Viaje a la zona agrícola en las alturas de la región más pobre del paísLas garzas no son economistas pero ofrecen un buen indicador del estadio de desarrollo y la iniquidad del valle de San Juan de la Maguana y sus cercanías.En la primera semana de noviembre, cuando debe iniciar la siembra de la principal cosecha de granos del país, las garzas cuentan la historia del atraso y de las posibilidades de desarrollo de este viejo sueño que involucionó, haciendo a “el granero del sur” la provincia que más población ha perdido entre censo y censo.
Cuando la tierra se prepara con un moderno tractor hay decenas de garzas. Cuando se ara con bueyes 40 o 50 garzas y cuando la siembra se hace a caballo cinco o seis garzas escrutan la tierra removida.
Los colonos españoles aportaron la tecnología del caballo desde inicios del siglo pasado. Este año la mayoría de las 300 mil tareas aptas para siembra de habichuelas se sembrarán así. Pequeños predios aislados de 20 tareas, un agricultor pobre o pobrísimo y la incertidumbre de noviembre, única fecha posible para el inicio de la siembra, que no sabe si cosechará.
Mientras las garzas revolotean alrededor de una rastra, hay tiempo para admirar este valle preso de las estribaciones de dos cadenas montañosas, e irrigado por un río atormentado que no conoce su destino final. Nuestro destino es la cercana provincia de Elías Piña, una hermana pobre y despoblada, más conocida por su pobreza y sus tragedias que por la esperanza de alcanzar la ahora descolorida prosperidad que alguna vez vivió San Juan.
La montañosa Elías Piña está a la mitad de ese macizo insular que cruza la Hispaniola sin respetar fronteras. Un llano que quiso ser potencia arrocera, en el corto imperio de Quirino, era, hasta hace poco, su único ímpetu agrícola. Antes de eso el maní y los guandules de secano mataban el hambre hasta Bánica y Pedro Santana, mientras algún café prosperaba en Nalga de Maco.
El viaje a Los Calimetes implica llegar a una frontera doble: la de verdad con los hitos plantados en el 29 y sin ninguna de la famosa protección militar, y la frontera agrícola. Iniciamos el ascenso sin expectativas tras el paso por Guanito, donde la pobreza ha sustituido las palmeras por una carretera llena de piedras puntiagudas, charcos y maleza. La presencia de dos furgones refrigerados sorprende, pues apenas tienen el espacio para transitar en esas condiciones.
En los primeros 500 metros de ascenso un letrero advierte de una “reserva municipal” que presume de proteger el residuo de un bosque de pino Occidentallis. Arboles viejos sobreviven al hacha y la quema visible en claros enormes donde ahora reina el pajón. Al final del agonizante pinar, el inicio de una cadena de lomas peladas con extrañas formaciones rocosas indica el territorio de Haití.
Entre conucos pobrísimos la frontera nos sorprende en la misma carretera. El calor, propio de la zona de muy alta pluviometría, agoniza con cada metro ascendido, a lo lejos una cama de nubes nos sorprende. De tanto andar de monte en monte sabemos que una cosa es la lluvia y otra muy diferente la neblina.
Vamos de camino a la más moderna explotación frutícola de la isla, pero nunca vincularía al aguacate con la mejoría de la calidad ambiental. En mi mundo el aguacate tenía mala prensa y reconocemos la agradable sorpresa de observar un microclima excepcional en la plantación de aguacates en oposición al entorno deforestado.
Muy tarde advertí que el rocío había mojado mis canas. La temperatura bajaba cinco grados y las plantaciones apenas pueden verse. Son las tres de la tarde y la neblina reina.
Los Calimetes es una explotación agrícola en pleno proceso de desarrollo, dedicada exclusivamente a producción de las distintas variedades del aguacate Hass, uno de los más demandados en los mercados internacionales. Para Manuel Castillo, su propietario, es sueño y herencia.
Dos mil hectáreas en producción, 700 empleados fijos y otros 300 en período de cosecha que cobran una nómina que supera los 10 millones de pesos mensuales, convierten esta empresa en la principal empleadora de la provincia y quizá de la frontera. La dimensión de las plantas, la diferencia en el marco de siembra y las podas evidentes cuentan la historia de Los Calimetes. Plantas sembradas ayer, árboles de seis o siete años, plantitas a la orilla del camino para ser sembradas mañana.
A las cinco de la tarde nada se ve. La niebla cubre Los Calimetes
La noche se pasa de frío. En la madrugada baja a 14 grados y el amanecer nos sorprende con 16. Las nubes se niegan a dejar el entorno y el sol se abre paso a la fuerza. Una gruesa capa de nubes está a nuestros pies. Estamos a mil 800 metros sobre el nivel del mar y delante del sol se puede observar con claridad el pico Duarte y La Pelona. El paraíso debe ser así.
Pospusimos la jornada de trabajo en la plantación para las diez de la mañana, abriéndonos paso en la niebla. Nelson Alburquerque es el técnico a cargo, cautivado por el volumen de información que maneja y el amor que profesa al campo y a su oficio. Sostenibilidad es su discurso.
Junto a la fruta, Nelson enseña pinos y cipreses, los llama sus hijos y explica su papel de cortavientos, Yaraguá para controlar la erosión en las zonas no plantadas y apiarios para facilitar la polinización. La jornada no alcanza para conocer Los Calimetes, de nuevo nos vence la niebla. El paraíso es así…l
No hay comentarios:
Publicar un comentario