hoy somos personas que damos fruto a la nación, y esas gentes se quedaron con los apellidos solamente. Cuando estoy en cualquier tribuna, como en las aulas de la universidad, les digo a los estudiantes que de la única manera que usted sale de pobre, hasta económicamente, es estudiando. Porque la pobreza intelectual es peor que la pobreza material. Hasta de la pobreza material usted sale cuando se prepara intelectualmente.
Y de los principales personajes del carnaval de Cotuí, ¿cuál preferías para disfrazarte: el papelú, el platanú o el fundú?
Me disfrazaba de todos los que había. Porque aquí hay personajes para exportarle a cualquier pueblo. Me disfracé de tiznao, de papelú, de platanú, de robalagallina, del hombre de zancos, del muerto de apoplejía, del chiquito afuera y el grande tapao. Son todos personajes locales y algunos han trascendido la frontera del pueblo. Me disfracé de los novios: el hombre de mujer y la mujer de hombre. Locuras del carnaval, porque el carnaval es poner el mundo al revés, lo de arriba pa’ bajo, para que todo esté bien. El carnaval es eso: una sátira que te permite esos días burlarte del que tú quieras y todo queda bien. Lo feo es bonito y lo bonito es feo, porque la vida está al revés.
¿Cuándo decidiste hacer tus propias creaciones?
La fecha exacta no sabría, pero te puedo contar de un evento. Yo vendía periódicos en la calle. Fui el primer canillita de aquí que vendió el periódico La Noticia, un tabloide vespertino que ya desapareció.  Después vendía El Nacional, la revista Ahora, El Sol, la revista Eva. Tengo 54 años. Eso fue antes de los 80. Vendía 30 periódicos todos los días y tenía mis clientes. En 1978, cuando El Juntazo, el único periódico que llegó a Cotuí fue el periódico El Sol, y llegó como a las 3:00 de la tarde. Me mandaron a buscar para ver si yo podía salir a vender el periódico porque todo el país estaba en un estado de sitio; y Cotuí no era la excepción; estaban los militares y la ‘Banda Colorá’ afuera. Un periódico costaba 10 centavos y recuerdo como ahora el titular: ‘En cómputos extraoficiales, el PRD arrasa en la capital’. Yo salí a vocear esa vaina, imagínate tú; yo, un mozalbete. Y esa gente de la ‘Banda Colorá’ me conminaron a que no voceara, pero como la gente estaba ávida de informaciones porque nadie sabía nada, llegué a vender los periódicos hasta a 25 centavos. ¡Quédate con la devuelta!, me decían. Bueno, el caso es que, en esa época, cuando vendía periódicos, fui a la casa de un cliente, que hoy es senador de la República por la provincia Sánchez Ramírez. Las hijas de ese señor estaban montando una comparsa de élite, pero como yo sabía bailar, ellas querían que yo les ayudara con los pasos, a montar la coreografía de la comparsa. Cada vez que iba me ponía un rato a eso. Al final ellas dijeron que yo tenía que estar en la comparsa. Estamos hablando del año 75, 76, más o menos. Para ese entonces, si yo estaba en la comparsa tenía que comprar el disfraz, y no tenía dinero, porque yo ganaba 12 pesos al mes; y si querías entrar al casino como invitado tenías que pagar 20 pesos. La cuestión es que al final de cuentas ellas pagaron el disfraz y todo lo que yo tenía que pagar y solo puse mi talento. Fuimos y ganamos el primer lugar. Al año siguiente, ellas quedaron muy entusiasmadas y quedamos de volvernos a juntar para hacer otra coreografía. Ya tenía como 15 años. Nos reunimos para ultimar los detalles de la coreografía y al otro día me mandaron de mi casa a llevarle la comida a mi abuela. Para eso tenía que cruzar el parque central y frente al parque estaba el casino. Y veo en un letrero, en una pizarra verde que había, que decía (mira, son cosas que no se  olvidan porque me marcó mucho): “Por este medio se les avisa a todas las personas que no sean socios o hijos de socios de este club que se abstengan de participar en actividades del carnaval, porque esta fiesta es solamente para socios e hijos de socios”. Yo no sabía lo que significaba la palabra “abstengan”. La busqué en el diccionario y me dije “eso fue a mí que me la pusieron”, porque el único que estaba ahí que no era del club era yo. Con el tiempo me fui a la capital y de allá para acá llegué famoso sin darme cuenta, porque allá hacía lo que hacía aquí y no me ponían letreros.
¿Qué hacías en la capital?
En carnaval salía por todas partes, especialmente en Mata Hambre. Hice un grupo allí. La primera vez que recuerdo que hice un disfraz creado por mí fue en 1988. Fue de vainas de chachá (Albizia lebbeck), esa fue la primera vez que salí solo al malecón. Mientras estudiaba en la UASD, era miembro del ballet folklórico de la universidad y de la Secretaría de Turismo y con esos ballets desfilaba luego de 1983, cuando se hizo el primer Desfile Nacional de Carnaval. Las vainas de chachá las tomé de una mata que había en una cancha a donde iba a jugar en las tardes en Mata Hambre. Nos poníamos debajo de esa mata mientras esperábamos el turno para jugar, y un día que hacía mucha brisa se me ocurrió: “Ah, pero mira, cualquiera hace un disfraz de esta vaina”.
