Hacer que la tierra produzca arroz, tomates, guineos, habichuelas, naranjas, etc., ha ido costando cada vez más trabajo y menos beneficios a quienes se ponen en eso. Algo termina mal, aunque el Estado aporte incentivos y unos medios que resultan insuficientes para enfrentar los comportamientos desordenados -poco predecibles- de la naturaleza. El campo es el ámbito de la economía de menor acceso al financiamiento no usurario y sus actividades están subordinadas a respaldos institucionales que dependen demasiado de la discrecionalidad del poder; algo que debería provenir de un apropiado régimen de solidez orgánica que robustezca objetivos de los productores, sin excluir a nadie.
Los recientes reveses de conglomerados bananeros llevados a una caída de exportaciones a Europa, tras diez años liderando el comercio exterior dominicano basado en plantaciones, explican lo que significa enfrentarse a extremos de lluvias y sequías que disminuyen el rendimiento de surcos con el agravante de no poder salir a camino con recursos propios y carecer de acceso a insumos y servicios fitosanitarios estatales para atenuar daños y librarse de plagas que intensifican su incidencia cuando las inclemencias atmosféricas son mayores.
El consumo local del guineo es importante y su participación en dietas escolares dispuesta por el Gobierno reduce los efectos de una drástica disminución de los embarques, pero lo despiadado de las enfermedades de origen vegetal y de alteraciones en el ciclo de maduración del fruto lo descalifican en proporción alta para el mercadeo en general. El renglón bananero olfatea que moriría por inanición si desde el Estado no se comprende a cabalidad la urgencia de mantener a flote un área vital de la agroeconomía, que ha ido perdiendo peso específico.
La veda en la ruralidad a trabajadores de nacionalidad haitiana -numerosos en parte porque el mecanismo de regularización por autoridades es parcialmente infuncional- se ha convertido, vía deportaciones masivas, en una enemiga de las acciones de siembra y cosecha en las principales zonas de la agropecuaria, porque ha hecho poner los pies en polvorosa hasta a ordeñadores no dominicanos.
Una mano de obra foránea que avanzó hasta hacerse imprescindible se concentra en musáceas, arroz y caña de azúcar, para solo dar una muestra de un todo más amplio seguramente. La peonada de las haciendas que aportan carne y leche al consumo interno y a una naciente exportación, va acelerada hacia la escasez por repatriaciones no selectivas. Todo en vísperas de que, en virtud de un decreto dictado el miércoles en la noche por el Poder Ejecutivo, para crear una comisión revisora del marco jurídico de los controles migratorios que expone la clara intención de endurecer medidas.
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Panorama gris
Hace unos años, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la agricultura (FAO), divulgó una lista de los desafíos que a la República Dominicana impone el cambio climático, abogando por “políticas intersectoriales” de apoyo a los agricultores, promoviendo acceso a mercados más eficientes y sostenibles a los existentes en ese momento (2023). Refirió como de urgencia promover inversiones, públicas y privadas, que fortalezcan la marcha de la agricultura y la pecuaria. Han faltado, a su entender inversiones en tecnologías y digitalización para generar instrumentos que protejan a los agricultores de eventos climáticos como sequías, tormentas, inundaciones y otros similares.
La FAO recomendó perentoriamente generar un auge de acciones productivas, para contar al fin con una cadena de producción de alimentos saludables y sostenibles. Ha puesto énfasis en señalar como agravantes las dificultades generadas por la escasez de insumos agrícolas y por los altos costos de la energía, cuando ésta es imprescindible para tecnificaciones y mecanizaciones que reducen costos.
Considera necesaria una política de Desarrollo Rural Integral que cuente, entre otras cosas, con programas de apoyo a los pequeños y medianos agricultores para que mejoren la competitividad con cuidadosos enfoques en las características de la producción que proviene de la agricultura familiar. Prontamente deben tenerse presente las características ambientales en las zonas de cultivo.
Sin embargo, la FAO también ha puesto énfasis en reconocer que el sistema agropecuario del país fue clave para evitar una crisis alimentaria a mayor escala. “Esto fue posible, en gran medida, porque sectores lograron, a raíz de la paralizante pandemia de años atrás, niveles importantes de adaptación y modernización esenciales para el funcionamiento de los sistemas agrolimentarios a nivel regional y global”.
