sábado, 25 de enero de 2020

Ensayo El espejo duartiano

  • El espejo duartiano
Homero Luis Lajara Solá | HISTORIADOR
fuerzadelta3@gmail.com
Santo Domingo, RD
La mejor manera de celebrar el 207 aniversario del nacimiento de nuestro Padre de la Patria, general Juan Pablo Duarte Díez, es difundiendo su ideario y tratar mediante la lectura de sumergirnos en su apasionante vida.
En mi caso, he tenido la fortuna de leer dos libros sobre la vida de Duarte, obsequiados por mi dilecto amigo, el jurista Olivo Rodríguez Huertas, titulados “Juan Pablo Duarte en la Venezuela del SXIX, Historia y Leyenda”, de Cecilia Ayala Lafée, Werner Wilbert, y Ariany Calles, y “Los Silencios de Juan Pablo Duarte. Luces y Sombras de un Hombre Excepcional”, este último del español Francisco Manuel de las Heras y Borrero. Sus autores, además de darnos un análisis histórico, también nos ofrecen datos interesantes de Duarte y su familia en Venezuela. Sobre estas dos obras, me permito exponer mis impresiones.
 Primeramente, es altamente motivante volver a ser testigo de la fe del forjador de nuestra nacionalidad que mantuvo siempre invariable el “proyecto de nación soberana y libre de toda potencia extranjera”, protegido por una Constitución al servicio de los mejores intereses de los dominicanos. Y más aún, leer datos sobre el Duarte bajo el prisma de autores extranjeros desprovistos de subjetividad, pasiones e intereses, sustentados en informaciones con “rigor científico y soportes documentales”, como actas de defunción, planos topográficos, fotografías, etc; que hacen más creíbles los relatos.
Esas lecturas me obligan a reiterar que, estudiar a Duarte, es amar a la Patria y darse cuenta, por ejemplo, de la importancia de la frontera para el resguardo de la identidad nacional; de la prioridad del lenguaje castellano en las escuelas; de conocer nuestra historia para reforzar la dominicanidad, y la moral y cívica para una recta conducta, y así poder crear conciencia sobre nuestra realidad actual.
Si no es así, datos estadísticos recientes que indican que el 38% de los niños que nacieron en la Maternidad de la Altagracia y el 90% de los alumnos de la escuela Patria Mella, en la ciudad capital, son nacionales haitianos, seguirían pasando desapercibidos para la mayoría de los dominicanos.  Bajo esas premisas es responsabilidad del gobierno ejercer el derecho de soberanía, evitando la entrada de ilegales por nuestras fronteras -terrestre y marítima- utilizando los medios disponibles y legales, como el control migratorio y las capacidades de las Fuerzas Armadas, revirtiendo con ello la opinión de algunos, que desconociendo las interioridades de un proceso tan sensitivo, pretenden restar la vital importancia de las repatriaciones, las cuales son el único medio -cuando fallan los controles primarios-, para evitar que el país se siga llenando de haitianos ilegales, acciones que deben ejecutarse con la celeridad de un sensor romano, sin complicidades corruptoras.
Los apartidistas que pasamos de 50 años de edad, estamos forzados a pensar, catalejo en mano, en el juicio de la historia y cómo podrán vivir mejor nuestros descendientes con la vergüenza que representaría para ellos que al cabo de los años los vean como hijos o nietos de personas que se corrompieron hipotecando su alma al mejor postor, siendo entonces comparados con Sísifo “el engañador”.
No todo está perdido, pues se emiten señales promisoras desde la Suprema Corte de Justicia, con una sociedad esperando acción en contra de la corrupción, aún sin castigo.
Y aunque hace 7 años que el 4% del Producto Interno Bruto (PIB) está destinando a la educación, todavía nos encontramos entre los países de más baja calidad estudiantil en matemáticas y ciencias. Frente a este hecho preocupante, todavía vemos mucha gente creyendo que el poder que el pueblo concede a los políticos es una especie de patente de corso para ellos, familiares y allegados, obviando que están ahí para servir a la nación y ser celosos guardianes del erario.
 Imaginar a Duarte es ver en él un dominicano como nosotros, sin dejar de reconocer que su figura de prócer se eleva sobre la traición, ambición, ingratitud y la mezquindad humana, sin perder la fe en el proyecto de nación que debe ser el gran compromiso con el pueblo dominicano.
Creo que es tiempo de que veamos al Patricio como un hombre que aún imbuido de grandes virtudes, también es un ser con los defectos propios del humano y no una deidad imposible de emular, sobre todo por una juventud ávida de buenos ejemplos, que debemos inculcarle desde el seno del hogar y las escuelas: “la conciencia ciudadana”.
Es propicia la ocasión para rememorar una misiva que en febrero de 1875 envió el Presidente de la República, Ignacio María González a Duarte, y que no se sabe sí leyó, decepcionado por las humillaciones recibidas por sus compatriotas de la Independencia y la Restauración, de la cual cito, para reflexión, uno de sus párrafos:
“La completa pacificación de la República que concibió y creó el patriotismo de Usted....si concedemos a los dominicanos la suma de juicio necesaria para establecer un paralelo entre nuestro pasado y nuestro presente, debemos confiar en que esa situación se consolidará cada día más y en que ha sonado ya la hora del progreso, para este pueblo tan heroico como desgraciado. Mi deseo, mi querido General, es que vuelva a la Patria, al seno de las numerosas afecciones que tiene en ella, a prestarle el contingente de sus importantes conocimientos, y el sello honroso de su presencia”.
El 11 de diciembre del mismo año (1875), el general Gregorio Luperón, héroe de la Restauración, propuso a la membresía de la Sociedad Liga de la Paz de Puerto Plata, reunir fondos para el regreso de Duarte, ya enfermo, en su solemne calidad de creador de nuestra nacionalidad, situación que no se consumó, por lo que fue el 27 de febrero de 1884, cuando arribó la goleta Leonor, procedente de Venezuela, con los restos inmortales del dominicano más puro e inmaculado, en cuyo espejo hoy debemos reflejar nuestras actuaciones.
Ahora, cuando nos preparamos para un decisivo proceso electoral, mi deseo más ferviente es que Dios nos ilumine y que el espíritu de Duarte se apodere de nosotros los votantes ese día donde se juega el futuro de la República Dominicana.
¡Viva Duarte por siempre en el alma nacional!

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