¿Usando las vainas como ristras de papel? Una especie de papelú con vainas
Sí. Bueno, una variante. Era como una remembranza del papel. Y las vainas del chachá me daban la música.  ¿Te das cuenta? Comencé a cargar vainas para mi casa, poco a poco, de manera silente para que la gente no se diera cuenta. Y recuerdo una vecina que cuando me puse el disfraz para salir me dijo: “Caramba, y yo que veía que el vecino siempre traía esas hojas y yo decía pero bueno, y qué será lo que está inventado?”.
¿Cómo pegaste las vainas?
Las amarraba con hilo y les daba una puntada al pantalón y al camisón.
¿Participaste en el primer Desfile Nacional de Carnaval, en 1983, representando al municipio?
Sí, con una comparsa que se llamaba, creo, ‘Papeluses bailando palos’, o ‘tocando palos’, no recuerdo bien, porque el nombre se lo puso Francisco Rincón. Esa vez ganamos.
Y luego ganaste en solitario en 1988 con ese primer traje de vainas
Sí, con ‘El hombre vaina’. Me dije pero ven acá, esto es una bacanería, porque si hago una cosa para gozar y encima de que gozo me pagan y me premian, vámonos pa’ lante. Eso fue un gran estímulo para mí. Antes había un concepto diferente del jurado. Había unas categorías y nadie sabía cómo estaba esquematizado eso. Los únicos que sabían eran Dagoberto Tejeda, (Francisco) Peña Gómez, (Fello) Suberví y Milagros Ortiz Bosch, que fue la que hizo contacto con la gente de aquí para que llevaran una muestra representativa.
¿Qué vino después de El hombre vaina?
Uf. Mucho. Del 88 para acá haciendo uno y hasta dos al año es mucho. Dos años después recibimos otro premio por el ‘Papelú con alas’, un disfraz emblemático porque recuerdo que a partir de ese año los macaraos de Salcedo se disfrazaron de papelú con alas, y hasta el día de hoy es el disfraz que tienen, le pusieron alas a sus disfraces. El de vainas lo he visto mil veces en el malecón. O sea, esos ya son personajes del carnaval dominicano creados por mí. A veces uno se disfraza tomando algún motivo especial.
¿Tienes un disfraz favorito?
Para mí, el del pavo real. Es el disfraz más bonito que he hecho. Para mí, pero cada uno tiene su disfraz favorito de los míos. Pero el disfraz con el que más me he identificado es con ‘El príncipe africano’. Fue en el 2004.  Ese disfraz tiene una historia. Nunca me había rapado la cabeza y siempre quería hacerlo, para disfrazarme, y nunca me había podido pintar a conciencia de negro después de la pela que me dieron a los seis años. Ese año dije ahora o nunca. Obviamente, lo de raparme la cabeza era porque ya sabes lo que dicen de los abogados, que hay que mantener la forma, la compostura: saco, corbata, traje, maletín, no sé qué. Bah, las apariencias. Y eso matándome a mí por dentro. Pero no, espérate, que el mundo está al revés. Ese día de carnaval me rapé la cabeza, me pinté la cara de negro y me puse ese disfraz. Mira, muchacha. Yo era el mácaro más importante del mundo, porque yo me lo creía. Las fotos que me tomaron fueron increíbles.
¿Y te premiaron esa vez?
Esa vez, si supieras, pasé desapercibido por el jurado. No me tomaron en cuenta, pero fue el que yo más  he disfrutado en la vida. Porque además no te disfrazas por los premios
Muchos se emocionan y se “engranojan” cuando te ven bailando en la calle, gozando, como si llevaras música por dentro. ¿Qué pasa por la mente de Juampa mientras la gente lo mira? 
Es como una catarsis. Te trasformas. Te metes dentro de ese personaje que has creado y tomas hasta la forma de eso. Es una cosa que si no lo disfrutas, si no lo has hecho, si no lo sientes, no sabes lo que es, como dice la gente.
Y los colores, ¿qué significan para ti?
El color es la vida, la naturaleza, el mundo. El color representa la alegría para mí. El color es todo. El mundo está lleno de colores. Y por los colores más bellos del mundo no hay que pagar un chele para verlos, están en la naturaleza.
En 2011 recibiste el Felipe Abreu, el premio de carnaval más importante. ¿Qué se siente saber que eres uno de los personajes más queridos y esperados del carnaval dominicano?
