El 16 de agosto del año 1978, tomaba juramento como presidente constitucional de República Dominicana don Antonio Guzmán Fernández, vencedor en los comicios celebrados tres meses antes cuando representando a su Partido Revolucionario Dominicano (PRD), se impuso al candidato reeleccionista, Joaquín Balaguer del Partido Reformista (PR).
Ese día, los dominicanos presenciaron algo para nada común en la región latinoamericana como tampoco lo era en el país: el traspaso pacífico del mando político por parte de un mandatario derrotado en las urnas. La significancia de semejante suceso no pasó desapercibida para el entrante jefe de Estado y su equipo, procediendo a mencionarlo explícitamente como la primera ocasión de una transmisión como esa en exactamente un siglo, cien años desde 1878.Había que remontarse al 6 de julio en aquel año para ver un acontecimiento parecido, el cual también marcó una época aunque de manera considerablemente distinta. Si bien hoy día una de las mayores pasiones del pueblo dominicano es la política electoral, con ya más de medio siglo de torneos competitivos, esto no siempre fue así, debido a que las definiciones sobre quién iba a detentar el poder poco tenían que ver con la voluntad popular expresada en las urnas. No fue sino hasta 34 años después de fundada la República que se organizó el que pudiésemos considerar como primer torneo electoral real, muy a pesar de la terrible inestabilidad tanto previa como posterior.
A finales de 1876, el caudillo Buenaventura Báez retornó al poder por quinta y última vez, pero ahora estando muy lejos del gran poder exhibido durante su sexenio de 1868-1874, el mandato más largo hasta que Ulises Heareaux lo duplicó 12 años y medio. Aunque hubo reiterados intentos de alianza amplia con liberales anteriormente opuestos a su liderato, esto no prosperó y ya a inicios de 1878 se comenzaron a ver los alzamientos armados para derrocarlo. Abandonó el país para siempre el 2 de marzo, falleciendo en Puerto Rico seis años más tarde, habiendo sido uno de los tres hombres que simbolizaron el poder en el siglo XIX.
A su caída, se establecieron dos gobiernos rivales territoriales, Ignacio María González en Santiago y el joven Cesáreo Guillermo en la capital. Tal escenario generó el bien fundado temor en el prócer liberal Gregorio Luperón de que se avecinaba una destructiva guerra civil, por lo que se empeña en mediar un acuerdo para el reconocimiento de Guillermo en todo el país, siendo esto aceptado por González quien ya había sido dos veces presidente. El pacto se concretó el 13 de abril, jurando un gobierno provisional mientras se organizaban elecciones para los días 24-26 de mayo.
A la cita electoral se presentaron como candidatos González, quien recibió el apoyo de 6,203 electores; Luperón, endosado por 4,043 votantes y el presidente Guillermo, quien al no contar con el apoyo del Partido Rojo, quedó un vergonzoso tercer lugar con 2,741 sufragios. No le quedó de otra que reconocer esta aplastante derrota y entregarle el poder a regañadientes pero en paz a González quien se juramentó el ya mencionado 6 de julio. Sin embargo, como en la política no existen los finales felices de cuentos de hadas, ese no fue el inicio de una era democrática ininterrumpida. Por el contrario, fue desatada una persecución política contra Luperón y sus seguidores, quienes procedieron a derrocarlo apenas 58 días después, instalando al jurista Jacinto de Castro en el mando para celebrar nuevas elecciones el mismo año.
Aquellas no fueron tan pacíficas como las de mayo y la sangre fue su marca principal, siendo asesinado el casi seguro vencedor, general y ex canciller, Manuel Antonio “Memé” Cáceres, lo que obligó a posposición y precipitó la renuncia del presidente de Castro dos días más tarde. Aquel vacío de poder trajo de vuelta a Cesáreo Guillermo primero de manera provisional, tal como le había tocado 5 meses antes, teniendo que nuevamente organizar votaciones, pero esta vez sí logró imponerse con 18,344 votos de un total de 18,656 emitidos.
Aún con todos los desafíos que conocemos los dominicanos a partir del traspaso en 1978, podemos decir que a diferencia del siglo anterior, nuestra democracia lo que vivió fue un proceso de fortalecimiento que la ha convertido en una de las más estables de la región, con presidentes postulados por cuatro partidos distintos y un claro consenso sobre la importancia de procesos competitivos.
Ocho años más tarde, tocó otra entrega de mando de un partido a otro, siendo esta vez el doctor Balaguer el beneficiario cuando ante la Asamblea Nacional resaltó…
“Vuelvo y vuelvo….”
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