OTRA VISIÓN
El Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, FIDA, órgano mundial de transformación rural , diagnosticó un tiempo atrás la situación del sector en República Dominicana como situada en la urgencia de mejorar la gestión del recurso hídrico y la productividad de los pequeños agricultores. Ha identificado pérdida de suelos de vocación agrícola como un problema «muy preocupante», recomendando la aprobación de una ley de ordenamiento territorial.
Puso sus ojos en las dificultades de los agricultores para acceder a créditos y en la necesidad de invertir en agricultura orgánica. Llegó a ver al país en carencia de una ley que fuera clave para garantizar una gestión sostenible de los recursos naturales. Organismos multinacionales coinciden en que son necesarias políticas públicas que se concentren en elevar los segmentos de la agricultura de subsistencia en transición a modelos consolidados y de dimensión industrial respetando los criterios característicos de la producción proveniente de pequeñas unidades rurales.
Desde la percepción de especialistas, República Dominicana es un país en el que las plagas hacen demasiado de las suyas. Su impacto es notable con la mosca de la fruta que tiende a afectar la exportación y a generar pérdidas a los productores. Un reporte de HOY Digital daba constancia de que se trata de un insecto que debilita plantas alimentándose de ellas. También afectan el campo dominicanos los «trips», unos insecto diminutos que retrasan el crecimiento y la producción de flores y frutas.
La sigatoka negra, muy conocida en unidades de producción locales, afecta el plátano (pan criollo) generando pérdidas y subiendo implacablemente los costos de los desempeños y contra la rentabilidad que procuran legiones de sembradores. La roya del café también es un recio mal sobre cultivos de café, afectando la calidad y la cantidad de la cosecha.
Varias penurias
La producción de plátanos en República Dominicana es vista por ojos expertos y en función de lo que aparece en las hemerotecas como sometida a pérdidas generadas por el cambio climático, inundaciones y sequías, la falta de seguros agrícolas y la recurrencia en prohibir exportaciones, lo que tiende a impactar de forma negativa en la dinámica del mercado. Ha sido dicho de modo categórico desde el perjudicado sector, que el Gobierno debe apoyar a los cultivadores de plátano, a través de programas de asistencia técnica, capacitación y financiamiento para contribuir a la seguridad alimentaria.
Periódicamente los pequeños productores de habichuelas pasan a la incertidumbre de que los precios se deprimen por falta de medidas oficiales y oportunas. La falta de financiamiento razonable hace que esos económicamente débiles productores caigan en las garras de usureros para sobrevivir. En un reciente año, la siembra y cosecha de la leguminosa de San Juan de la Maguana se redujo en más de un 50 %. Por las llanuras sanjuaneras se extiende a veces la presencia del insecto Thysanóptera, comedor apasionado del fruto que, con azúcar, se convierte en favorito de los dominicanos en las cuaresmas.
Con el arroz ocurre que las debilidades del apoyo institucional al renglón principal de la dieta dominicana ha puesto en declive su producción, haciendo que el país pase de la autosuficiencia a gran importador, en parte, porque la apertura total, en virtud del RD-Cafta, del mercado al cereal de Norteamérica vence aplastante la competencia del criollao. También introducen al mercado el arroz que viene de Guyana. El consumo local de este alimento está calculado en 14 millones de quintales y los arroceros llegan, gateando, a cosechar 13 millones al año, incluyendo sacos que llegan al mercado lleno de puntillas y de granos partidos por la mitad.
La prensa ha venido haciéndose eco de una crisis en la producción de naranjas atribuida a varios factores que incluyen enfermedades que el Estado debería combatir a nivel nacional y de forma permanente, con operativos de exterminación con sus propios medios o subsidiando fungicidas e insecticidas en las zonas de mayores siembras, entre las que se distingue la región oriental. De esos frutos emerge el sumo predilecto de más de media humanidad y que está sólidamente inscrito en los hábitos de consumo del dominicanos, al punto de que el desplome de cosechas conduce a la República Dominicana a convertirse en importadora neta de unos gajos maravillosos de dulce sabor y color amarillento.


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