viernes, 17 de mayo de 2013

Tras 36 años en EU y más de 20 preso, deportado dice lo trajeron a RD sin tener a dónde ir


“YO NI SÉ EL NOMBRE DEL CÓNSUL DOMINICANO, NUNCA VI A ESE HOMBRE Y NUNCA VI AL OFICIAL DE DEPORTACIÓN DE AQUÍ.” ASEGURA PEDRO BAEZ, QUIEN TAMPOCO FUE EVALUADO ANTES DE VENIRSanto Domingo
La mayoría de los dominicanos que llegan a República Dominicana repatriados, tras cumplir condenas en cárceles de los Estados Unidos, al descender del avión que los trae de regreso a su país de origen, se tapan el rostro para  no ser identificados. Pedro Báez ha hecho todo lo contrario,  dio la cara porque quiere ser escuchado. Ha pedido que lo que tiene que decir sea colocado en primera plana porque entiende que es un asunto de interés para los dominicanos.
Báez  aterrizó en el Aeropuerto Internacional de las Américas   hace poco más de un mes, tras pasar más de 20 años en  prisión y  36 años sin pisar suelo dominicano. Solo, sin dinero, sin parientes que lo recibieran o reclamaran, pese a no existir aquí ningún cargo en su contra, durmió la primera noche de su amargo regreso en el Palacio de la Policía junto a otro ex reo que acaba de cumplir 33 años de prisión y tampoco había regresado a Santo Domingo en los últimos 47 años.   
Con ambos, el primero condenado por tres cargos de asalto a mano armada y el segundo por asesinato, aunque  alegan inocencia,  estuvo deambulando al día siguiente un capitán de la Policía para ayudarlos a localizar a alguien que confirmara sus identidades. 
Pedro encontró un primo que firmó un papel de que lo conocía y le dio 320 pesos.  Su compañero fue identificado por una tía anciana, la única persona vinculada a su familia que aún le conoce aquí.   Los que firmaron no tienen ninguna responsabilidad ante la sociedad ni las autoridades por sus parientes y ellos ahora caminan por las calles de Santo Domingo, junto a muchos otros repatriados,  en una situación de desesperación. 
Pedro enfrenta  dificultades hasta para establecer su identidad. Fue deportado como Pedro Báez pero durante más de 20 años  su identificación correspondió al reo Daniel Medina. De hecho la madrugada en que lo levantaron en su celda para abordar el avión que lo traería de regreso al país,  recuerda que el custodio le dijo “Señor Medina levántese, se va para otro penal”.   Lo creyó porque un abogado hacía gestiones para evitar su deportación y nadie le notificó que ésta ya era un hecho. 
“El abogado me dijo: tenemos que buscar a alguien para probar que tú eres americano. Yo recordé la iglesia  a donde iba y dije, ahí hay fotos mías de cuando era muy joven.”
Se le humedecen  los ojos y se le quiebra la voz cuando recuerda a Panchita Morales y su esposo, a quienes considera sus verdaderos padres porque lo acogieron cuando llegó siendo muy joven a Estados Unidos. “Yo iba con ellos a la iglesia, ésa  es la iglesia más vieja que yo he visto allá”.  Pero el abogado no pudo encontrar ninguna prueba  de que Pedro vivía en Estados Unidos desde que casi era un niño.  “El me  dijo  que ellos no estaban  supuestos a mandarme para acá.  Pero el pastor de la iglesia se murió en 1991. Eso ya no existe, hay nueva gente. Mamá también se murió.  No pudo conseguir a nadie.”  
Insiste en que el día de la deportación no sabía hacia dónde iba y afirma que ninguna autoridad del país le visitó para orientarlo.
“Yo ni sé el nombre del cónsul dominicano, nunca  vi a ese hombre y nunca vi al oficial de deportación de República Dominicana. Ni siquiera cuando yo llegué. Ni una palabra. ¿Cómo me van a deportar sin  contactar si yo tenía familia aquí? Y no lo hicieron, nunca lo hicieron. Ellos no hicieron eso. Hay otras nacionalidades que  los cónsules van dos veces por semana, van y preguntan. Yo prefiero ser ciudadano  haitiano, cuando los haitianos llegaron con nosotros, había una guagua esperándolos.” 
