El amor por lo que se hace, por lo que se es, es uno de los mejores pagos que se pueden obtener por un trabajo u oficio.
El aplauso, la mirada, el calor del público y en algunas ocasiones unas monedas es la motivación por la que los fines de semana un grupo de estatuas toman vida con el único propósito de divertir con su arte.
La calle El Conde, la vía más emblemática de toda la capital, es el escenario en el que un grupo de artistas se da cita para con su creatividad, talento y arte transformarse en imágenes que aunque inamovibles por momentos están llenas de vida, de preocupaciones y sentimientos.
En un ambiente muy singular, por sus luces opacas que en ocasiones son tragadas por la oscuridad, combinado con el olor a salitre, café, tabaco, y ron, además del coctel musical que llega de los trovadores y artistas musicales callejeros dispersos en toda la zona, impregnan al lugar una extraña sensación de magia, aventura y quimeras.
Vestidos con hermosos, vistosos, coloridos y de seguro caros trajes, hombres y mujeres salidos de las aulas y tablas de Bellas Artes, se transforman en personajes de fantasía para deleitar a grandes y chicos.
Charles Chaplin en su silla invisible, es personificado por Francisco Calderón, el Capitán Jack Sparrow, el personaje de ficción de la serie cinematográfica Piratas del Caribe, recobra vida en la piel de Stuart Ortiz, y Ámbar Santana se convierte en una hermosa hada verde.
También conforman el grupo de artistas Víctor José Quezada, quien encarna a Spider-Man (Hombre Araña), que con su traje y movimiento hace excelente personificación del súper héroe de Marvel Comics; Ronald Lizardo es el minero, Belinis Aquino es el hombre de blanco y Michael Jackson baila en el cuerpo de José Moreno.
Todos ellos tienen algo en común, hacen su trabajo por amor, por los aplausos y la atención de un público que en ocasiones les deja caer unas pocas monedas.
Jorge González
jgo.jorgegonzalez@gmail.com
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