La noche del miércoles último, el primer ministro haitiano Ariel Henry habló a su país a través de una red de medios masivos, ante cuya espera se había abierto un amplio abanico de expectativas internas y atención especial en países del hemisferio.
Al final, un mensaje salpicado de deseos, pero rasamente vacío para sus adversarios, con quienes no compartió culpas por la crisis, ni abrió las puertas a las posibilidades de diálogo para alcanzar un acuerdo y así poner fin al traumático drama haitiano.
El panorama allí, por el momento, no augura cosa buena. El pueblo haitiano se tomó una pausa y escuchó al titular de gobierno, pero al cierre de la alocución sólo dejó decepción, y mucho enojo.
Por eso ha vuelto a tomar las calles, aplicando su fórmula fatal: destrucción, incendios, saqueos, ataques, tiroteos, bloqueos de calles y carreteras.
Y son esas desgracias las que dejan claro el por qué ahora el gobierno, sabiendo que la situación no mejorará ni podrá imponer ley y orden, pidió ayer apoyo internacional para el “despliegue inmediato de una fuerza armada especializada”,
Antes de su alocución, Henry despertó un estado de aguardo en todas las demarcaciones haitianas, principalmente en los enclaves más radicales e insurrectos contra su gestión.
Muchos creían que podría subsanar algunas inquietudes de la población, cuyas miserias centenarias han llevado a ese país al filo del colapso final, con protestas casi a diario en la mayor parte del territorio.
El pliego de demandas levantadas tras el agravamiento de la crisis sociopolítica, luego del “tablazo” que lastimó el bolsillo de la gente por el aumento del precio de las gasolinas, fue ignorado por el primer ministro, al saltarse esa hoja crítica.
Es más, tuvo una postura firme y desafiante. Primero, dejó claro que no habría cambio a su medida de aumento al precio de los derivados del petróleo y volvió a apuntar a “un grupo de personas” que se benefician del subsidio.
La línea clave de su mensaje fue motivar apoyo de la comunidad internacional para encarar la crisis, más quebrantada ahora por el brote de cólera, escasez de agua, bloqueo de carreteras, inseguridad, falta de combustible y cierre de escuelas.
A compás con estos reveses, la Terminal Varreux está en poder de los pandilleros asociados a Jimmy Scheizier, alias “Barbecue”, y no hay manera de sacarlos de sus trincheras.
El más reciente episodio acaba de recién ocurrir, cuando la policía intentó desbloquear el área, pero fue recibida a fuego pesado, y tuvo que retroceder.
Refiriéndose a estas mismas pandillas, Henry las atacó fuertemente, acusándoles de intentar poner a “todo un pueblo de rodillas”.
Así, para aquellos con alguna ilusión de que Henry ceda y renuncie, este no sólo pidió apoyo interno a sus medidas, sino que, en forma imperativa, sentenció: “Tienes que estar de acuerdo conmigo…”.
Otra cosa. En ningún momento de su discurso, Ariel Henry dio la más leve señal de que podría empacar maletas y dejar atrás la sede 6110 de la Avenue de la République, como le exigen los sectores hostiles.
No por coincidencia, multitudes se fueron a las calles a celebrar una presunta renuncia del jefe de gobierno, pero poco a poco esos festejos fueron extinguiéndose después que el ministro publicó un desmentido, con este sarcástico mensaje: “Estoy aquí, no renuncié; hacemos marketing”.
¿Qué sugiere esto de, “hacemos marketing”? Simple, clarísimo: el gobierno parece haberle tirado un “gancho” a sus adversarios. Es probable que hicieran rodar la “bola” de que Ariel dimitió, sólo para medir las reacciones.
Las técnicas de estudio de la mercadotecnia pueden, realmente, haber hecho este trabajo, visto que su objeto es “mejorar la comercialización de un producto”, y el que “comercia” la gestión de gobierno haitiano necesita de una mejoría. Además, “para muestra basta un botón”. Fue justamente eso lo que dijo Ariel: “hacemos marketing”.
Retomando la línea del tema, en pocas palabras, los enemigos políticos y los lideres pandilleros que reclaman la cabeza del Henry terminaron trasquilados frente a toda esperanza de algún cambio a bien de sus objetivos.
¿Cuáles son las dos demandas que han dominado el orden en la agenda de protestas, tanto dispersas como unificadas, contra el gobierno del acorralado primer ministro Ariel Henry?
Primero, una baja al precio de todos los derivados del petróleo afectados por la eliminación del subsidio al combustible y, segundo, la renuncia del premier y todos los miembros de su gabinete.
Más allá de estos dos fuertes reclamos populares que repiquetean en todos los rincones de Haití, el resto son despojos reivindicativos asentados en los programas de lucha común de los partidos políticos y colectivos populares, para atraer a los descontentos.
El primer ministro señaló que las reformas recientes no solo estaban dirigidas a reducir 400 millones de dólares en subsidios a los combustibles y “cerrar un lucrativo mercado negro”, sino a “recaudar millones en aranceles aduaneros no recaudados de los evasores de impuestos”.
Sobre esto dijo, enfáticamente, que “tienes que estar de acuerdo conmigo”, advirtiendo de que “no podemos tomar todas las recetas personalizadas para servir a un pequeño grupo de personas y subsidiar un solo producto”.
De los delincuentes, dijo el premier haitiano, tienen a Haití como rehén e intentan poner “a todo un pueblo de rodillas”, al creer que es la única forma de llegar al poder.
“El comportamiento irresponsable y criminal de esta gente ha creado una crisis humanitaria que nunca hemos visto, nunca hemos vivido en la tierra de Haití y que amenaza la soberanía del padre Dessalines”, señaló.
Estas personas, según Henry, están “asociadas con algunos malos políticos y algunas personas malas; hundir a nuestro país en un desastre sin precedentes”.
Todo está claro. Ariel ha decidido quedarse, pero tendrá que lidiar con más furia y tempestades en las alborotadoras calles haitianas. En medio de este dilema, solo los días por venir podrán marcar el destino suyo y de su gobierno, y probar si la resistencia opositora es capaz de agotar sus reservas de oxígeno.
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