La Iglesia católica celebra hoy el Domingo de Ramos que festeja el episodio bíblico de la entrada de Jesús a Jerusalén, con el cual se da inicio a la Semana Santa, y también marca el éxodo de miles de personas hacia lugares de playas, ríos y montañas, en procura de disfrute terrenal muy lejos del fervor cristiano.
Este domingo de cuaresma se rememora con la bendición y distribución en las iglesias de ramas de palmas, para recrear las esparcidas en Tierra Santa, según el apóstol Mateo, quien refiere el cumplimiento de la profecía de Zacarías, de que “he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde cabalgando sobre un asno…”.
La sociedad de hoy, atribulada por la pérdida de valores, degradación del fuero familiar, auge y prevalencia de nuevas agendas que promueven egoísmo, individualismo, desmedidas ambiciones personales y corporativas, requiere aprovechar Semana Santa para abrevar en aguas cristalinas de la reflexión.
Aunque se trata de una celebración religiosa que convoca a penitencia y oración, también le asiste derecho a quienes aprovechan el largo asueto para procurar sano esparcimiento o congregarse en familia, aunque no debería olvidarse llevar consigo dosis suficiente de sensatez, tolerancia y respeto al derecho ajeno.
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A la feligresía le corresponde incluir en sus oraciones fervientes ruegos al Altísimo para que proteja a la nación de despropósitos foráneos que se urden contra su gentilicio y soberanía y la que la vocación de unidad y consenso se anide en litorales del Gobierno, clase política, empresariado, trabajadores y sociedad civil.
Al liderazgo político le corresponde cubrir al espacio democrático dominicano con el manto de un anhelado Estado social de derecho, que garantice la prevalencia del derecho, justicia, equidad, aplicación y respeto de la ley, sin discriminación ni privilegio.
Semana Santa se erige como un buen tiempo para la reflexión, autocrítica, comprensión, rectificación en todos los órdenes de la vida, aunque también se aprovecha para ejercer con moderación el derecho al ocio y a la diversión, lo que significa enhestar la bandera de la prudencia al emprender cualquier camino.
La literatura bíblica relata que en Jerusalén, donde Jesús fue recibido con vítores el Domingo de Ramos, allí también fue lapidado y crucificado, lo que se traduce en sabia lección de que detrás de elogios y aplausos se esconde la traición artera al asecho de asestar golpe mortal a los anhelos de justicia que albergan los pueblos.
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