Báez se refiere al vuelo chárter  que lo trajo desde Estados Unidos.  Dice que fue al abordar ese avión que se dio cuenta hacia dónde venía.
Cuenta que llegaron a las doce del día y que le informaron que quienes no tenían familiares para recogerlos debían dormir en el Palacio de la Policía. “Le di un par de pesos a un tipo para que no nos metiera a dormir con los otros presos y después dijo que como quiera iban a meternos.”
Habla en plural porque junto a él estaba un hombre mayor, convicto durante 33 años a quien, como Báez, nadie fue a recoger.
Dijo que, esa primera noche en República Dominicana,  vivió lo que nunca le tocó en  20 años de prisión en Estados Unidos: dormir en el suelo  y lidiar con orines  y otros desechos humanos. “Yo vi que el presidente va a los lugares a ver cómo funcionan, que vaya al Palacio de la Policía para que vea cómo es eso”. 
Buscando a un primo
“Llevaba tres días sin bañarme. Ya estaba rebelde, le dije  al capitán: mañana  yo voy a salir por ahí o tu me vas a dar un tiro. Ya yo no tenía nada que perder, estaba sin dinero,  en un país que no era el  mío, yo tenía un montón de años sin venir  acá, un montón de años.  El me dijo: cállate  la boca porque la única familia que tú tienes ahora soy yo.”
Dijo que ese capitán movió cielo y tierra para encontrar alguien que lo recibiera tanto a él como a su compañero. Se comunicaron en Estados Unidos con la mamá del otro repatriado y ésta habló de una prima de ella que aún vive aquí. “Fuimos y había una pareja de viejitos”.  Los ancianos firmaron el papel requerido. Luego de esto, faltaba ubicar a Báez. Llamaron a un hermano de madre, que después que aceptó pasar a recogerlo se negó a tomar el teléfono y luego su esposa dio la excusa de que el vehículo se había dañado y sería dentro de un mes cuando él podría venir a la Capital porque vive en el interior. El oficial le respondió que él no podía mantener a ese hombre un mes preso. 
Descartada la opción del hermano, Báez recordó a una prima, dueña de un colmado, que vive en Ciudad Nueva. Hasta allá llegaron pero ésta tampoco quiso firmar. Los refirió a otro primo de él en la misma zona. Este último, valoró la situación y, finalmente, accedió a colocar su firma en el papel  que todos rehuían. “Mandó a cambiar 500 pesos y me dio 320. Me dijo, primo eso es lo único que tengo para usted”.
Pedro le preguntó si era suficiente para llegar a Baní porque allí hay una prima de su papá que siempre lo quiso mucho. “Esa sí, esa mujer nunc ame ha fallado”. Lo orientaron sobre cómo tomar el autobús. Por primera vez se sintió bien recibido. “Me dio una comidita, ropa, un bulto con cepillo de dientes, pasta…”
 Pero la prima tampoco podía tenerlo en su casa.  Báez encontró a un hombre que le habló de un hermano que no conocía. Hasta la casa de este hermano llegó. Lo esperó, porque estaba trabajando, y, cuando estuvieron frente a frente, se reconocieron. “Es gordito, con los ojos verdes y le dije: ¿Y este rubio?”  Fue su hermano quien volvió a darle 300 pesos y le sugirió un pequeño hotel donde se puede pasar la noche por 150 pesos. “Me sentía como un rey pero ese sitio es lo peor que puedas imaginar, de noche estaban mujeres dando botellazos y una vez hirieron a un hombre y yo ahí, sin papeles.”
