Cuando se empezó a propagar la noticia en el pueblo costero de Tasajera que un camión cisterna había volcado tras salirse de la carretera, José Gutiérrez partió de su casa y se dirigió prestamente el lugar del accidente.
En el camino un vecino le dio al pescador de 44 años un bidón de plástico.
Pronto se encontraba entre varios individuos con pantalones cortos y chancletas que trataban de llevarse el cargamento del camión en una de las municipalidades más pobres de Colombia.
Minutos después, el vehículo explotó y se incendió.
Siete personas murieron en el acto y las autoridades dicen que otras 38 fallecieron luego por las quemaduras, incluido Gutiérrez, quien tenía cuatro hijos.
“Nadie merece morir así”, dijo la pareja del pescador, Martha Escobar.
La explosión devastó Tasajera, un pueblo de la costa caribeña de Colombia cuya subsistencia fue afectada por proyectos viales mal pensados y que ahora enfrenta una situación más desesperante todavía por las restricciones asociadas con la pandemia del coronavirus, que redujeron sus ventas de pescados.
Para muchos colombianos, el episodio refleja las penurias de pueblos pobres de todo el país en momentos en que la pandemia causa estragos en la economía, desborda los servicios sanitarios y probablemente dificulte la solución de la desigualdad económica y social.
”Las restricciones de la movilidad y el encierro tienen un impacto desproporcionado sobre los más pobres”, dijo Jorge Restrepo, economista de la Universidad Javeriana de Bogotá. “Solo cuando se haya reiniciado la economía a los niveles anteriores esas poblaciones van a recuperar su capacidad para generar ingresos”.
La pesca ha sido desde hace tiempo el principal sustento de este pueblo de 5.000 residentes, que se encuentra en una delgada faja de tierra que separa el Caribe de la Ciénaga Grande de Santa Marta, un ecosistema del tamaño de la ciudad de Nueva York donde habitan decenas de peces, aves y reptiles.
En la década de 1960 los lugareños exportaron ostras a la Florida, según Sandra Vilardy, bióloga marina que se ha especializado en la región. Pero dos carreteras que cruzan el pantano construidas en esa década cortaron los canales que conectaban la Ciénaga con el Caribe, y también redujeron el flujo de aguas frescas de los ríos de la zona.
En las dos décadas siguientes, las ostras desaparecieron. La producción pesquera bajó de 27.000 toneladas al año a 4.000, de acuerdo con Vilardy. Y la economía de Tasajera se vino abajo.
Algunos lugareños empezaron a saquear los camiones que quedaban varados en la carretera, robándose cosas como jabón y alimentos, según Luis Fernando Trejo, profesor de ciencias políticas que ha estudiado la historia de la región. La policía no ha podido frenar esos robos.
Camiones varados con pescados y leche también fueron saqueados en Colombia este mes, cerca de Cartagena, y en la región montañosa de Antioquia, en un reflejo de la desesperación causada por la pandemia.
La mañana del 6 de julio, muchos en Tasajera pensaron que podrían ganarse algún dinero vendiendo el combustible del camión accidentado.
El moto taxista Manuel Peña dijo que un vecino lo contrató para que lo llevase al sitio del accidente y se montó en su moto con algunos bidones vacíos.
Pocos minutos después de la llegada de Peña, el camión explotó. Las llamas envolvieron de inmediato a su medio-hermano César Roble, que ya estaba en el lugar robando gasolina.
“Me metí en llamarada a sacar a mi hermano”, relató Peña, quien sufrió severas quemaduras en el brazo derecho, la cadera y sus pies.
A pesar del dolor, Peña cargó a su hermano en su moto y lo llevó a una clínica en Pueblo Viejo, a pocos kilómetros.
Peña dijo que se desvaneció por sus lesiones tras llegar a Pueblo Viejo. Cuando se despertó esa noche, estaba en un hospital de otra ciudad.
Peña, su hermano y otras cinco víctimas de la explosión fueron trasladados luego a un hospital de Bogotá que tiene una unidad especial para víctimas de quemaduras. El departamento de Magdalena, donde se encuentra Tasajera, no tiene hospitales equipados para tratar personas con quemaduras graves.
Sin embargo, los hospitales de Bogotá se habían quedado sin tejidos para tratar a los pacientes con quemaduras severas. Los tejidos provienen de donantes fallecidos, pero la pandemia del COVID-19 hace que resulte casi imposible a los hospitales recibir donaciones porque los potenciales donantes tienen que someterse a pruebas del COVID-19 horas antes de fallecer.
Finalmente consiguieron tejido donado por un hospital de Texas que tenía una reserva de antes de la pandemia.
“Hubo una demora de 10 días para que llegaran los tejidos”, expresó la doctora Patricia Gutiérrez, cirujana plástica que supervisa la unidad de víctimas de quemaduras en el Hospital Simón Bolívar de Bogotá. “En este momento tenemos una situación muy compleja”.
Peña sobrevivió tras pasar 15 días en el hospital y se recupera en la casa de un familiar en Bogotá. Su hermano falleció en la unidad de cuidados intensivos.
Peña, quien tiene 25 años, dijo que ahora tendrá que trabajar más duro para mantener su familia y la de su hermano, quien tenía tres hijos.
A Tasajera no le será fácil recuperarse, aunque la tragedia generó una nueva ola de donaciones del gobierno y de promesas de más ayuda para el desarrollo. Los contagios del virus están aumentando en Colombia y el desempleo llegó al 21%.
La carretera costera permanece cerrada a la mayoría de los viajeros por las restricciones de la pandemia a los viajes por tierra entre ciudades. Los residentes no tienen vehículos para llevar sus pescados al mercado y las ventas a nivel local son muy escasas.
Martha Escobar, que perdió a su pareja y a varios primos en la explosión, dijo que ahora tiene que atender sola a un hijo con una discapacidad mental.
Tiene una pequeña casucha propia, por lo que no debe pagar alquiler, y planea ganarse la vida vendiendo arepas de choclo en el mercado local.
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