Ocho años después del atentado en el Metro de Santo Domingo, la reinserción laboral de su principal afectado no ha sido nada fácil.
Para Francis Alberto González Gil, quedar con discapacidad auditiva, atrofia muscular en una mano y recurrir a terapias para recuperar la movilidad de sus piernas, han sido barreras que le impidieron por varios años encontrar un puesto donde fuera aceptado para desarrollar una de sus mayores aptitudes: las artes gráficas. “Yo no puedo quedarme en mi casa viviendo del gobierno o de la caridad”, dice con cierto agradecimiento hacia quienes le apoyaron cuando más lo necesitó, pero se siente con la fuerza y con la capacidad de poder ganar con trabajo tesonero sus propios ingresos económicos. Es por ello que se pregunta: “¿cómo me rechazan? Si eso soy yo, qué será de otros a quienes le falta un brazo o al que le falta una pierna, al que tiene alguna discapacidad peor que las mías”.
Su conocimiento, las empresas para las cuales ha trabajado y su arte en el diseño gráfico son su principal carta de presentación, pero son obviados cuando resalta ante los reclutadores de talento las discapacidades adquiridas tras el siniestro del que fue víctima el 27 de octubre de 2014, cuando un joven, de nombre Frankelis Holguín, le lanzó una mochila incendiada con el objetivo de quemar un vagón de la segunda línea del Metro de Santo Domingo.
“Este brazo se me atrofió, tengo nervios atrofiados, por eso no puedo cerrar el puño”, dice mostrando cómo hay dos de los delgados dedos de la mano izquierda que, por más que lo intente, no llegan a tocar la palma de su mano y agrega: “Me tomó bastante aprender a diseñar con los dedos que me quedan más o menos bien”, ya que al principio ni podía moverlos.
Cuando culminaron los cuatro años de licencia y uno de terapia ocupacional, en los que también detuvo su carrera universitaria, regresó a su puesto de trabajo donde duró apenas 12 meses hasta que fue desahuciado.
“Ahí fue que comenzó la verdadera dificultad”, agrega tras recordar los 11 años que duró en esa empresa y los esfuerzos durante su reingreso para “que no se sintieran las deficiencias” provocadas por su sordera parcial y la disminución del tamaño de los músculos de su brazo, el cual ha perdido fuerza debido a la relación con su masa.
Nunca ha mentido sobre las secuelas que le dejó, la traumática experiencia del primer hecho catalogado como atentado terrorista en el país, cuyo autor cumple una condena de 35 años, y eso le ha cerrado puertas.
“Curricularmente, excelente; me entrevistaban vía telefónica o por videollamada, cuando me llamaban para firmar un contrato o algo parecido, decía ´tengo dificultades auditivas´ (…) y se caía automáticamente la negociación”, narra, explicando que estas situaciones lo ha llevado a pensar “si de verdad aquí (en el país) se cumple eso de la de la inclusión”.
Ya ha conseguido volver a ocuparse en su oficio como diseñador, pero le preocupa que, a veces, quienes incluyen en su capital humano a personas con discapacidad sea solo por cumplir con la cuota que establece la Ley Número 5-13, un 5% las instituciones públicas y un 2% para el sector privado.
Retorno al Metro
Pese a los deseos de retornar a la universidad, su regreso no fue fácil. El trauma fue tal que le provocaba cierta ansiedad el llegar a un aula entre tantos desconocidos. Lo mismo sintió cuando se montó nueva vez en el Metro: “se me aceleró el corazón”, pero ya ha vuelto a ser uno de sus transportes habituales.
“Alguien nos quiso matar a todos”, “No sé cómo estoy viva”, “Pensé que esto era seguro”, eran algunas de las expresiones que se escuchaban a la salida de las estaciones Mauricio Báez, en la escuela República Dominicana, y la Ramón Cáceres, en la avenida Duarte, durante la mañana del atentado.
Ambas son los límites del tramo donde aconteció el atentado y las llamas consumieron casi el 90% de la piel de Francis González, quien también vivió el trauma de ser tildado como el responsable del hecho, cuando más bien dio la voz de alarma.
Estos daños, el físico de las quemaduras y el psicológico de ser acusado por el boca a boca en un crimen contra casi 500 pasajeros, no fueron los causantes del llanto la primera vez que lloró. Pero las lágrimas sí fueron provocadas por una pregunta que sigue sin respuestas: ¿Qué estaba pasando por la mente de ese muchacho que me hizo esto?
Sepa más
Más de una docena de cirugías, semanas interno, infecciones por bacterias, pérdida de peso y terapias para aprender a caminar de nuevo mientras se desplazaba en una silla de ruedas, fueron algunos de sus padecimientos, los cuales terminaron costeados por su aseguradora de riesgos laborales y el Metro de Santo Domingo, así como también por ayudas de manos solidarias.
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