Sin identidad
Y es que, ya alojado, el siguiente problema a resolver  para Pedro  Báez es el de su identidad. Llegó al país con una identificación provisional,  válida por sólo diez días, que fija su fecha de nacimiento  en el 18 de marzo de 1960, en Baní. Pero cuando trató de obtener su acta de nacimiento le dijeron que no figura en los libros. “¿Si los americanos pueden saber quién soy yo y dónde nací, cómo es que en mi país no lo saben?”, se pregunta.
Ahora, su prima de Baní hizo otros contactos  y los hermanos de Báez, que viven en Puerto Rico y Estados Unidos, le han enviado alguna ayuda.  Continúa en un hotelito, comiendo en la calle, y se queja de que nadie le invita a comer. “Cuando los dominicanos estamos fuera y mandamos dinero sí nos quieren, pero si llegas repatriado, nadie te recibe en su casa. Ya yo tengo un mes aquí  y estoy desesperado.  Ni siquiera me quieren dar la dirección de dónde viven,  nadie me dice: Pedrito ven para darte un plato de comida.”
Dice que ha visto a otros repatriados que están aún en peor situación que él, sin comida y durmiendo en las calles. 
Insiste en que no debieron traerlo al país en la condición en que vino  como también han llegado muchos otros. “No estaban supuestos a traerme  así, de sorpresa,  sin dirección, sin contactar a mi familia. El trabajo del  cónsul y  del oficial de deportación  era contactar a la familia.  Mire, el compañero que conocí, que vino conmigo, ¿y si es peligroso? Cumplió 33 años por una muerte, lo veía hablando solo, y lo tiran a la calle sin comida, sin nada”.
“Hay personas con problemas mentales que los deportan.  Es un asunto de seguridad para ustedes. Hay muchos deportados con problemas mentales que andan por ahí, durmiendo en la calle. Los he visto.  Allá, cuando sales de la cárcel después de muchos años, por obligación, usted tiene que someterse a  una evaluación psicológica. Un amigo mío, que estaba preso,  creía que se iba libre y lo metieron en un hospital. Hay muchos dominicanos que son esquizofrénicos, que es lo más peligroso que hay, que yo estuve con ellos preso. ¿Y si esa gente la traen y comienzan a violar mujeres? Están trayendo gente  peligrosa. Y el gobierno de aquí ni siquiera les hace una evaluación.  Hay deportados que son normales pero hay otros que no  lo son”, señala.
Cuando le pregunto si puedo repetir todo eso que me está diciendo, lo confirma. “Ya no tengo nada que perder, y lo que digo es la verdad”. Teme que en unos años República Dominica se vuelva como Puerto Rico, “que a las seis de la tarde no se puede salir a la calle”.
Báez cree que el gobierno dominicano recibe dinero por cada repatriado, como una ayuda para estos, y lo retine. Le pregunto de dónde saca esa información pero insiste.  Dice que un país asiático que se negaba a recibir a sus repatriados cambió de actitud cuando Estados Unidos  le ofreció 20 mil dólares por cada uno. 
Explica que,  según una nueva ley de Estados Unidos, si tu país no te quiere acoger,   no te pueden retener por más de  90 días y deben mandarte a la calle.  Habría preferido eso,  admite,  porque  cree que allá es diferente, pese a todo.
Dice que no entiende por ´qué las iglesias aquí son tan “duras”. “Pues en Estados Unidos, cuando vas a una iglesia,  te ayudan y te dan qué comer”. Interrumpe su relato y vuelve a llorar, entonces, conversamos sobre su llegada a  ese país del que habla como si fuera el suyo aunque acaba de expulsarlo.
“Me fui a los 16 años”
Pedro Báez  dice que su papá era  farmacéutico y  se llamaba Vicente Báez.
“Él me quitó  del lado de  la mamá mía y me reconoció junto con una hermana de él que se llamaba Mercedes Báez, ellos eran dos hermanos y eran mis padres, Mercedes Báez y Vicente Báez.  Papá tuvo muchos hijos. Son muchos hermanos, la mayoría viven en Puerto Rico y Miami”.
