Serían las siete la mañana cuando una comisión de la Junta Central bajó al muelle a recibirlo con la orden de desembarco. Con la comisión bajaron las tropas, los empleados, el Sr. Arzobispo, que fue el primero que al llegar a tierra lo abrazó diciéndole: “¡Salve al Padre de la Patria!”. Con el Sr. Arzobispo estaban los sacerdotes que tanto lo querían, y en fin, el pueblo en masa vitoreando al benemérito que había llevado al cabo su magna obra. Al poner el pie en tierra el cañón de la Fortaleza lo saludaba con los tiros de ordenanza; y todo es conmoción y alegría.
Al llegar a la plaza de Armas el pueblo y el ejército le proclaman General en Jefe de los Ejércitos de la República y en medio del triunfo más espléndido llega al Palacio de Gobierno; sabiendo que una palabra sola le bastaba para aniquilar los proyectos ambiciosos de los noveles... republicanos, llega el inexperto joven y ofrece su espada a la Junta que sólo aguardaba sus órdenes, y en recompensa de su modesto desprendimiento, le da el título de General de Brigada; él lo recibe sin hacer alto en la nada y todo lo renuncia en favor de sus conciudadanos, cuya unión deseaba para el bien de la Patria.
Del Palacio de Gobierno se dirigió a su casa, el pueblo y el Ejército lo acompañaban con la Banda Marcial. Su anciana madre, sus hermanas le reciben anegadas en lágrimas, pues su deseada presencia hacía más dolorosa la pérdida del esposo y padre tan querido. Lamentándose su madre de que su padre no presenciara la llegada del más querido de sus hijos, el Pbro. Dr. Bonilla entre otras palabras de consuelo le dijo: “los goces no pueden ser completos en la tierra, y si su esposo viviera sería para Ud. hoy un día de júbilo que sólo se puede disfrutar en el cielo. Dichosa la madre que ha podido dar a la patria un hijo que tanto la honra”.
Ese día tan caramente pagado no se cerró en su casa la puerta de la calle, pues a más de los que llenaban la casa y la calle en que vivía en la ciudad que no se cansaban de abrazarle, verle y oírle, los que vivían en las cercanías, y que la voz del cañón les anunciaba su llegada acudían en tropel y hasta que no le abrazaban o estrechaban la mano no se retiraban del medio del concurso para dar paso a los nuevamente llegados.
A las dos de la tarde notó el General Sánchez que las ventanas de Duarte no tenían banderas; pidió unos velos blancos y él mismo formó con ellos unas banderas que colocó en las ventanas con aplausos de todos, diciendo: “hoy no hay luto en esta casa, no puede haberlo, la Patria está de plácemes, viste de gala, y Don Juan mismo desde el cielo bendice y se goza en tan fausto día”.
Fue nombrado Miembro de la Junta Gubernativa y Comandante del Departamento de Santo Domingo.FUENTE DIARIO LIBRE
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