Conmovidos y asustados, cada uno de los presentes esa noche del 16 de mayo de 1961, respondió al unísono: “¡Cómo, Jefe! ¿Por qué dice eso?”.
El episodio no sólo lo recoge en sus memorias Virgilio Álvarez Pina, presidente del Partido Dominicano y uno de los hombres de más confianza de Trujillo, sino que también lo consigna el escritor norteamericano Robert D. Crassweller en su libro: “Trujillo, la aventura del poder personal”, considerado uno de los autores más desapasionados de todos -dominicanos y extranjeros- los que han escrito sobre la tiranía trujillista.
El presagio, sin embargo, no era el primero que cruzaba por la mente del dictador durante los primeros meses del año en que sus días llegaron al final.
En efecto, días antes de un viaje a Barahona, el 6 de mayo, alrededor de las 5:00 de la mañana y nuevamente a bordo del Angelita, esta vez fondeado frente a las costas de Azua, donde encabezaría otro de los “mítines de reconfirmación”, Trujillo reunió otra vez a Álvarez Pina, Paíno Pichardo y a su cuñado Francisco Martínez Alba, entre otros, y con aire abatido les sorprendió con la siguiente premonición: “Pronto voy a dejarles”.
Más de uno del grupo le preguntó al Jefe si se sentía enfermo y el porqué de las razones de su comentario.
“Estoy completamente bien, pero voy a dejarles”, respondió.
Ante la insistencia de Álvarez Pina, Trujillo ripostó: “¡No hablemos más eso!”. (1) Pág. 443, obra citada. De la extraña actitud del Jefe no volvió a hablarse. Empero, el incidente no dejó de mortificar a sus colaboradores.
En las dos circunstancias en que Trujillo se refirió al presentimiento fatalista que le embargaba, no se equivocaba. Los días inmediatos serían decisivos para que el trágico desenlace se consumara.
Cuando desembarcó en Barahona, para dirigirse junto a su comitiva a Neiba después de visitar Duvergé, el tirano encabezó el último mitin de “reconfirmación trujillista”, una campaña mediática que puso en marcha la dictadura tras hacer las paces con la jerarquía católica.
Un día antes, en Neiba, un huésped extraño se encontraba de visita. Era Ángel Severo Cabral, contratado por la CIA, quien con tres granadas en el baúl de su carro tenía la encomienda de volar la tribuna presidencial cuando el acto estuviera realizándose.
Sin embargo, el atentado no llegó a materializarse. Severo Cabral lo desestimó, según lo comunicó luego “porque no sólo suponía inmolación, sino porque en una acción de esa naturaleza moriría un gran número de personas inocentes”.
Al menos, ese fue el contenido del informe que posteriormente envió Lorenzo Berry a la CIA. Berry, propietario del supermecado Wimpis, primer negocio de ese tipo instalado en Santo Domingo, era el oficial de mayor rango que tenía el servicio de espionaje norteamericano radicado en la República Dominicana tras la ruptura de las relaciones de la Organización de Estados Americanos (OEA) con Trujillo debido al atentado del tirano contra el presidente venezolano Rómulo Betancourt. (2)
Empero, otra conjura, independientemente de la acción solitaria que se encomendó a Severo Cabral, era sustentada por el gobierno de los Estados Unidos, resuelto a eliminar definitivamente a Trujillo, para luego acometer la segunda fase del plan de “estabilizar la región del Caribe”, que consistía también en arremeter contra el gobierno recién instalado de Fidel Castro en Cuba.
MAGNICIDIO. A Antonio de la Maza la noticia de que Trujillo saldría para San Cristóbal la noche del 30 de mayo le agarró de sorpresa.
De hecho, tenía previsto marcharse a Restauración al día siguiente. En sus últimos dos viajes anteriores a la capital habían resultado fallidos los dos intentos de atentado contra el dictador Trujillo.
El teniente Amado García Guerrero avisó de la salida del tirano hacia San Cristóbal alrededor de las 7:00 de la noche. En principio hubo vacilación entre los convocados, pero De la Maza con un “¡Ahora o nunca!” conminó al grupo a la acción.
