PUERTO PRÍNCIPE. Un muchacho en una esquina de la capital luce el logo de un candidato a la presidencia en su camiseta, tiene grabado el nombre de otro en sus anteojos de sol y reparte panfletos de un tercer aspirante a la primera magistratura.
Jeanty Masier no disimula que no le interesa ninguno de los candidatos de las elecciones presidenciales del domingo, pero está feliz de colaborar con sus causas... por un precio.
“No sé mucho de los políticos. Pero me prometieron pagarme algo, de modo que hago el trabajo”, expresó Masier, un joven de 24 años que reside en un barrio pobre de Puerto Príncipe desde el cual se divisa el centro de la capital y el sector donde alguna vez estuvo el palacio presidencial antes de ser aplanado por un terremoto en el 2010.
La campaña electoral es un período intenso no solo para los candidatos sino también para una cantidad de jóvenes pobres como Masier, que nunca han tenido un trabajo estable y hacen cualquier cosa con tal de cobrar algo.
Durante algunas semanas pueden ganar dinero haciendo de carteles humanos, participando en protestas y promoviendo de algún modo una candidatura en comicios a los que se inscribieron 54 aspirantes a la presidencia, la mayoría de los cuales siguen siendo totalmente desconocidos.
Las elecciones ofrecen un respiro económico a mucha gente en un país con una extrema pobreza y una enorme cantidad de muchachos que tienen que ingeniárselas para sobrevivir.
La posibilidad de ganar algunos centavos y de poder tomar unos traguitos de ron hace que numerosas personas aplaudan en los actos, hagan pintadas en las paredes, peguen afiches o destruyan los de otros. Algunos hasta apelan a la violencia, llenan las urnas de votos o se las roban en los días de los comicios si alguien les ofrece lo suficiente.
En un reciente acto en el centro de la capital, decenas de jóvenes se abrieron paso a los empujones y los codazos para conseguir camisetas de campaña y tal vez acompañar al candidato Steeve Khawly a un escenario.
Un grupo que ya tenía camisetas esperaba junto a motocicletas en las cercanías. Frantzdy Thomas, de 29 años, dijo que le prometieron alguna compensación si traía amigos de su barrio para apoyar la campaña del empresario. Indicó que deseaba conseguir un trabajo en la construcción y estaba dispuesto a seguir órdenes en la esperanza de que una victoria de Khawly le abriese las puertas a un empleo estable.
“Hacemos lo que nos diga nuestro jefe. Si nos dice que salgamos a la calle a movilizar gente, lo hacemos. Si dice que permanezcamos en calma, lo hacemos”, expresó Thomas, mientras sus amigos asentían con la cabeza.
Por primera vez Haití tendrá tres rondas electorales para elegir presidente y renovar dos tercios del Senado, los 119 miembros de la Cámara de Diputados y varios funcionarios locales. Los dos más votados en la primera ronda electoral presidencial del 25 de octubre pasarán a una segunda vuelta, a llevarse a cabo el 27 de diciembre.
Celso Amorim, jefe de la misión de observadores de la Organización de Estados Americanos en Haití, dijo hace poco que la votación podría constituir un “momento histórico” en el país.
Pero después de años de promesas incumplidas de los políticos, no son muchos los haitianos que piensan que su voto puede marcar una diferencia. En las elecciones legislativas de agosto la asistencia fue de apenas el 18%.
“Lamentablemente la política es un negocio en Haití”, manifestó Robert Fatton, un haitiano que enseña ciencias políticas en la Universidad de Virginia y autor de “The Roots of Haitian Despotism” (Las raíces del despotismo haitiano). “Es una forma de conseguir los recursos del estado y de usarlos para hacer dinero”.
Si bien Haití ha gozado de cierta estabilidad política en la última década, Fatton afirmó que hay una gran apatía entre los votantes alimentada por “una forma oportunista de hacer política en la que se paga a la gente para que vote o apoye a un candidato”.
Analistas aseguran que el entusiasmo popular con el proceso democrático decayó desde 1990, en que Jean-Bertrand Aristide pasó a la historia como el primer presidente elegido democráticamente, para ser depuesto por los militares a los cuatro meses.DE AP
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