Desde las seis de la mañana, las ruedas metálicas de las tres unidades del carruaje del Metro de Santo Domingo inician su rasgueo sobre las barras de acero de la vía férrea, deslizándose como serpientes, en una rutina de sube y baja con su carga humana.
Sobre sus rieles se arrastra una flota de 19 unidades, cada una con tres vagones, 57 en total, de última generación, impresos con las tres franjas tricolores que enmarcan el alma nacional, la Bandera, el símbolo más imperecedero.
Sus usuarios se acomodan en números de cientos por unidad, gozando de los bienestares de este sistema, diseñado para transportar más de 355 mil pasajeros diarios.
Ahora, la estación del Centro de los Héroes, final de un recorrido de 14.5 kilómetros entre 16 estaciones, desde Villa Mella, está repleta. Es una de las más activas del nuevo sistema de transporte ferroviario dominicano. Mucha gente baja sobre escaleras rotatorias que los transborda hasta la plataforma de abordaje.
Allí, el aparato se detiene. Sus próximos usuarios, alineados detrás de la raya amarrilla del escenario de espera, habían estado impacientes por llegar a sus destinos, oficinas, plazas, negocios.
Eficientes jóvenes de la seguridad del Metro, siempre atentos y formales, observan y ayudan a los pasajeros.
Hay mucha gente y el aire, abajo, no es suficiente. Los usuarios se notan apresurados, ansiosos. Es temprano en la mañana, pero mientras esta camina igual se torna de insoportable el calor.
La llegada del Metro baja la tensión de la gente que no quiere llegar retrasada a sus centros de trabajo, pero mientras choca codos y salta para entrar de primero a los vagones, donde literalmente, al final, no cabe un alfiler, ignora a un viejo ratero que mete sus manos en bolsos de mujeres o sustrae carteras de los bolsillos de hombres: Los carteristas.
Un factor favorable
Hace buen tiempo habían perdido notoriedad, pero ahora parecen haberse encontrado con un factor favorable, las multitudes, para desvalijar a su antojo a los desprevenidos.
Hace buen tiempo habían perdido notoriedad, pero ahora parecen haberse encontrado con un factor favorable, las multitudes, para desvalijar a su antojo a los desprevenidos.
Mientras la gente se aviva para entrar al Metro, salir o moverse, confiados y distraídos, una cartera, un celular o cualquier otra pieza de valor puede ser sustraída por esta suerte de ratero sin siquiera ser advertido por el tacto.
Esta no es una práctica común en las estaciones del Metro, pero ya se conocen de quejas sobre pérdidas de carteras, teléfonos celulares y otros objetos, atribuyéndoseles a los carteristas.
Solo cuando llegan a sus áreas de trabajo o a casa algunos se enteran de la pérdida de sus pertenencias. Ignoran cuándo y dónde ocurrió, pero ofrecen versiones de miradas, pláticas de distracción y actitudes extrañas de gente a su lado o detrás.
Melania Herrera, una joven sanjuanera que estrenó por primera vez el servicio del Metro, perdió una pequeña cartera con dinero que llevaba dentro de una bolsa marrón abierta.
Un joven haitiano, Josué Lebonte, dijo que abordó el Metro en la estación Juan Bosch, y que cuando bajó en la Mama Tingó se enteró de que ya no tenía su cartera.
El carterista es experto en este tipo de robo, que con el tiempo ha modificado sus formas y método de hacerlo. Cuando la Policía Nacional cree haber dominado su modo operandi, ellos trastornan sus esquemas y continúan sus labores. Sus operaciones fructifican en sitios cerrados, con alta concentración de gente. El carterista local estuvo muy activo en décadas pasadas en el país, pero cuando la delincuencia encontró aquí más espacio, víctimas y beneficios, empezó a bajar su número. Muchos escogieron otras formas de delito, más “rentables”, pero no desaparecieron.
La avenida Duarte, las áreas exteriores de cine, estadios de béisbol, supermercados, mercados de productos agrícolas, espectáculos artísticos masivos, cines y concentraciones políticas, son lugares magníficos para esta especie de malhechores.
A Juan Emilio Agramonte, un esbelto hombre residente en Los Mina, le llevaron su cartera “en un cerrary abrir de ojos” en medio de un apiñamiento de gente buscando su salida en la estación Juan Pablo Duarte. Alguien le dio un pisotón, y le pidió disculpas, pero seguido otra persona rozó cerca de su bolsillo y le sustrajo su cartera.
Con el paso del tiempo, los carteristas se adaptan y hacen reajustes a sus métodos. Tienen muy claro que les conviene sustraer a la gente. Aunque siempre han preferido dinero en efectivo, jugar a la suerte no es buena idea, porque el esfuerzo por sacar una cartera a una persona puede terminar en frustración, si está vacía.
Por eso, los reportes de robo de la Policía contienen tanta desaparición de celulares. Hoy, el principal botín de los carteristas son los teléfonos inteligentes, que son muy abundantes, y de un solo golpe tienen dinero seguro. Este tipo de hurto está regularmente a cargo de delincuentes asociados a problemas de drogadicción.
POLICÍA INSTRUYE SOBRE FORMAS DE PREVENCIÓN
La Policía Nacional suele advertir a los ciudadanos sobre las modalidades de este tipo de robo y ofrece orientaciones para estar prevenidos y evitarlos.
Los carteristas, que bien pueden ser hombres o mujeres, acostumbran operar en grupos de dos o más personas. Su clave es confundirse entre mucha gente, en lugares de concentración de multitudes.
Después que cometen sus fechorías, pueden escaparse con facilidad. Son muy rápidos bajando escaleras mecánicas y corren bien entre el tráfico y los callejones.
En lugar de automóviles, prefieren viajar en motocicletas, porque este medio les garantiza un escape rápido y escabullirse sin problemas entre caminos, callejuelas, lugares pedregosos y angostos
Los lugares públicos con mucha gente, como el Metro de Santo Domingo, les resulta más favorable en la fase de auge de este sistema masivo de transporte en la capital.
Cuando ubican a una víctima empiezan a cambiar de asientos en forma constante.
En las líneas de espera, salen y entran constantemente.
Cuando actúan en pares, se combinan usando el lenguaje corporal. Usan sus cabezas, manos y ojos para enviarse orientaciones entre sí y ejecutar su acción con éxito.
Provocan choques accidentales con la gente, aparece otro encargado de distraerle mientras otro “mete la mano”. Rozan sutilmente el contenido de los bolsillos para darse cuenta dónde una persona lleva su cartera o celular, empujan al usuario o espectador, aprovechan las mochilas y bolsas de mujeres abiertas o gente cansada que queda dormida en sus asientos.DE LISTIN DIARIO.COM
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