Dice que se fue a Puerto Rico con visa de paseo, entre 1976 ó 77, y  de ahí se pasó a Nueva York  donde ‘llegó a radicarse.  “Había estado antes,  fui y regresé y después volví y me quedé. Estuve en high school entre 1979 al 80. Después hice dos años de college y trabajé como lavaplatos y ayudante de camarero.”
De las pocas veces en que Báez sonrió durante la entrevista fue cuando dijo que se graduó de high school.  Recuerda que, recién llegado, obtuvo una identificación del  social security  con su nombre real pero, cuando buscaba trabajo,  le decían que era un niño.   Luego inició estudios de artes liberales en Hostos Comunity College entre 1980-81. No terminó. En esa época laboró como ayudante de camarero y muchacho de mandado en las desaparecidas Torres Gemelas donde hacía delibery y llevaba café a las oficinas. 
En 1981 se casó. Explica que el matrimonio fue por amor pero surgieron conflictos, su esposa quería vivir en el Bronx y él en Manhattan. De todos modos, siempre se veían. Entregaron los papeles a una persona para que él pudiera hacer la residencia, pero ese hombre los habría engañado. Debieron colocar,  de nuevo, los papeles y, entonces, los problemas en el matrimonio se agravaron. Báez dice que su esposa se enamoró de un bodeguero que tenía dinero. Ella se divorció y le retiró a él los papeles que estaban en trámite. Explica que, en ese momento, era sujeto de deportación.  Fue cuando un primo le prestó su identidad pero no pudo seguir sus estudios porque quien había aprobado la secundaria y asistido al college era Pedro Báez no Daniel Medina.  
Trabajando en construcción sufre un accidente y requiere tratamiento. El médico le recomienda atenderse en Masachussets donde funcionan los mejores hospitales del país. Se instala allá y recuerda, con orgullo, que lo atendían en el mismo hospital adonde acudía el fallecido presidente Balaguer a chequearse de la vista. “El médico me dijo: ¿Sabes quién está aquí?, el presidente de tu país, Balaguer”.
Pedro dice que también salió de Nueva York porque cuando estás ilegal algunos dominicanos chivatean a sus compatriotas en migración por lo que recibirían una paga. Señala que en Boston decidió instalarse en un barrio de blancos y allí vivió hasta que fue apresado. 
Caso de película
Uno de los protagonistas de su caso es una figura ya célebre hasta en el cine. Se trata del agente  John J. Connolly , interpretado por Mat Damon en el filme “Infiltrados”. Este ex miembro del FBI aparece en el acta de la audiencia de Báez como uno de los testigos de la acusación junto a más de una decena de agentes. La explicación sobre lo que ocurrió el día de su detención resulta confusa.  Báez afirma que acompañaba a un amigo y cayeron en una emboscada tendida por Connolly y el jefe de la mafia Irlandesa, James "Whitey" Bulger, que además era un confidente del FBI. 
En el vehículo viajaban tres hombres y una mujer. La versión de  Báez es que  estaba sentado atrás junto a otro hombre. Los dos resultaron heridos al producirse un tiroteo. La mujer que viajaba delante  llevaba medio kilo de cocaína.  Báez insiste en su inocencia, señala que no le encontraron nada pero que él corrió la peor suerte. Dice que los demás negociaron las penas pero él decidió irse a juicio.
 Lo condenaron de 20 a 25 años por tres cargos de asalto a mano armada y uno de robo. Esta pena se amplió un año más luego de que, durante un incidente en la cárcel, golpeara a un  custodio que lo empujó. También en el penal fue apuñalado por dos miembros de la banda Latin King.
De su condena, pasó 10 años en la zona de las gangas, donde solo les permiten salir una hora al día para tomar sol y bañarse. El penal les presta una televisión o pueden comprarla. Pedro permaneció también un año en  lo que llama “la caja”, que es el cuarto de castigo, luego de golpear al custodio. En esa época, admite que hablaba solo, como si tuviera delante a su papá, con quien mantuvo siempre una relación difícil. 
