Este miércoles 29 de septiembre se cumple un año y un día de la desaparición del activista de los derechos humanos Juan Almonte, quien fue raptado al salir de su trabajo por 4 supuestos agentes de la Policía Nacional, y desde entonces no se tiene ninguna pista de su paradero, mientras su familia continúa en medio de la incertidumbre al no saber si está vivo o muerto.
Su esposa, Ana Montilla, visitó la Z101 y narró día a día la increíble odisea que vivió entre los días del 5 al 12 de octubre del 2009, lapso en el cual llegó al país desde Filadelfia, para luego tener que retornar a los Estados Unidos por presiones de la Policía y las amenazas de muerte para que no siguiera indagando sobre el paradero de su cónyuge.
Lunes 5
Ana Montilla llega al país la mañana del lunes, luego de enterarse por un medio digital que su esposo, Juan Almonte, había desaparecido el 28 de septiembre. Al tocar la puerta de su casa en la calle Higüey, número 4, en Manganagua, dos sobrinos le dicen que suelte las maletas y se vaya directo al hospital Plaza de la Salud porque tenían la información de que a su marido lo habían llevado gravemente herido a ese centro desde la Policía Nacional.
Al llegar allá se encuentra con los demás parientes del desaparecido, quienes le dicen que él -Juan- no estaba ahí. Decidieron recorrer todos los hospitales de la capital para evitar confusiones, pero su búsqueda no arrojó resultados satisfactorios. Se fueron a la casa.
Martes 6
Tanto Ana como Yubelkis Almonte, hermana de Juan, salieron antes de las 9:00 de la mañana de su residencia y visitaron algunos medios de comunicación en busca de mayores detalles sobre el paradero del desaparecido. Tampoco ese día lograron obtener más informaciones que las que ya tenían.
Miércoles 7
Temprano en la mañana Yubelkis recibe una llamada anónima que le revela el paradero de Juan Almonte: el sótano del Palacio de la Policía.
Salen apresuradamente de la casa hasta el lugar donde le refirieron. “Pensamos que ya ese día terminaría la pesadilla”, confiesa Ana, “pero ahí las cosas se pusieron peor”.
Ya en la Policía los recibe un alto oficial quien supuestamente dirigía la Unidad de Antisecuestro. No les permite argumentar el dolor de una familia desesperada y les dice: “nosotros no lo tenemos, aquí no está”. Sin mediar palabras les pidió retirarse, sin permitirles pedirle una explicación sobre el por qué debajo de su escritorio estaba el maletín de Juan Almonte, el mismo que se llevaron el 29 de septiembre cuando más de 15 agentes allanaron su residencia y se llevaron, además del portafolios, el CPU de su computadora personal y una camioneta de su propiedad.
Para sorpresa de los desesperados familiares, mientras el “encargado” de Antisecuestro negaba toda posibilidad de relación con el desaparecido, en su residencia se efectuaba un segundo allanamiento por seis agentes que entraron a la habitación de Ana, levantaron su cama en busca de algún documento y se marcharon, según les contaron los sobrinos que cuidaban la casa, tanto de los delincuentes como de los policías.
Jueves 8
Ana Montilla sale nuevamente en horas de la mañana, pero esta vez con destino a San José de Ocoa, lugar donde su abuela agonizaba por una enfermedad terminal. Regresó agotada al caer la noche, pero el cansancio no fue óbice para cuestionar a su cuñada y demás parientes sobre alguna información que les revelara el paradero de su esposo, pero no tenían buenas nuevas.
Viernes 9
Una amiga de Ana la llama y le dice que conoce un supuesto agente de la Agencia Antidrogas de los Estados Unidos (DEA), de nombre Rafael Rosario, quien la podía ayudar con la investigación del caso. Lo llama y acuerdan verse esa misma mañana en el Departamento de Inteligencia Delictiva de la Policía, ubicado en la avenida Máximo Gómez esquina San Martín.
Al momento de entrar al lugar se entrecruzan con el general Juan Manuel Fructuoso, director de ese departamento, y éste le dice que no saben nada sobre el paradero de Juan Almonte. Ana le refuta diciéndole que testigos vieron a su esposo torturado en el sótano de la Policía. El general alega que va de salida y la deja en conversación con el coronel Luciano Márquez, subdirector de Inteligencia Delictiva.
“No tenemos a Juan, esas son mentiras de los medios de comunicación” fue la respuesta de este oficial a la pregunta de que el periódico El Nacional había publicado la información de que la Policía conocía el paradero del desaparecido. Le pidieron a los parientes llevar hasta ese departamento el periódico donde aparecía la información, pero le contestaron: “se supone que son ustedes los que investigan y los que deben tener todas las informaciones en torno a este caso, no nosotros”.
Después de dos horas de plática sin ningún resultado satisfactorio para la familia Almonte, Ana decidió irse a su casa y hacer las investigaciones por su propia vía.
Sábado 10
A las 8:00 de la mañana Montilla toma el primer autobús hasta Ocoa porque su abuela había muerto. Regresa ese mismo día en la tarde y recibe la llamada del supuesto agente Rafael Rosario, quien la invita a pasar por su residencia para darle detalles que hasta ese momento eran desconocidos.
Cuando llega a una casa de clase media en el ensanche Ozama la recibe Rosario diciéndole que todos los teléfonos, tanto el de ella como de toda persona que llama a la casa de los Almonte, estaban intervenidos, además de revelarle que la Policía tenía un servicio de inteligencia montado en su residencia y que no había paso que dieran que esa institución no lo supiera.
“El jefe de la Policía -para ese entonces mayor general Rafael Guillermo Guzmán Fermín- tiene los ojos puestos en ti y tu cuñada. Es un asesino y está puesto por el Presidente para que acabe con la delincuencia”, le aseguró Rafael Rosario a Ana Montilla, quien después de recibir esa información salió de la residencia con fiebre y presión alta.
Domingo 11
Montilla va en horas de la mañana al Aeropuerto Internacional de Las Américas a recibir a su hijo Jesse Victoria que llegaba desde Filadelfia. Antes de llevarlo a la casa la llama el supuesto agente de la DEA y le dice que pase nueva vez por su casa.
“Juan está vivo; hablé con el jefe de la Policía y con Fructuoso y me lo dijeron”, le confesó Rosario, quien le advirtió salir del país en el primer vuelo porque su vida y la de sus parientes corrían peligro. El hijo de Ana entró en pánico y entre lágrimas le imploró a su madre irse al exterior porque temía por su seguridad.
Además, le advierte el agente, "si decide quedarse en República Dominicana le marcarán su pasaporte con un sello rojo que indicará restricciones y no le permitirían viajar".
Lunes 12
A las 6:00 de la mañana del lunes Ana Montilla sale en un vuelo hacia Filadelfia con escala en San Juan, Puerto Rico. Arriba a norteamerica cerca de las 3:00 de la tarde y decide visitar el hospital porque no se sentía bien. Para su sorpresa le diagnostican bronconeumoníaUn año después
Ana regresó al país y promete no irse hasta saber dónde está Juan Almonte, su esposo. “Usted no se imagina la vergüenza que uno siente cuando las autoridades nacionales ignoran las querellas de nosotros porque simplemente somos unos infelices, porque no somos de renombre”.
El próximo domingo, a las 10:00 de la mañana, los parientes y allegados de Juan Almonte ofrecerán una conferencia de prensa en la residencia del desaparecido, junto a la comitiva de Amnistía Internacional que viene a tratar directamente ese y otros casos de violación a los derechos humanos aún sin resolver.
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