Esos títulos que le da la gente a uno, ya sea para bien o para mal, es la gente que te lo da. El que trabaja por títulos suele frustrarse rápidamente porque si no te lo dan en el momento que hiciste el trabajo puede ser un motivo para sentirte mal y que se te caiga la autoestima. Pero eso le ocurre al que trabaja para títulos. El que se disfraza por premios, o el que hace las cosas esperando una recompensa monetaria o social, entonces no está en nada, que deje eso. Lo que debes hacer es sentir lo que haces, es lo primero, y el resto sale sobrando. Porque si te sientes bien con lo que estás haciendo, tú lo expresas de alguna manera. La tristeza se expresa igual que la alegría, igual que el odio, igual que el amor. Todo se expresa con gestos, con ademanes, con la forma. En honor a la verdad, cuando me dicen que soy esto y aquello me siento normal. Sé que soy Juampa, una persona que le gusta el carnaval, que le gusta disfrazarse y el principal motivo por el que me disfrazo es porque me gusta y porque me siento bien, simplemente.
¿Qué materiales y elementos prefieres para hacer tus disfraces?
¡Aaah, mi amor! El papel en todas sus versiones, porque no traiciono mi identidad ni muerto. Soy un abanderado de defender la negritud, el movimiento de la negritud que surgió en Europa. El papel es la base de todos mis disfraces, y después lo que se pegue. He usado papel crepé, lumínico, de periódico, de fundas, papel cinta, de todo. Menos de sanitario y me voy a inventar algo un día. Cuando llega el tiempo de ponerme a hacer el disfraz son los días más difíciles para mí, porque son tantas las ideas que me bombardean…
¿Cuándo y dónde te puede ver la gente? 
Últimamente solo el 27 de febrero aquí en Cotuí, porque lo hago, aparte de que me gusta mucho, por el compromiso. Porque el trabajo me va a matar.  Tengo que viajar a Santiago, La Vega y la capital todas las semanas por mi trabajo.
¿No irás al Desfile Nacional?
El año pasado no fui y este tampoco. Y no creo que vuelva.
¿Por qué?
Por la forma como manejan a la gente allá. Los encargados de la organización del carnaval entienden que la gente que se disfraza es gente que tiene que estar pidiendo 25 centavos, un peso para el pasaje, y creen que uno tiene que estar mendigando. Cuando se topan con gente como uno (que no necesitan, gracias a Dios, que le den nada, porque lo que gastan lo pueden pagar con su trabajo)… Ellos meten a todo el mundo en el mismo saco, creen que todo el que se disfraza no tiene ningún bagaje intelectual y te tratan como cualquiera, incluso te quieren ridiculizar y hablarte de forma despectiva y eso no puede ser. Lo único que exijo, en mi caso particular, es que cuando yo llegue al malecón me dejen caminar y bailar. Más nada. A mí lo que me gusta es ir al paso que yo quiero ir, porque la gente me llama y se quiere tomar fotos. El mayor premio que recibo es que la gente se acerque, te diga qué bonito y que se quiera tomar fotos, hasta los niños te pasan.
Entonces el 27 de febrero aquí…
El sábado 27 de febrero pueden venir aquí a Cotuí, que los vamos a estar esperando. Pueden venir cuando quieran al carnaval de aquí, que aquí se les dispensa un trato diferente. No es el más bonito ni el más feo, es un carnaval diferente. Ahora, en cualquier lugar me siento bien porque gracias a Dios a la gente le gusta lo que hago y los fotógrafos y la misma prensa es la que se ha encargado de darme esa escoba. Es más, hay algo importante que tal vez pudieras poner. Quien me descubrió a mí como personaje de carnaval con proyecciones fue una periodista del Listín Diario: Carmenchu Brusiloff. Su hijo y yo estudiamos juntos en la universidad y Carmenchu fue la primera persona que se molestó en sacar una crónica para ponerla en el periódico, mía, en el año 1988, después que gané con el disfraz del hombre vaina. A ella eso le llamo la atención. Jacqueline Ventura también, que entonces trabajaba también en el Listín Diario. Fueron de esa gente que vio en uno posibilidades de algo. Porque te voy a decir algo: yo no sabía que sabía hacer lo que hago, porque nunca lo estudié ni lo practiqué. Eso salió de la inventiva popular, de la necesidad que uno tenía. También por la competencia buena y sana entre mis hermanas y yo. Mis hermanas eran unas desgraciadas porque complotaban contra mí. Eran cinco, para mí solo. Hacían unos disfraces y unas comparsas ellas solas para competir conmigo. Aquello era terrible. Al fin de cuentas me cogían los materiales con los que yo haría mi disfraz, hacían los de ellas y con lo que me dejaban era que yo hacía los míos. Mejor para mí, porque igual tenía que hacerlos. Eso pasaba todavía hasta ayer. Eran terribles en el aspecto de que hacían cosas maravillosas.
¿Y qué estás preparando? ¿Con qué vienes?
¡Aaaay, Dios! Eso no se dice.  Vengo con mucho color, con un maquillaje diferente pero atractivo por demás, porque estamos inmersos en un proyecto que está en una fase secreta. Venimos con mucho colorido, mucho brillo, mucho volumen y también mucha alegría y entusiasmo y ¡a bailar se ha dicho!FUENTE LISTIN DIARIO

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