Dice que cuando lo vieron hablando solo eso motivó la preocupación de un guardia y le recomendaron asistir a un psicólogo, pero no lo hizo. Pasó seis meses sin cruzar palabras con ningún otro ser humano. Cuando lo reincorporaron a una cárcel de seguridad media, peleó el primer día con un cubano que se quedó  mirándolo. Entonces, lo volvieron a meter en una  zona restringida hasta que se acostumbró a estar con otras personas.  Dice que pasó diez años sin recibir una visita ni un paquete. Sobrevivía en la cárcel vendiendo la pastilla que le daba el gobierno para el dolor de espalda que sufría como secuela del accidente que tuvo  cuando trabajaba en la construcción. 
Admite que  no solicitó la libertad condicional, en dos ocasiones, cuando le correspondía, porque no quería regresar al país derrotado y que su padre lo viera así. Por eso prefirió mantenerse en prisión.  Luego su padre murió y ahora él reclama que éste le habría dejado un apartamento en el sector de Gazcue  del que, según afirma,  parientes se habrían apropiado. 
Durante esos años de prisión, Báez envió decenas de cartas solicitando la revisión de su caso luego de que viera en televisión el apresamiento de John Connolly, el ex agente del FBI que, estando  ya en Migración, encabezó su arresto. Dice que Connolly trabajaba para la mafia irlandesa y que fue en ese contexto que les tendió una trampa junto con el mafioso James "Whitey" Bulger.
Infiltrados
Connolly, quien se retiró del FBI en 1990, está preso. Su caso aparece con solo un clic en internet. Según explica el periódico Boston Globe, Connolly fue condenado en el año 2002 a diez años de prisión, por cargos de crimen organizado en Boston, luego  de que fuera encontrado culpable de  avisar a dos mafiosos, Whitey Bulger  y Stephen "el hombre del rifle" Flemmi, que habían  sido sus informantes durante 20 años, que ahora las autoridades iban por ellos.  
Resulta que uno de esos mafiosos, Whitey Bulger, es  a quien hace referencia Báez como la persona que habría colaborado en tender la trampa para él y los que le acompañaban.
Luego, en 2008, Connolly, que ya tiene 70 años, fue condenado en Miami por  instigar desde Boston el asesinato del empresario John B. Callahan, en Florida, al pasarle información también  a Bulger  y  Flemmi . 
Los dos mafiosos habrían  matado a Callahan luego de que Connolly les asegurara que éste  no sería capaz de resistir un interrogatorio y los implicaría en la muerte del empresario Roger Wheeler, quien fue presidente de la World Jai Alai . La condena del ex agente del FBI suma ahora 40 años. Muchos más que las otorgadas a los mafiosos a quienes supuestamente ayudó.  Por ejemplo,   Flemmi negoció una condena menor al aceptar testificar en contra de Connolly.
Pedro Báez tiene en su poder un montón de cartas que les respondieron distintas autoridades de Estados Unidos pero todas lo remiten a terceras personas y les dicen que no lo pueden ayudar en su reclamo para reabrir su caso o recibir una indemnización. También anda con los recortes de periódicos que cuentan la increíble historia de Connolly. “Ese tipo era la estrella del FBI en Boston. No pisaba en el suelo, se creía que era Dios”, dice Báez.  Desde aquí quiere hacer que su caso se reabra o sea indemnizado partiendo de la culpabilidad de Connolly. Pero ahora ya no es Daniel Medina, es Pedro Báez, le comenta esta periodista, “Yo soy Daniel Medina, odio a Pedro Báez”, responde.
Pide perdón
En una carta escrita en inglés y algo confusa, Báez pide perdón por el daño que pudo causar a la sociedad y a las personas que ama.  Se arrepiente, dice, de lo que hizo mal y pide una oportunidad. Con sus manos callosas, por las pesas que durante años levantó en prisión, entrega un folder lleno de papeles: ahí está toda su historia. Fue lo único que pudo traer con él a este país al que no quería venir y que tampoco lo esperaba. DE LISTIN DIARIO.COM

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