Caminar por el residencial Oasis, próximo a la carretera de San Isidro, en Santo Domingo Este, es toparse con un letrero a cada metro cuadrado que alerta sobre la desaparición de la joven médico Soanny Montero, y donde se pide información sobre su paradero.
Allí, aquel silencio de tranquilidad fue sustituido por unos llantos desconsolados que salían desde la vivienda número nueve de la calle 2da. El motivo eran las imágenes que llegaban a los teléfonos inteligentes de los familiares de la profesional, que mostraban el estado en que se encontraba su cuerpo. Era la primera vez que sus familiares la veían desde las 06:30 de la mañana del lunes, cuando se dirigió a su trabajo, pero esta vez estaba tendida en la parte trasera de su automóvil, siete días después de declararse como desaparecida.
Mártire Montero, el padre la joven, oriundo del municipio Tamayo, de la provincia Baoruco, explicó a LISTÍN DIARIO que la familia no sabía nada sobre lo sucedido, y que no manejaban ninguna hipótesis o suposición sobre las causas de la muerte de su hija. “No sabemos nada. Patología Forense dará a última hora los resultados (sobre la investigación)”, dijo el padre de la joven. Montero indicó que sería en la funeraria Blandino de la avenida Sabana Larga, en el Ensanche Ozama, donde se velaría el cadáver de la joven, para ya hoy darle cristiana sepultura. La madre de la joven es Marilyn Vargas, y tiene un hermano de 22 años llamado Rafael Montero, que estudia en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU).
En el residencial
Todo tipo de especulaciones en el lugar era posible. Los vecinos manejaban las distintas informaciones que difundían las redes sociales, en momentos en que la última esperanza de volver a ver a Soanny con vida había desaparecido.
Todo tipo de especulaciones en el lugar era posible. Los vecinos manejaban las distintas informaciones que difundían las redes sociales, en momentos en que la última esperanza de volver a ver a Soanny con vida había desaparecido.
Antes de la llegada de don Martire, el panorama en la casa de la familia Montero Vargas era desolador. Las cuatro mecedoras de la galería no daban a basto, por lo que se agregaron dos sillas plásticas. Todas, e inclusive el juego de muebles del interior estuvieron ocupados, escuchándose solo sollozos salir de estos. Nadie hablaba. Y afuera, justo en la puerta de la marquesina, los vecinos y más cercanos amigos daban detalles sobre la joven.
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