No hubo tiempo para poner al tanto a todos los comprometidos en el plan político. No obstante, el grupo de acción, integrado, además de García Guerrero y De la Maza, por Antonio Imbert Barrera, Salvador Estrella Sadhalá, Pedro Livio Cedeño y los ingenieros Roberto Pastoriza y Huáscar Tejeda, se embarcó en la conjura. (3)
Divididos en tres grupos y montados en igual número de vehículos tomaron posiciones estratégicas en la ruta que seguiría Trujillo desde su residencia (actual sede de la Cancillería).
Frente a la sede del Banco Agrícola, un primer vehículo salió en persecución del ocupado por el tirano tan pronto tomó la avenida George Washington doblando por Güibia, mientras otro esperaba en la misma avenida, frente al hoy Centro de los Héroes, los cambios de luces convenidos, y un tercero se mantuvo estacionado más adelante, en posición de bloquearle el paso al carro Chevrolet 1957, color azul celeste, conducido por el capitán Zacarías de la Cruz, en el que viajaba Trujillo. (4)
La noche debió ser tenebrosa como suelen ser todas durante una dictadura. De repente, el fuego se cruzó en la avenida y, herido, Trujillo se desmontó del vehículo y caminó hasta los faroles encendidos antes de desplomarse definitivamente para siempre.
Antonio de la Maza, pese a los ayes de Pedro Livio Cedeño, herido en la balacera (5), se acercó al cadáver, y apuntándole a la cabeza con la pistola calibre 45 que sacó del cinto, atinó a decir con evidente satisfacción, después de patearlo: “Este guaraguao ya no comerá más pollos”.
El chofer De la Cruz, fue herido y sobrevivió.
Así llegó a su fin una de las disctaduras más largas y crueles de América Latina y gran parte del resto del mundo.
Las acciones de Ramfis
Tras el ajusticiamiento del sátrapa, Ramfis Trujillo, su hijo, retornó a República Dominicana procedente de Francia y, tras seis meses de maniobras e intentos desestabilizadores, salió del país el 18 de noviembre junto al último remanente de la familia del tirano. El día antes de su partida, Ramfis ordenó sacar de la cárcel penal de La Victoria a los presos implicados en la muerte de su padre y los trasladó a la Hacienda María, en Nigua, San Cristóbal, donde, en su presencia, todos fueron torturados, y luego fusilados.
Secuencia
El plan B o plan político falló tras el magnicidio
Ese plan consistía en asumir el gobierno tan pronto fuera muerto el tirano, falló porque quienes estaban comprometidos con su ejecución, entre los que estaba el secretario de las Fuerzas Armadas, José René Román Fernández (a) Pupo, no asumió el compromiso hecho con los conjurados días antes. Pupo también fue apresado, torturado y asesinado.
2 Acción del SIM tras los implicados
Aproximadamente una hora después del atentado en la avenida George Washington, el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), apoyado en agentes policiales y en militares, fue tras la búsqueda de todos los implicados. Pedro Livio Cedeño fue sacado de la clínica Internacional y trasladado al hospital de la Base Aérea de San Isidro. Fue torturado, pero nunca habló.
3 Contradicciones y fallas capitales
Juan Tomás Díaz no se encontraba en su residencia de la avenida César Nicolás Penson, adonde acudieron los ajusticiadores con el cadáver de Trujillo en el baúl de uno de los carros utilizados en el atentado. Momentos después, tras la persecución, los conjurados se desbandaron y entraron en contradicciones en torno a los lugares donde debían dirigirse para evadir la persecución.
4 De la Maza y Juan Tomás Díaz
Antonio de la Maza y Juan Tomás Díaz, de patio en patio y de casa en casa, en Gazcue, lograron evadir la persecución de los agentes del SIM sólo dos días. Delatados en cada paso de la huída, ambos finalmente cayeron abatidos a tiros frente a la desaparecida ferretería Read, que se encontraba ubicada en la avenida Bolívar, casi esquina a la calle Julio Verne. Antonio Imbert Barreras es el único conjurado que aún vive.
Bibliografía
Textos consultados
1) Memorias de Virgilio Álvarez Pina, páginas 340 y 341.
2) La dictadura de Trujillo, Ramón Ignacio Mejía, página 69.
3) La Fiesta del Chivo (Novela), Mario Vargas Llosa, páginas 301 y 303.
4)Trujillo, la trágica aventura del poder personal, pág. 303.
5) El Caribe, edición del 4 de junio de 1961.
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