Tenía tan solo 12 años cuando dejó la escuela y comenzó a marcar su entrada y salida de turnos infinitos en una de las fábricas de ropa que brotaban en Bangladés, con la esperanza de sacar a su familia de la pobreza.
Le dolían los dedos de coser pantalones y camisetas destinadas a venderse en Estados Unidos y Europa, pero los 30 dólares que la joven ganaba cada mes implicaban que, por primera vez, su familia tenía comidas regulares, incluso lujos como pollo y leche.
Una década más tarde, le estaba dando a su propio hijo una mejor vida de la que ella jamás habría imaginado.
Luego, el mundo se encerró y Shahida Khatun, como millones de trabajadores de bajos ingresos en todo el mundo, se encontró de nuevo en la pobreza que pensaba haber dejado atrás.
En cuestión de unos meses, el coronavirus ha aniquilado las ganancias que tardaron dos décadas en lograrse a nivel mundial, y como consecuencia hay 2000 millones de personas en riesgo de caer en la pobreza extrema. Sin importar cuán indiscriminada sea la propagación del virus, una y otra vez se ha demostrado todo lo contrario cuando se trata de sus efectos en las comunidades más vulnerables del mundo.
“La fábrica de ropa nos ayudó a mí y a mi familia a salir de la pobreza”, comentó Khatun, de 22 años, quien fue despedida en marzo. “Pero el coronavirus me ha empujado de regreso”.
Según el Banco Mundial, por primera vez desde 1998, el pronóstico para los índices de pobreza en el mundo es ascendente. Para finales del año, un ocho por ciento de la población mundial, cerca de 500 millones de personas, podría quedar en la pobreza, principalmente a causa de la pandemia, según estiman las Naciones Unidas.
Khatun fue una de las miles de mujeres en toda Asia meridional que aceptaron trabajos en las fábricas y, cuando entraron a la fuerza laboral, ayudaron al mundo a abrir brechas en contra de la pobreza.
Ahora, esas ganancias están en grave peligro.
“Estas historias —de mujeres que ingresaron a los lugares de trabajo y sacaron a sus familias de la pobreza, de programas que elevaron las trayectorias familiares—, esas historias se destruirán con facilidad”, mencionó Abhijit Banerjee, profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por su sigla en inglés) y ganador del Premio Nobel de Economía en 2019.
Aunque todo el mundo sufrirá, los países en vías de desarrollo recibirán el golpe más fuerte. El Banco Mundial estima que África subsahariana verá su primera recesión en 25 años, pues se han perdido casi la mitad de los trabajos en todo el continente. Lo más probable es que el sur de Asia experimente su peor rendimiento económico en 40 años.
La gente que está más en riesgo es la que participa en el sector informal, en el cual trabajan 2000 millones de personas que no tienen acceso a beneficios como la asistencia por desempleo o la atención médica. En Bangladés, un millón de trabajadores de fábricas de ropa como Khatun —un siete por ciento de la fuerza laboral del país, muchos de los cuales no tienen un empleo formal— perdieron sus trabajos a causa del cierre de emergencia.
Para Khatun, cuyo marido también fue despedido, esto significa que las punzadas de hambre que alguna vez conoció de nuevo están llenando sus días, y se está endeudando con el tendero local para obtener aunque sea una comida escasa al día de roti y puré de papas.
La conmoción financiera podría permanecer incluso después de que se haya ido el virus, advierten expertos. Los países como Bangladés, que tienen una fuerte inversión en programas para mejorar la educación y ofrecer atención médica, podrían ya no ser capaces de financiarlos.
“Habrá grupos de personas que habían escalado a otro sector y ahora caerán de regreso”, comentó Banerjee, el profesor del MIT. “Había tantas vidas frágiles, familias que apenas empezaban a tejer una vida. Caerán en la pobreza, y tal vez no saldrán de ella”.
Las ganancias que ahora están en riesgo son un duro recordatorio de la desigualdad en el mundo y todo lo que falta por hacer. En 1990, el 36 por ciento de la población mundial (1900 millones de personas) vivía con menos de 1,90 dólares al día. Para 2016, esa cifra había caído a 734 millones de personas (el diez por ciento de la población mundial), en gran medida gracias al progreso en el sur de Asia y en China.
Sin embargo, según los expertos, ese progreso podría retroceder, y el financiamiento para los programas que combaten la pobreza podría ser recortado pues los gobiernos luchan con tasas estancadas de crecimiento o contracciones económicas a medida que el mundo se dirige a una recesión.
En India, millones de trabajadores migrantes se quedaron sin empleo y sin casa de la noche a la mañana después de que el gobierno indio anunció un cierre de emergencia. En partes de África, millones de personas podrían pasar hambre después de perder sus trabajos y ahora que las cuarentenas obstaculizan las redes de distribución de ayuda alimentaria. En México y Filipinas, han empezado a escasear las remesas de las que dependían las familias a medida que los principales proveedores pierden sus trabajos y ya no pueden enviar dinero a casa.
“La tragedia es que es un problema cíclico”, comentó Natalia Linos, directora ejecutiva del Centro François-Xavier Bagnoud de Derechos Humanos y Salud de la Universidad de Harvard. “La pobreza es un enorme vehículo de enfermedades, y estas a su vez son uno de los principales impactos que empujan a las familias a la pobreza y las mantienen ahí”.
Según Linos, cuando se trata de una pandemia como el brote del coronavirus, los pobres sufren aún más desventajas que la gente con medios. No se pueden dar el lujo de abastecerse de comida, esto quiere decir que deben ir con más frecuencia a las tiendas, lo cual aumenta su exposición. Además, aunque tengan empleo, es poco probable que puedan trabajar desde casa.
Una resolución a la que se comprometió la ONU de eliminar la pobreza y el hambre y brindar acceso a la educación para todos para 2030 ahora podría ser una fantasía.
Más de 90 países le han pedido ayuda al Fondo Monetario Internacional. No obstante, con todos los países que están sufriendo, es posible que las naciones ricas estén demasiado limitadas para brindar la ayuda que necesitan las naciones en vías de desarrollo o condonar deudas, una petición que han realizado algunos países y organizaciones humanitarias.
Para evitar que grandes porciones de la población caigan en la pobreza, los países deben gastar más, señaló Banerjee. En tiempos de crisis, como después de la Segunda Guerra Mundial, las economías se recuperaron porque los gobiernos intervinieron con enormes paquetes de gasto como el Plan Marshall.
Sin embargo, hasta ahora, los paquetes de estímulos económicos y el apoyo para la gente que acaba de perder su empleo han sido pocos o inexistentes en buena parte de los países en vías de desarrollo.
Mientras que Estados Unidos ha destinado casi tres billones de dólares a paquetes de estímulo económico para ayudar a los pobres y las pequeñas empresas, India planea gastar tan solo 22,500 millones de dólares en su población de 1300 millones de personas: cuatro veces la de Estados Unidos. Pakistán, el quinto país más grande del mundo, ha destinado unos 7500 millones de dólares, mucho menos que los 990,000 millones de dólares que ha invertido Japón en paquetes de estímulo.DE The New York Times
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